28 feb 2011

De indisciplinas indisciplinadas, y títulos de entradas irreverentes.

-¿Y cómo piensas solucionarlo, eh, George?¿Cómo narices piensas coser el roto que le has propinado al pobre e indefenso Mike, eh? Pero claro, tu eres George, sabes lo que haces, sabes que lo que haces está bien, o eso crees. Pues la verdad, George, es que eres un pedante y un cretino, además de gilipollas.

Esa fue la última vez que escuchó su voz, seguida del crujido del teléfono del otro al colgar. Todo estupendo. Nunca había tenido la oportunidad de encontrarse con Lilly de aquella manera, y ahora deseaba que aquel encuentro, meramente verbal, no se hubiera producido nunca. Estaba exhaltada, furiosa, no era para menos, acababa de hundir a su hermano, a Mike. No es que le hubiera asestado un golpe definitivo, bueno, qué demonios, lo había hecho, y ahora se sentía fatal, como ese cosquilleo maligno que te hurga en el estómago, su padre decía que se llamaba Remormidento, o Remordimiento, como se llamara. Ya no podía remar hacia el otro lado, en dirección contraria a las aguas, y al tiempo, imposible.

Y prometía constantemente no pasar en vela noches irreverentes e insignificantes, no sufrir con el frío que se agolpaba en el cristal de su ventana, dispuesto a colarse violentamente en la habitación cuando la ventilara. Y el sol había decidido esconderse un rato más, vaguear un poco más, como cada día de invierno, para poder descansar, tres meses de estío cansan a cualquiera, y más para aquel del que disponemos las veinticuatro horas al día, lo que pasa es que no lo buscamos, dejamos que él nos encuentre a nosotros, que nos ilumine. Todo muy bonito, pero es una bola de fuego gigantesca que según dicen, acabará por engullirnos a todos dentro de no sé cuántos millones de años.

Redibujo mi contorno en papel cebolla con rotulador, voy uniendo pieza a pieza de la cabeza justo hasta los pies. Y sigilosamente hilvano con mis manos los pedazos del patrón. Que me siente como un guante porque si no yo tiendo a desprenderme como un alfiler que nadie lo ve ni escucha caer. Descoserme como aquel botón que rodará bajo el sillón. Sin embargo voy y estrecho tanto el ancho que me cuesta respirar y me frunzo como acordeón y hasta me recojo en dobladillo. Cuando me da el punto bobo robo cremalleras con las que callarme, las penas con las que vestirme, las telas de las que desprenderme como un alfiler que nadie lo ve ni escucha caer. Descoserme como aquel botón
que rodará bajo el sillón.



George tenía tendencias de sastre, y no pudo evitar hacer un descosido.

18 feb 2011

De grandes vías y puertas en glorietas.



Rara era la vez que a George no se le ocurría algún plan divertido, por mucho que se tratara de acciones ilícitas, de esas que finalmente te ofrecían una moraleja para que no volvieras a recaer en ellas. Y como normalizaba cualquier cosa, rebajándola a un nivel que podemos llamarlo coloquial, vulgar, vamos, un nivel de colegueo. Si para él algo era posible, era realzar la figura de sus amigos por encima de la suya, sin destacar lo más mínimo, a primera vista. Pero claro, siempre algún entendido, o alguien de esos que se fijan mucho en partidos de fútbol y baloncesto, que se fijan en los detalles más mínimos, dándose cuenta de la vital importancia de estos detalles; que acababa por darse cuenta de que George era el alma, el espíritu, por decirlo de alguna manera, de aquellos viernes por la tarde. 

Y como era común entre sus amigos, acababa recibiendo mensajes, llamadas, consultas. Pero hoy George necesitaba estar solo, no por haber tenido uno de esos días duros en los que estás triste, sino porque tenía que comprarse una sudadera, y no necesitaba a siete personas para que le acompañaran. Quería elegirla él, no que lo hicieran sus siete amigos. No se quejaba de tenerlos, pero sostener a siete personas cada fin de semana puede ser agotador, o estúpido, depende del lado en que se mire. No hacía falta esmerarse en encontrar los secretos de George para darse cuenta de que aquella semana no le estaba yendo muy bien, sin razón aparente, o con ella.

