26 oct 2010

De cómo intentar llegar a la luna. (Parte II)

Bueno, ¿Por dónde íbamos? Ah sí, por cuando Chuck y su perro me hicieron la visita inesperada, o no tanto, porque casi todas las madrugadas daban un pequeño paseo para refrescarse. Pero lo cierto es que Chuck adoraba la tranquilidad, y normalmente en nuestra calle suele reinar sobre las dos y media de la madrugada. Al lado de mi se encontraba una pequeña silla de jardín que le sirvió como asiento a mi vecino.
-Una noche fresquita - me dijo, con ese toque de humor sarcástico que tenía.
Yo no hice otra cosa que asentir levemente, mientras Cocker me lamía la mano como un descosido.
-¡Baja de ahí, joder!
Cocker acató en silencio la orden de su amo y se saltó de mi regazo, alejándose unos cuantos metros para tumbarse y mirarnos.
-¿Qué tal lo llevas? - me preguntó.
Y esa era la clase de pregunta que no quería oír, pero por ser Chuck, no me importaba que la hiciera, porque sabía que el no lo hacía por compasión o por aparentar. Me preguntaba de verdad.
-Ahí lo llevo...
Una pequeña brisa y un lejano ruido de motor nos indicaba que un vehículo se acercaba. Era una moto, paso de largo a gran velocidad, montando un gran estruendo. Yo no sabía cual era el piloto, pues iba vestido de pies a cabeza con un negro azabache que casi lo convertía en invisible a estas horas de la noche.
Pero Chuck sí sabía de quién se trataba.
-Maldito Figgins, siempre hace lo mismo. Empiezo a sospechar que lo hace por molestar.
Figgins era el hijo de la señora Rovendahl, que vivía al girar la esquina. Es cierto que a menudo pasaba por allí y yo lo veía, peor nunca lo había visto pasar en moto a esa velocidad. quizá porque no acostumbraba a salir al jardín a las tres de la madrugada a mirar la luna. Quizá porque antes no me costaba dormir de un tirón. Pero ahora me cuesta, y mucho. Me cuesta coger el sueño, meterme en la cama haciendo acopio de mis fuerzas y mi voluntad, me costaba conciliar el sueño, dar vueltas en la cama. Y si no me desvelaba en algún momento una vez dormitaba, era un verdadero milagro.
Pero bueno, ahí me hallaba, y acompañado, que ahora rara vez lo estaba. Y lo agradecía, pero en su justa medida.
No me gusta que se apiaden de mi, y aunque Chuck se interesaba por mi estado de ánimo, físico y mental, el estar el uno al lado del otro en silencio resultaba demasiado incómodo hasta para Cocker, que nos miraba con tristeza, y no porque no pudiera subirse en mi regazo, si no porque era consciente de la tensión que se palpaba, y que tanto Chuck como hasta llegábamos a forzar el hablarnos para no tener que estar en silencio total todo el rato.
La verdad es que desde que me leí La llamada de lo salvaje de Jack London valoro más a los perros.
Y de nuevo el silencio se hizo un hueco en la visita y estuvo con nosotros durante más de diez minutos. 
Hasta que decidí echarlo de allí, comenzando a hablar de béisbol, eso nunca fallaba con Chuck.
Y no falló.
Fue la medicina perfecta, no recuerdo una charla más animada que haya tenido a las tres de la madrugada.
También es cierto que han sido pocas las que han tenido esta característica.


19 oct 2010

De cómo intentar llegar a la luna. (Parte I)

Y es que ahí esta, completamente redonda.
No tenía  otra cosa que hacer que salirme un rato al jardín de mi casa, tomarme un café, y mirar a las estrellas. Bueno, a las estrellas no, porque el cielo está totalmente negro y lo único que se puede ver es la luna, más grande y blanca de lo normal.
Como refrescaba (que ya era hora de que el maldito frío llegara) tuve la sensatez de coger una manta antes de salir a la intemperie. El barrio estaba en silencio, como debía ser a las tres de la mañana.
Pero el sonido de unos pasitos y un bufido el que me reveló que tenía visita. Cocker, el sharpei de mi vecino, comenzó a acercarse hacia mi bastante deprisa. Le tenía cariño y el me lo tenía a mi. Se subió en mi regazo y se acurrucó. Aún no era demasiado mayor (tenía tres años) ni pesaba demasiado como para que no lo pudiera sostener. Además, dolerme, en mi pierna izquierda, no me iba doler.
Como ya me había figurado, su amo, el viejo Chuck, no andaba muy lejos, y en unos pocos segundos se encontraba atravesando mi jardín hacia nosotros. Chuck era de los pocos a los que le había contado lo de mi accidente, y no es porque no tuviera más remedio (me vio saliendo de casa a recoger el periódico), sino porque con él tengo la suficiente confianza como para contárselo.
Chuck ya llevaba viviendo veinte años en el barrio antes de que yo llegara, hace diez. Vivir treinta años en una misma casa no es poco, o quizá si. Bueno, es que no estoy seguro de cuánto tiempo se necesita vivir en un mismo lugar para poder decir que se ha vivido mucho tiempo allí.
Bueno, el caso es que treinta años llevaba viviendo en su casa Chuck, más que mi edad, que sumaba veintiocho. O sea, que dos años antes de nacer yo, Chuck ya vivía en su casa.
Y me estoy desviando demasiado del tema central, que era la repentina (o no tan repentina) visita de Chuck y  Cocker.
Pero creo que ya he escrito sobre mi historia demasiado tiempo hoy, así que dejaré la historia para el próximo día, si es que aguantáis la espera.

