16 ago 2011

Emmenez moi.

La algarabía y el escándalo de la noche anterior habían dejado paso a una tranquila mañana con un sol anaranjado que comenzaba a dejarse ver a través de los edificios, iluminando todo a su paso.
Así transcurrían los días de otoño en Seattle, el sol reinaba desde lo alto del cielo, pero el frío ya se había instalado y no parecía tener intención de marcharse. El viento movía los restos de los papeles y de plástico, que habían quedado como huellas de la noche anterior, arremolinándose y copando las aceras. Los barrenderos tendrían trabajo aquel día.

Como cada año, el inicio del otoño era época de celebración en la ciudad, y cualquier joven que se preciara debía acudir durante toda la noche a los diferentes lugares que se habían marcado para la ocasión, un sinfín de clubes y bares, así como discotecas y plazas, en las que se juntaban centenares de adolescentes y daban la bienvenida al otoño de una manera alegre y desvergonzada.
Como no podía ser de otra manera, las quejas no paraban de llegar a las diferentes comisarías que había repartidas por la ciudad, y el teléfono de la oficina central echaba humo de recibir tantas llamadas.

En la calle principal aún quedaban los jóvenes rezagados que volvían a sus casas tras la noche, o que simplemente aprovechaban la mañana para dejar descansar el cuerpo y despejar sus mentes cargadas de humo y alcohol.
-¿A dónde vamos? – le preguntó Joe a Jamie mientras se revolvía la pelusa marrón que tenía por pelo. – creo que debería pasar por casa para que mi tío vea que estoy bien.
-Como quieras – contestó Jamie, que ya se había llevado a la boca su primer cigarrillo otoñal – un momento – se frenó en seco - ¿estamos a día veintiuno o veintidós? – preguntó a su amigo.
-Veintiuno – contestó Joe, sin cesar en su ahínco por intentar dominar su pelo rizado.
-Ah – dijo Jamie reanudando su marcha – entonces este es el primer cigarrillo de otoño, pienso contarlos a ver cuántos me meto al organismo en tres meses…
-¿Tres mil? – preguntó Joe, sonriente.
-Más o menos – contestó Jamie empujando a su amigo contra la pared.
Continuaron caminando por la calle principal, que comenzaba a llenarse de personas que se disponían a realizar su vida diaria sin recelo alguno. Los quioscos comenzaban a ser abiertos, y algún que otro comercio también.
El mercado principal, llamado así por la calle donde se encontraba, abría sus puertas a las ocho de la mañana, y uno de sus trabajadores se encontraba girando la cerradura en aquel momento para levantar la verja que protegía las puertas del mercado.
-Para saber qué hora es – dijo Jamie – solo necesitas mirar el mercado. Si está cerrado, es que aún es demasiado temprano como para levantarse.
-Eso lo harás tú, que vives en uno de los edificios de enfrente – contestó Joe – pero yo difícilmente puedo ver el mercado cuando mi casa se encuentra a cinco calles de distancia.
-Cómprate unos prismáticos – contestó aplicándole otra calada al cigarro, prácticamente consumido del todo.
-Como no atraviesen las paredes, poco puedo hacer – sonrió.
Giraron en el tramo de calle que conectaba con la plaza principal. Allí todo lo que se encontraba en contacto con la calle principal se llamaba de la misma manera, resultaba original a la par que irónico.
Joe vivía en una pequeña calle que se encontraba en frente del parque del este de la ciudad. Vivía con su tío y con su primo pequeño en un apartamento pequeño, pero acogedor.
Para llegar a su portal había que pasar por una lámina de hierro que cubría un agujero en la acera a causa de las obras de renovación de la calle.
-Tu calle es una de las más nuevas que se han hecho y ya están renovándolas – dijo Jamie encendiendo el segundo cigarro de otoño – en cambio hay calles destartaladas por el centro y aún no han hecho una sola obra. Cualquier día se me caerá un edificio de esos viejos mientras paseo fumando mi decimosexto cigarrillo e otoño.