George daba y regalaba, pero sin recibir nada a cambio, no lo necesitaba, claro está, pero siempre que ayudas mucho a los demás, por mucho que no quieras, siempre esperas que se te devuelva el cariño, la ayuda, aunque no la necesites, piensas en que por ética, comportamiento o educación, te lo deberían devolver. 

De esas paranoias y defectos estaba comenzando a ser víctima nuestro querido George.

-¿Quién es George?
-Ya deberías saberlo - carraspeó para que le saliera mejor la voz - George es ese que siempre nos ayuda y no recibe nada a cambio. Pobrecillo...
-No, no es nada pobre, tiene siete amigos.
-No, tiene siete personas a las que sostener, querido sobrino, no te equivoques.

15 feb 2011

De Georgia, del estado, no del país.



Resonaron las trompetas, y ahí llegó otra vez. Montaba en su elefante naranja, como de costumbre, y cuidadosamente acariciaba la cabeza de este, y le susurraba frases tranquilizadoras. Tachán, se abre el telón. Tachán, se cae el telón.
No era una de esas funciones triunfales, que cuando sales del teatro, con los labios secos de las palomitas, y con muchas ganas de ir al baño, te sientes diferente, como si de una u otra forma el espectáculo que tú y solo tú acababas de presenciar te hubiera aportado algo que ahora era esencial en tu vida. Tachán, llegó la pieza. Tachán, se desmorona el puzzle.
Sale un tucán, de repente, sin avisar. Nadie se fija que lleva una esvástica ceñida en un ala.
Tachán, se acabó la función.
Soplaron las cenizas, volaron las cenizas.

-Oye - me dijo uno que llevaba una gabardina azul.
-¿Qué? - respondí malhumorado.
-¿Te has fijado en el tucán? - me dijo.
Entonces vi la esvástica.
-¿Has visto que es de un color azul muy bonito? - me dijo.
-Es un tucán ciego - le dije.


5 feb 2011

De colinas adyacentes y criminales absueltos.



Los sábados por la mañana siempre le sabían a pelo enmarañado, corriente fría, y ruidos de aspiradora de algún familiar que había tenido la idea de ponerse a limpiar con un jaleo tal, que nadie en la vivienda podía quedar despierto. Tras dos o tres buenos días, aún en estado de trance, procuraba lavarse la cara con agua templada. Pero como el gas nunca estaba encendido, helada. Caía pesadamente en el sofá antes de oír las quejas de sus acompañantes, que le lanzaban palabras para que no se tirara así y que el sofá era nuevo de ese año y tenía que durar. Blah, blah, blah.
Se quedaba en silencio, aún no era el momento de gritarse los unos a los otros, no, esos instantes de discusiones internas estaban estipulados ingratamente para la hora de la comida, donde por ser sábado, abría un suculento cocido. Y a la semana siguiente iría a ver al teatro "Truculento". No sabía que día, había pagado la entrada y entregado la autorización. Aire pasivo, y un lavavajillas que para variar, se quejaba como si lo estuvieran torturando. 

Qué alegría, dormir cinco horas y despertarse en tal alboroto, de lavavajillas, aspiradoras, una cobaya que debía estar nerviosa, porque no paraba quieta, y una figura fantasmal que entra en su habitación sin cuidado alguno para buscar, a tientas en la oscuridad, y de nuevo, sin cuidado alguno, no sé qué objeto, que acaba por malhumorar al que está intentando disfrutar de uno de los días que más horas de sueño le ofrecen, porque el sábado por la noche también las ofrece, pero no hay que aceptarlas.
Interludios ruidosos que saben a un donut y a colacao en silencio.