Fdo: Eliott Williams.

17 oct 2010

De cómo dividir dos entre tres.

No se por qué cerré los ojos y apreté los dientes. Quizá me esperaba que las piernas se me abrasaran bajo el ardor del té que acaba de derramarse en mi pierna izquierda.
Ah bueno, no me acordaba que esa era la pierna que tenía insensibilizada de por vida - perdonad si os amargo el día, pero es que mi historia es así - de modo que ninguna quemadura me podría doler.
Y el caso es que hubiera deseado que aquello me doliera, que sintiera la piel ardiendo y hubiera tenido que correr al baño a echarme agua fría, y haber podido observar y sentir la ampolla rozar con el calzoncillo y el pantalón cada vez que me vistiese e hiciera el acto contrario. Pero correr no podía, y tampoco sentir como la ampolla me rozaba. Una mierda en toda regla, sí señor.
Aunque si algo hubiera deseado es que si me hubiera quedado sin pierna fuera por amputación, porque por lo menos no tendría que ver aquella ampolla sin poder sentirla, por lo menos no habría una pierna que tocar y sólo sentir el tacto en la mano.
Ya se que últimamente me estoy volviendo muy asqueroso, pero es que no tengo más remedio, más me vale intentar serlo ahora, que tengo una razón.
Y después de haberme pasado la mañana sin poder llorar de dolor no tuve otra cosa que hacer que ponerme un disco de R.E.M. que lo único que hizo fue deprimirme más, para qué las prisas.
Pero me deprimió porque recordaba cómo bailaba esas canciones, como estas me hacían levantarme y comenzar a moverme al son de la música.
Y lo único que tenía en la estantería era rock clásico: un poco de R.E.M., otro poco de Police, Rolling Stones, U2, Kiss, Deep Purple (de cuando pegaron bien fuerte). Y siempre que mi amigo Houston (de nombre, no de apellido, que todas las personas me lo preguntan) me decía que dónde estaban los Beatles ahí.
-Es que lo americano no me va mucho - dije.
-Ah bueno - sarcasmo en su voz - menos mal que son de Liverpool, que si no...
Todo eso me lo podía decir cuando vivía aquí, en Milwaukee, pero desde que se mudó a California he carecido de consejos musicales. Y sigo sin escuchar mucha cosa americana, no se por qué. Y yo que me consideraba patriota cuando serví un año y medio en el ejército, hasta que la miopía me impidió ir a Pakistán (gracias a dios).
Y sin embargo ya apenas me acuerdo de él, sólo cuando escucho música. Es muy triste, porque fuimos siete años juntos al instituto, y luego la universidad nos separó bruscamente.
De vez en cuando disfruto de algún e-mail suyo, pero todavía no me he atrevido a contestarle que carezco de sentido en la pierna izquierda, que ya no puedo caminar, ni correr, que un gilipollas hizo lo propio en la carretera y el acabó muerto y yo, casi peor.
Es una angustia tremenda el saber que nada en tu vida va a ser igual, que ya no podrás salir a correr por el barrio, que los viajes del trabajo se acabaron, es más, rezo porque el trabajo no se haya acabado. Me gustaría poder volver a la empresa y que nadie me mirara con la cara desencajada, que mi jefe no me hiciera un trato especial, ni ningún otro empleado.
Pero es que esto es así, y se que algún día me tocará recibir mil "lo siento" y otros tantos "es terrible" o algún que otro "no te preocupes que ya lo hago yo" o "¿te ayudo?".
Es un asco terrible, creedme.

15 oct 2010

De cómo entrar al Fnac sin ser visto.

-Mira, te voy a enseñar las mejores portadas.
-Deja de cojear.
-Me cagüen...
-¡Mira que frío!
-------------------
-Esta es (Plastic Beach).
-¿Cuál?
-¿No la conoces?
-No
-Muérete
-¡Mira que frío!


Anda que no me has dado la vara con la manita, señorita (Y no señora, que me pegas).

12 oct 2010

De cómo son ya cincuenta.


"Como siempre: lo Urgente no deja tiempo para lo Importante."

11 oct 2010

De cómo elaborar un plan infalible.


De vez en cuando la memoria me permite recordar aquellas zapatillas azules que se encontraban en un rincón del escaparate, aquella mañana de abril, fría, fresca y limpia, aquel gorro de colores con una borla lila, aquella esquina en la que un vagabundo decía que no tenía para comer, aquel edificio de color negro desde el que los ricos miraban por la ventana como la gente normal hacía sus cosas normales, aquella chaqueta de cuero que un motorista llevaba, aquel huevo que se rompió al tocar el suelo de mi cocina, pero nunca, nunca, la recuerdo a ella.