Atravesaron la plaza sorteando los vasos de plástico y los papeles que había repartidos. Sin duda alguna, los barrenderos iban a tener mucho trabajo aquel día.
Llegaron a una esquina entre dos calles exactamente idénticas, con el nombre de Calles gemelas, y se pararon a esperar a que pasara el autobús, como casi siempre.
-¿Sabes? – Dijo Joe – esto de tener el bono mensual es un chollo, ya lo he amortizado en menos de quince días, lo único malo es que te conviertes en un poco vago, con lo acostumbrado que estaba yo a andar.
El autobús no tardó en parar al lado de un poste que indicaba el número de las líneas que paraban en aquel lugar y los horarios en los que lo hacían.
Se subieron al autobús número seis, que giraba por tres calles y se plantaba en la calle que circundaba el parque. Recorría dos paradas y volvía a meterse hacia la calle principal para girar por una calle pequeña.
Se bajaron enfrente de un portal con el número veintiuno.
-¿Quieres subir? – le preguntó Joe a Jamie antes de abrir la puerta del portal.
-No hace falta – contestó Jamie – además, así puedo terminar el cigarrillo. – concluyó haciéndole un gesto con la mano para que viera que acababa de empezarlo al bajar del autobús.
-Joder, ya llevas tres tío… - dijo antes de entrar en el portal y dirigirse al ascensor.
Su portal no era muy grande. Se trataba de un círculo con los buzones a la derecha, dos ascensores en la parte frontal y una escalera de mármol a la izquierda. Un espejo rodeaba la mayor parte de la pared. Joe ya se había acostumbrado a él, pero la mayoría de gente que iba a su casa no paraba de mirarse en él continuamente, era estresante.
El ascensor hizo un ding y la puerta se abrió. Pulsó el número cuatro antes de que se cerrara y amenizara el ascenso entre silbidos.
El rellano del cuarto piso también era redondo y contenía cuatro puertas, que entre ellas formaban un cuadrado. Se acercó a la que estaba más lejos del ascensor e introdujo la llave sin hacer mucho ruido.
El sonido de su tío fregando los platos cesó y este se acercó a la puerta de la cocina para verle.
-Buenos días – le dijo mientras él buscaba con la mirada un abrigo – ¿qué tal la noche?
-Bien – ha habido mucho ruido y una gran multitud en todos los sitios y al final hemos estado en el café ese que abre las veinticuatro horas del día viendo un especial de partidos de béisbol, ya sabes lo que le gusta a Jamie. – mintió.
Habían pasado la noche rodando de discoteca y discoteca, en una de ellas les habían echado a empujones porque Jamie se había subido a la plataforma donde se encontraba el Dj y había comenzado a tocar las cajas de mezclas haciendo un montón de ruido. El béisbol le encantaba a Jamie, eso era cierto.
-¿Dónde está él? – le preguntó su tío, que estaba secándose las manos con un trapo azul que tenía más de un agujero.
-Está abajo esperándome para ir a mirar lo del mueble que te dije ayer – explicó mientras cogía un abrigo gris que había colgado tras la puerta – volveré para comer.
-Vale – dijo su tío volviendo a la cocina – hoy comeremos macarrones.

Cerró la puerta tras salir e inició el camino inverso al que había realizado al subir.
Jamie acababa de terminar el cigarrillo y se encontraba apagándolo contra el suelo cuando salió del portal.
-¿Qué le has dicho? – le preguntó a Joe.
-Que habíamos estado en el café veinticuatro horas viendo béisbol porque había mucha gente y ruido. – explicó.
-Perfecto, mi madre también se lo creerá, sabe que me encanta el béisbol – dijo antes de levantarse del suelo y echar a andar.
Joe le siguió.
-¿Cómo se llega a la tienda de muebles? – le preguntó alcanzándole y limpiándole unas pocas cenizas que tenía en el hombro de la sudadera.
-Está al otro lado del parque, no tardaremos mucho – contestó él, mientras tiraba a la papelera el paquete de tabaco, ya vacío - ¿Llevas dinero?
-Me quedan diez dólares de ayer, ¿por qué?
-Porque se me ha acabado el tabaco y llevo el dinero justo para el mueble. Necesito un préstamo – le explicó.
-¿Más tabaco? – Se sorprendió él, aunque en realidad no debía sorprenderle para nada que su amigo le pidiera dinero, ya lo había hecho en incontables veces – aún me debes dinero de la última vez.
-Cierto – dijo Jamie – te lo daré en cuanto pueda, supongo que la próxima vez que nos veamos lo tendré ya. Si no tuviera que comprar la dichosa cómoda te lo devolvería en este mismo instante.