26 jul 2011

El búho es el animal más inteligente.


-El anochecer todo lo nubla.
-No, el anochecer todo lo aclara. La marea sube, la luna ejerce, la brisa sopla, y puedes pararte a pensar sin que nadie te hable. Dicho de otra manera, el búho es el animal más inteligente.

15 jul 2011

Doy buena cuenta de un ultimátum.

Se sentó a esperar, como siempre, en el único banco que había en la calle, y que miraba de frente al portal de Beth. No tardó en morderse el labio, como siempre que le correspondía esperar, se mostraba nervioso, como siempre. Se peinó, o revolvió, los rizos, y se miró las uñas, prácticamente como un reflejo, porque no tenía ninguna necesidad de mirarlas. Las observó como si buscara marcas de golpes o heridas, sabiendo él mismo que nunca se había mordido las uñas salvo en casos estrictos en los que lo había hecho para aparentar o disimular. Se apresuró a marcar el número de su amiga y a colgarlo al sonar la primera señal.
-Vamos...- susurró, impaciente.
Seguramente no llevaba más de cinco minutos allí sentado, pero desacostumbraba a llegar antes a los sitios, y menos aún a tener que esperar. No dudaba a la hora de desesperar y comenzar a realizar llamadas para confirmar que sí, que efectivamente no iban a fallarle en la hora y el lugar citados. Era una forma e ser, incorregible por una parte, y respetable por la otra. El sonido de la puerta del portal abriéndose le hizo levantar la mirada de la acera. Una mujer de unos sesenta años con zapatillas de andar por casa y un caniche revoltoso salieron a la calle y giraron a la derecha. Joe notó como esa pequeña ilusión que se siente por cosas tan pequeñas e insignificantes como el de encontrar algo que hacía unos días se había perdido, o ver a lo lejos a la persona a la que esperabas, se desvanecía de sus ojos y de su cuerpo, para volver a clavar la mirada en el suelo. Se fijó en una mancha negra que tenía en la punta del zapato, al tocarla y notar lo áspero de la tela recordó el momento exacto en el que apareció la mancha. A una distancia de más de quince centímetros parecía una mancha cualquiera, pero si te acercabas, o incluso la tocabas, se veía claramente que se trataba de una quemadura, como si alguien hubiera decidido apagar su cigarro en sus zapatillas.
Chistó rascando la tela, con la esperanza de que el pequeño agujero desapareciera, se desvaneciera, flotara hasta el portal, y que apareciera Beth tras ella.
Suspiró.
Su suspiro se vio interrumpido por el vibrar de su teléfono móvil.
"No bajo hoy", ponía en el mensaje que Beth le había enviado.
-Y una mierda - dijo en voz alta Joe, que dirigió la mirada a la ventana del tercero, que era la de la habitación de Beth.
Se bajó del banco y se apresuró a llegar al portal y marcar el botón adecuado. Esperó unos segundos, unos cuantos más de lo normal.
-¿Quién es? - respondió la voz de Beth desde el recibidor de su piso.
-Baja, te estoy esperando desde hace...- sacó el móvil para mirar la hora - quince minutos.
-¿No has leído el mensaje? - se sorprendió ella - te eh dicho que hoy no bajo, no puedo.
-Sí, lo he leído - suspiró, por qué no bajas - tengo una idea buenísima para una canción, va de un chico con gafas de sol de Wisconsin que llega a...
-No me apetece bajar Joe, no me apetece para nada, no quiero saber nada de música, ¿vale? - subió el tono.
-No, no vale, habíamos quedado.
-Pues yo he roto la cita.
-No puedes hacerlo, no sin darme una razón - se defendió subiendo el tono también.
-Te he dicho que no me apetece.
-Eso no es una razón.
-Es mi razón - dijo recalcando fuertemente el mi - y no necesito que vengas tú a decirme que no es una razón.
-Venga, Beth, baja, un rato.
-Que-no-quiero - dijo soltando las palabras como dardos - no me apetece estar contigo... ni con nadie, y me da igual lo que digas,
-Vale, vale - se rindió Joe - como quieras.
-Estupendo - colgó su amiga rubia.
-Sí, estupendo Beth, estupendo - se dijo a sí mismo Joe, con los dientes apretados.
Se sentó en el banco de nuevo, y no dudó en devolverle la mirada a Beth, que estaba mirando por la ventana si su amigo se iba o no. 
Beth movió los labios, formado un "vete", que fue contestado por un corte de mangas de Joe.
Finalmente, Beth juntó las cortinas.