9 oct 2010

De cómo explicar lo bien que te lo pasaste aquel sábado.



Sin embargo, aún no entiendo como la naturaleza puede regenerarse, si se supone que la estamos matando.

6 oct 2010

De cómo cortar jamón sin rebanarte piel de la mano.

Image By: Charles Golden Walrus


Porque nosotros somos los únicos que abrimos las interrogaciones, los demás idiomas las cierran. Al igual, abrimos exclamaciones, avisando de la acción antes del final de la frase.




5 oct 2010

De cómo tirar cohetes artificiales sin sufrir quemaduras u otro tipo de heridas cutáneas.

Image By: Charles Golden Walrus

¿Por qué siempre lo erróneo abarca la mayoría y lo correcto corresponde a la minoría, a la excepción?

4 oct 2010

De cómo estallar en mil pedazos.

Image By: Pablus Bibidibabidibú.


"Pero como sabe que se trata de un bar francés, tiene a su disposición otras reglas interpretativas del ambiente: busca una escalera que descienda al sótano. Sabe que en todo bar parisino que se respete, allí están los lavabos y los teléfonos."

3 oct 2010

De cómo hablar a las paredes.

Sin duda alguna puedo decir que ese día fue le más largo de toda mi vida, además de aburrido, soso, insípido, monótono y demás adjetivos que describen el aburrimiento.
La pizza que pedí estaba buena, pero no magnífica, que era como yo me la imaginaba. Esperaba encontrarme la pozza perfecta esperando a que servidor le hincara el diente tras haber estado comiendo papillas y mejunjes en el hospital.
¿He dicho pozza? Oh, perdón, creo que resulta obvio lo que quería decir. 
Bueno, el caso es que aquella PIZZA (ahora sí) no me supo bien, es más, ni siquiera me supo, a lo mejor me había acostumbrado a aquellas papillas y mejunjes.
Tras no haber disfrutado de mi cena y haberme gastado siete dólares en ella, decidí ver la tele, por fin sin tener que meter monedas para hacerlo. 
Cuando me quise dar cuenta de que todavía estaba sentado en aquella incómoda silla con dos ruedas a los lados, y que podía haberme sentado en el sofá, ya eran las doce, y me dio tal pereza la idea de levantar mi cuerpo para moverlo hacia aquel mullido asiento, que no lo hice.
Y más tarde me arrepentiría, créanme.
Y así es como fue mi primer día, que ni siquiera fue un día, sino unas horas, pero que me parecieron en verdad veinticuatro.
Menudo aburrimiento de fin de semana me esperaba, lo único que podía hacer era deprimirme al pensar en que al día siguiente no podría salir a correr por la mañana como me había acostumbrado a hacer.

De cómo engañar a una rana y no morir en el intento.

Dos semanas más tarde, en silla de ruedas claro, salí de aquel antro al que llamaban hospital, donde gente lloraba en los pasillos y el silencio se adueñaba de cada habitación.
Lo primero que hice, claro está, fue ir a mi casa. Un doctor me quiso ayudar "voluntariamente" a llegar a mi casa, y a saber cuánto le pagaban por hacerlo.
Bueno, el caso es que acepté su ayuda, porque todavía no me sentía a gusto en aquella silla y la confianza no había florecido en mi interior lo suficiente como para que me atreviera a empujar mi silla durante treinta minutos.
Al llegar a mi calle le indiqué al agradable doctor qué chalet era el mío, y tras llegar a la puerta, soltó:
-Bueno, piense que ahora podrá aparcar sin problemas.
Al oírle reír me pareció escuchar al mismísimo diablo. Le contesté con cara de malas pulgas y tras unos segundos de silencio le di las gracias a regañadientes y el ahora desagradable doctor se marchó.
-Menudo gilipollas - murmuré mientras abría la puerta.
Olía a cerrado, así que lo primero que hice fue abrir un par de ventanas par que el aire circulara adecuadamente.
Casi se me hacía extraño volver a estar en mi salón, y al ver un libro en la mesa me acordé de que empecé a leerlo justo antes de salir a trabajar, justo antes de que ocurriera Eso.
Prefiero llamarlo Eso, aunque se que esconde la verdad, y ello me convierte en un cobarde que no acepta lo que le ocurrió, pero me siento más a gusto diciendo Eso.
En la nevera había un par de cosas, y aunque no tenía ganas de comer nada, me tomé un yogur. Tuve que tirar varios productos porque habían caducado, así que tendría que hacer la compra en algún momento del día, y eran las siete y media de la tarde, así que no disponía de mucho tiempo.
Pero es que la idea de que todos los vecinos y conocidos que iban al mercado empezaran a preguntarme y preguntarme y compadecerse de mi no me animaba mucho a salir de mi pequeño chalet.
Pero bueno, siempre me han gustado las pizza, y que me las traigan a casa también. Ya no tengo que salir de casa hoy, mira por donde, que desgracia.
Desgracia en todo sarcástico, que conste.