Apocalipsis.
Histeria.
Mariposas y huracanes.
Otra vez escuchando ese disco, no se acordaba de que lo tenía, y ahora no se separaba de él. Por fin había encontrado ese algo, ese toque que te agarra y te dice: "Ahora lo entiendes todo". No son las guitarras ruidosas, el bajo nervioso, la batería. Ni la voz. Que no, nada de eso. De algún modo se había convertido en la banda sonora de su vida, de alguno de sus días.
No abandonaba la histeria de sus amigos electrónicos de Canadá, pero tenía que rendirse ante el trío de Devon, no por obligación, ni entrega, era lo que había que hacer. No se trataba de estar en silencio con música y pájaros en tu cabeza, tampoco de ir a Callao un día a las diez y equivocarte de lugar para luego no volver, que te hagan esperar tres cuartos de hora en algo en lo que has procurado llegar tan a tiempo, que ibas apurado. Apagón, la novena, antes de las mariposas y los huracanes.


Ya sabes, si parpadeas te lo pierdes, así que procura no parpadear con los oídos. Ríndete. Apaga el ordenador


-Tienes que limpiar tu cuarto.
Se reprimía, aún no tocaba levantar la voz. No tocaba ser maleducado, tampoco tocaba ser indecente, eso sólo ocurre a la hora de comer.

Mariposas y huracanes.
Mari-posas-y-hura-canes.



1 feb 2011

De colores azules, que resultan ser verdes en realidad.

Blah, blah, blah, blah.

Sólo era capaz de escuchar eso dentro de mi cabeza, no era capaz de obcecarme como otras tantas veces y hacer caso omiso al tintineante y espantoso murmullo que inundaba la habitación.

Si Kant pudo, yo puedo...

Nada más lejos de la realidad, aquel reloj misteriosamente parado en las diez y cuarto, que seguía emitiendo un agudo tic-tac, espantoso, horrible. ¡Silencio! Diez segundos después volvía el sonido, volvían los gritos. ¡Callaos! 
Hoy me tocaba hacer una reverencia a esos latinismos que nos han quedado, como Ex aequo y esas expresiones que quieras o no han conseguido permanecer más tiempo en el mundo que cualquier persona en la mente humana. Lámparas de lava, camisetas centrifugadas en lejía. Publicidad escasa en canales que se creen superiores por invadir las entrañas de la sociedad de forma total y asquerosamente deliberada. No piden permiso, es más, no lo necesitan. Silencio, por favor...

Mañanas empañadas, en su punto de cocción exacto. Mañanas al dente. Peinado extravagantes, saltándose horas de estudio y cayendo en bailes tribales llenos de suciedad y andrajosos individuos. Reverencias al latín, pensamientos irrelevantes a conversaciones adyacentes a un único y común objetivo. Personas inherentes a otras, personas despiadadas, dulces. Chucherías y candiles rojos que no alumbran más allá de tu nariz, para que solo puedas pensar en ti mismo. Camuflaje de cebra, de tigre. Tardes alegóricas, símiles que se convierten en realidades, que engañan y atraen atenciones que no se merecen. Mecheros que caen desde la grada. Espectáculo, dinero.

Juegos de azar secuenciados y analizados para completar una jornada de victoria total. Juegos de habilidad mental. Ajedrez nocturno sin luces. Oscuridad que no tiene nada que envidiar a las telarañas de una mente anciana. Ochenta y dos cigarros en fila, preparándose para la ignición, entrando en pulmones de colores y luces, o sin nada, solo esa oscuridad que nada tiene que temer y que tanto se hace respetar. Lo gana todo, lo pierde todo.

Olvidadizos recados de compra, barras de pan que nunca están bien hechas, rectángulos irregulares, cuadrados gigantescos. Cubos de agua muy fría. Corazones helados.
Improvisación, asquerosa improvisación.


Gritos envasados al vacío que revientan, al fin.