8 jul 2011

Cargar con las mismas cruces y caer en sus trampas.

-Los rayos de esperanza son comúnmente conocidos por aparecer espontáneamente, y su desarrollo se produce de una forma rápida e inmadura, pero igualmente tendrá la fuerza como para desbancar la tiranía, por ello de lo esperanza. El concepto del rayo es más tardío, apareció unas semanas después cuando el sol lanzó sus primeras luces después de una tormenta, y uno de sus rayos fue a parar al pecho de la esperanza. De ahí a que alguien soltase: ¡Es un rayo de esperanza! Ahí se podría decir que se dio a luz al dogmatismo, o ala religión, los sueños, las decepciones y los arañazos más fieros...
-Para - interrumpió él.
-¿Por qué? - contestó ella - no he leído ni un sólo párrafo.
-No es por qué la pregunta, es para qué - aclaró - o sea, vamos a ver, no entiendo para qué hay que saber eso, no creo que se puedan hacer las cosas así como así, tú puedes inculcar los valores, pero nunca arremeter a la obligación de cumplirlos, ¿entiendes?
-No.
-Es algo obvio, ¿de qué nos sirve eso? - dijo señalando al libro que tenía ella sobre las rodillas.
-¿El qué?¿La filosofía? - inquirió.
-Sí, exacto - aclaró - no pueden llegar cuando tenemos casi veinte años a enseñarnos el bien y el mal, y su conducta, su apaleo, la moral, todas esas parrafadas que se podrían resumir perfectamente en frases más breves y coloquiales. O sea, no entiendo el por qué de añadir todos esos adjetivos, raudo, tardío, etcétera, cuando con una frase se puede sentenciar y sintetizar: el atisbo de una falsa esperanza origina la religión, o el dogma de fe. O incluso más breve: de la falsedad de una nace la religión de la otra.
-Pero al final has entendido la lección - terció ella.
-Sí, pero luego resulta que llegas al examen y escribes con ilusión tu frase breve, y te plantan esta mierda - lanzó a su amiga un examen con un suspenso marcado en rojo - no sirve para nada.
-Si hubieras estudiado más...
-Lo dices como si pudiera estudiar eso - interrumpió Jamie - no es justo, la filosofía es algo que se debe inculcar, no examinar. A mí nadie me ha preguntado por mi propia filosofía, a lo mejor es mucho más completa y perfecta que muchas teorías indeterministas e inútiles. No es justo que te examinen de esas cosas, para ver si te las sabes de memoria y las entiendes. Que no, que no es así, que eso es un método absolutamente idiota. Mis valores, eso es lo que deberían preguntar, acerca de mis valores, de mi sentido y de mi concepto de la propia filosofía, no es algo que se pueda enseñar, es algo que se puede mostrar, para que luego uno mismo ejerza su derecho y siga la teoría que más se asemeja a su filosofía, o simplemente se crea una filosofía propia, eso es legítimo. No hablo de que ahora alguien alce la mano y se ponga a diferir una filosofía que apoye el vandalismo y la inmoralidad, lo ilícito. No. me refiero a una moral propia, al fin y al cabo en el espíritu, el alma, el cuerpo, la mente, o en todos los elementos a la vez, reside la filosofía del individuo... ¿qué haces?
-Grabarte - contestó Audrey.
-¿Para qué? - inquirió Jamie sorprendido.
-El uso ya lo decidiré yo, así lo dicta mi propia filosofía. Si tú le das un uso a cierta cosa, te haces dueño legítimo de cierta cosa. Así es como finalmente llegó al concepto de que un objeto común, sujeto a varias personas tiene varios dueños. Por ejemplo, nuestro sofá - señaló al armatoste azul oscuro que estaba en una de las esquinas de la buhardilla - yo lo uso para tumbarme, para sentarte, tú lo usas para dormir cuando te place, incluso cualquiera de los que se ha sentado en él tiene una merecida propiedad. Eso sí, yo más que nadie, que soy la que ha echado un polvo en él, tengo más derecho que cualquiera su propiedad.
Se levantó del suelo, dejando el libro en él, y le tendió la mano a Jamie, que acostumbrado a Audrey, en vez de agarrarla como apoyo para incorporarse del suelo, depositó en su palma medio cigarro.
-¿Qué es esta mierda? - gruñó ella.
-Es para que le digas a Beth que nuestro tabaco nos cuesta dinero, y que deje de romperlo - sonrió, levantándose del suelo - son las once y media, yo me voy ya a casa.
-Quédate a dormir, te dejo el sofá, por favor - suplicó en tono infantil Audrey.
-¿Otra vez? - suspiró Jamie - en mi casa ya se empiezan a preguntar dónde paso las noches que no vuelvo a casa.
-En la buhardilla de tu amiga Audrey, creo.
-Ya, pero ellos pienso que ando por algún callejón oscuro atiborrándome de droga y pastillas, creen que comercio, me lo han dicho directamente - se acercó al sofá y se sentó.
-¿Creen que eres un camello? - se sorprendió ella - que poca confianza tienen en ti entonces. Claro que, mira quién habla, a mí me echaron de casa con mil dólares porque pensaban que me estaba prostituyendo en mi cuarto. Hay gente anticuada que todavía no entiende que no ocurre nada malo por tirarse a seis tíos diferentes cada mes. Se llama ser una persona abierta.
-Abierta de piernas - no le dio tiempo a morderse la lengua.
-Gilipollas - dijo con desdén Audrey.
-Ya sabes lo que opino de que conozcas a tantos hombres, no me gusta, no sé por qué - intentó arreglarlo.
-Mira Jamie, nunca he tenido novio, ni quiero tenerlo, tampoco voy a casarme, ni a tener hijos, simplemente quiero aprovechar mi juventud, no quiero nada serio, y no voy buscando hombres por ahí, algunos me buscan a mí y otros me los encuentro por sorpresa. No necesito lecciones de nadie.
-Hoy duermo en casa, ¿vale?
-Como quieras, es tu casa, y esta también, no lo olvides - encendió el medio cigarro sin mirar a su amigo.
-Hasta mañana Audrey - le dio un beso en la frente, cogió su cazadora del suelo y se fue.

