5 feb 2011

De colinas adyacentes y criminales absueltos.



Los sábados por la mañana siempre le sabían a pelo enmarañado, corriente fría, y ruidos de aspiradora de algún familiar que había tenido la idea de ponerse a limpiar con un jaleo tal, que nadie en la vivienda podía quedar despierto. Tras dos o tres buenos días, aún en estado de trance, procuraba lavarse la cara con agua templada. Pero como el gas nunca estaba encendido, helada. Caía pesadamente en el sofá antes de oír las quejas de sus acompañantes, que le lanzaban palabras para que no se tirara así y que el sofá era nuevo de ese año y tenía que durar. Blah, blah, blah.
Se quedaba en silencio, aún no era el momento de gritarse los unos a los otros, no, esos instantes de discusiones internas estaban estipulados ingratamente para la hora de la comida, donde por ser sábado, abría un suculento cocido. Y a la semana siguiente iría a ver al teatro "Truculento". No sabía que día, había pagado la entrada y entregado la autorización. Aire pasivo, y un lavavajillas que para variar, se quejaba como si lo estuvieran torturando. 

Qué alegría, dormir cinco horas y despertarse en tal alboroto, de lavavajillas, aspiradoras, una cobaya que debía estar nerviosa, porque no paraba quieta, y una figura fantasmal que entra en su habitación sin cuidado alguno para buscar, a tientas en la oscuridad, y de nuevo, sin cuidado alguno, no sé qué objeto, que acaba por malhumorar al que está intentando disfrutar de uno de los días que más horas de sueño le ofrecen, porque el sábado por la noche también las ofrece, pero no hay que aceptarlas.
Interludios ruidosos que saben a un donut y a colacao en silencio.


Apocalipsis.
Histeria.
Mariposas y huracanes.
Otra vez escuchando ese disco, no se acordaba de que lo tenía, y ahora no se separaba de él. Por fin había encontrado ese algo, ese toque que te agarra y te dice: "Ahora lo entiendes todo". No son las guitarras ruidosas, el bajo nervioso, la batería. Ni la voz. Que no, nada de eso. De algún modo se había convertido en la banda sonora de su vida, de alguno de sus días.
No abandonaba la histeria de sus amigos electrónicos de Canadá, pero tenía que rendirse ante el trío de Devon, no por obligación, ni entrega, era lo que había que hacer. No se trataba de estar en silencio con música y pájaros en tu cabeza, tampoco de ir a Callao un día a las diez y equivocarte de lugar para luego no volver, que te hagan esperar tres cuartos de hora en algo en lo que has procurado llegar tan a tiempo, que ibas apurado. Apagón, la novena, antes de las mariposas y los huracanes.


Ya sabes, si parpadeas te lo pierdes, así que procura no parpadear con los oídos. Ríndete. Apaga el ordenador


-Tienes que limpiar tu cuarto.
Se reprimía, aún no tocaba levantar la voz. No tocaba ser maleducado, tampoco tocaba ser indecente, eso sólo ocurre a la hora de comer.

Mariposas y huracanes.
Mari-posas-y-hura-canes.