¿Te ha comido la lengua el gato?

Asimismo, no creía conveniente incluir más humo, más nicotina, más alquitrán, y si no tiene más porquería eso que se llama tabaco, en su organismo. Le bastaba con su roja sangre, con sus burdas venas y arterias para sonreír cada día. Algo falla. Lleva un tiempo sin sonreír. O sea, sin sonreír por dentro, con el corazón, no es correcto contar las veces que los músculos faciales originan una medio sonrisa, o una entera. Las sonrisas, como las lágrimas, no las de cocodrilo, las de verdad, se cuentan tal y como salen del corazón. Esto era una cosa que Beth tenía bien claro, pero los demás, a su alrededor, no parecían comprender la simpleza de lo complejo. Le bastaba con refugiarse en sus música, en su formato físico, siempre había amado a Springsteen y a U2. Parecían ser los únicos en entenderla, en estar de acuerdo con sus emociones, con lo simple sobre lo complejo. Había adorado durante años a cantantes que luego odiaría, o simplemente olvidaría, sin embargo, estos dos no se iban a borrar de su memoria nunca. Que por qué iba a ser así. No cabe en el mundo que ocurriera de otra manera. 
La revista rolling stone tardaba diez días más de lo normal en llegar al pueblo donde vivía, al este de Vancouver (suroeste de Canadá, para los no geógrafos), y aun así, viviendo con la actualidad musical en un retardo de diez días, a veces más, nunca menos, seguía comprándola, y leyéndola, y disfrutando. Le dio por descubrir a los irlandeses con trece años, y al instante los conectó a su cerebro (al cerebro del corazón), y ahí han tenido su apartamento particular durante años.
Del de la voz desgarrada se encandilaría más tarde, ya en plena adolescencia, sintiéndose una más entre todas esas groupies y fans atascadas en las puertas de sus conciertos, tan impotentes como neutralizadas por su amor hacia ese músico que aparece de la nada y enamora a medio mundo. Un cuarto de mundo se olvidará de él, pero Beth no, ella no.

Un alma pura, así era más o menos, no tocaba un solo instrumento, sin contar el par de trozos de canciones que había probado a tocar con su arañada guitarra, pero cantaba muy bien. No tenía una gran voz, pero lo hacía de tal manera, que lo realizaba a la perfección. Como si las mates no te cuestan pero no te salen solas, y en los exámenes sacaras un sobresaliente. La práctica no otorga la calidad, pero sí la precisión. La mayoría de la gente piensa que cuanto más tiempo realice uno x actividad mejorará más en dicha actividad. Pero eso es erróneo, lo que mejora es la precisión con que se realiza el acto, que sumado a la cualidad del sujeto y su disposición a la actividad, hacen cada vez el ensayo más pulcro, dando la sensación de inmediata mejora.
Ni los gatos ni los perros, desde que levantaba cincuenta centímetros del suelo dio a entender que su mascota ideal era un conejo, evolucionó a un periquito, un saltamontes, se simplificó a gusanos de seda, y acabo por perfeccionarse en su ardillo, que no tiene nombre, porque cada persona le llama de una manera distinta:
-Hola Hellman - entonó Joe metiendo el dedo entre dos varillas de la jaula - ¿cómo estás?
-No se llama Hellman - terció Jamie - se llama Cassie.
-Es macho - concluyó Beth.
-Elvis, se llama Elvis - gritó June desde el baño.
-No, no, no - volvió Joe - siempre se ha llamado Picasso.
-Pero si acabas de decir que se llamaba Hellman - reprochó Beth.
-Se llama Jamie y punto - finalizó el propio Jamie con una sonrisa y un cigarro en la boca.
-Aquí no se fuma - dijo Beth quitándole el cigarrillo y rompiéndolo.
-¿Pero qué haces loca? - gritó Jamie, haciendo un amago de juntar las dos partes del cigarro roto - no me lo rompas, que me lo fumo luego en la calle.
-Es para que dejes de fumar - sonrió Beth.


7 jul 2011

Ya no recojo testigos.

Y aun así, sabiendo él mejor que cualquiera, que mantenerse en la delgada barrera del cinismo sin llegar a asimilar la entrada en el nuevo espacio, actuó de tal manera que hubiera encabezado, de existir, una lista con los hombres más cínicos del planeta, sin complicaciones. Ya no es tiempo de detectives en gabardinas ni de espías encapuchados, ni de francotiradores apostados en ventanas de rascacielos. Hoy en día, lo que se puede denominar normal es vestir una cazadora barata y sentarse en una incómoda (o no) silla enfrente de un escritorio, sobre el que reposan una vaga pantalla de ordenador y su torre, un grisáceo bote con lápices de la empresa dentro, en una oficina. Lo que yo vengo a llamar oficinar, ser oficinista, u oficinario. No es de mucha inteligencia el saber que los sueldos no suben, que las metas no bajan, y que la gente no se mueve por miedo, por escalofríos, por temor a pisar la baldosa errónea. Y todo esto simplificado desde una manera onírica e inequívoca como es la que perfectamente podría ser de un señor altivo que maneja la sociedad de manera pulcra, y por consiguiente, eximiendo a esa misma sociedad de pulcritud.
Escatimar es cosa del pasado. El por defecto no tiene cabida en la actualidad, siempre domina el exceso, el exceso de cualquier cosa, desde una inestimable cifra de dinero a un derroche particular del tiempo. Nunca se acaba antes, sino después, tampoco se echa de menos, se echa de más; y de aquí a un paso allanamos el terreno a la explicación de los divorcios, las rupturas, y los deseos invencibles de establecerse como el rey de algo, el que predomina, vamos, un ser cínico en toda regla. Una batidora no suena por su propia decisión, es la conducta de otro la que la empuja a triturar las fresas y los melocotones.
Y un dromedario, metámonos en escena, un dromedario con una montera, o un sombrero de copa, bigote arqueado, como el de un hombre de los años sesenta, o sin cavilar más, un dromedario con un sombrero de copa y bigote de Dalí, con una capa a la espalda, o a la joroba, con una infinidad de colores, para llegar al punto sin encuentro en el que está en un jet privado de la armada sueca, viajando a Siberia con planes de dominar el mundo de forma sin precedentes, ahí estamos nosotros, sirviéndole el té muy frío, con guantes de seda, al señor dromedario.
Y un acomodado gestor de finanzas, con barriga de esa que se posee una vez has blanqueado el suficiente dinero como para tener una silla cómoda (mucho más de las que llegan a ser cómodas) con un chimpancé acariciándole la coronilla que los años han dejado al descubierto en una perfecta y redonda calva, mientras un burro le abanica con cañas de bambú. Se lanza a la boca un bizcocho más, que embarcará en su barriga, uniéndose a sus doscientos hermanos que antes de él fueron lanzados. Y un mondadientes hecho con diamantes, y un diamante echo con palillos. 
No nos engañemos, nuestra actualidad no es así.
Quizá de la de Jamie sí.
Pero Jamie cree en un gobierno digno, legítimo.
¿Por qué no hacerlo nosotros?

Fdo: Audrey Williams.

1 jul 2011

Batman y su república personal.

He aprendido a renunciar muchas cosas, la mayoría materiales; he aprendido a reír en momentos inoportunos; he aprendido a sobrellevar mis propias maneras; he aprendido que con tres palabras no se soluciona nada importante; he aprendido a nadar en el mar de personas; he aprendido a arquear interrogaciones y tomar café; he aprendido a soportar a las personas, a mis personas; he aprendido que me quedan unas cuantas por aprender a soportar, y otras tantas a las que dejar en la hondonada; he aprendido que el betadine no cura todas las heridas; he aprendido a contar hacia un lado, sin pares ni impares, sólo con tres dedos.
He aprendido a volar sin tachuelas; he aprendido a vivir sin prejuicios; he aprendido a freír huevos; he aprendido a ducharme sin mí mismo; he aprendido a escribir el alfabeto en sopas de letras; he aprendido a cargar contra puertas de armarios y prensas malheridas; he aprendido a menear las caderas, sin que ello conlleve nada sexual; he aprendido a cortar raíces; he aprendido a comer problemas; he aprendido que no se puede aprender a tragar los problemas después de comerlos, es imposible; he aprendido, por otro lado, que no hay nada imposible; he aprendido que el tiempo no transcurre en vertical; he aprendido a recitar dibujos: he aprendido a dibujar poesías y a escuchar medicamentos.
Ha aprendido a morirme tranquilo; he aprendido a cambiar destinos; he aprendido a viajar sin moverme un palmo; he aprendido a dar palmas con la nuca; he aprendido a distinguir personas de zombies; he aprendido a cantar surcos en tu piel; he aprendido a contar lunares; he aprendido a descontarlos; he aprendido a añadir ubicaciones: he aprendido a socializar las esculturas; he aprendido a guiar parapetos; he aprendido a ir en parapente; he aprendido a reír los chistes; he aprendido a sentir pena; he aprendido a morder sin dientes; he aprendido a desgarrar con la mente.
He aprendido a hundirme; he aprendido a resucitar; he aprendido a no toser tan fuerte; he aprendido a beber para no oír; he aprendido caras guapas; he aprendido a operar mi propio corazón; he aprendido a sumar celeridades; he aprendido a invertebrar tonalidades; he aprendido a romper lienzos; he aprendido a tomar cimas; he aprendido a conquistar el mundo; he aprendido a glosar conceptos; he aprendido a valorar mociones; he aprendido a usar verbi gratia; he aprendido a radiogenizar virtudes; he aprendido a tocar con los ojos; he aprendido a solapar miedos; he aprendido a afrontar discusiones; he aprendido a rehuir de los tiburones; he aprendido a vincular sesiones; he aprendido a mantenerme a flote; he aprendido a intentar; he aprendido a aislar pulmones; he aprendido a idolatrar fotones.
He aprendido a asolar a la humanidad; he aprendido a peinar rizos; he aprendido a reírme con la risa en persona; he aprendido a posar para lo escarlata; he aprendido a luchar contra los cigarrillos y la originalidad; he aprendido a correr en transversal; he aprendido a ver cuatro colores, y uno quinto de reserva; he aprendido a mirar hacia arriba; he aprendido que no hay vida después de la muerte, la vida sigue y la muerte solo es el punto medio; he aprendido a mirarla con ternura; he aprendido a sonreír con franqueza; he aprendido a violar tratados; he aprendido a respetarlo; he aprendido a beber del revés.

He olvidado como aprender; y para ello no he tenido que aprender a olvidar.