12 abr 2012

-I'm just a poor monkey.


La última vez que entré en una estación de metro, concretamente en Waterloo, en medio de uno de los pasillos que conectaban los andenes con el vestíbulo, me topé con un pequeño mono que estaba mendigando. Fumaba Marlboro y vestía una chupa de cuero desgastada por la tristeza, abierta, dejando ver su escuálido cuerpo, y unos vaqueros granate desgarrados por los años y la suciedad. Un colgante en forma de rombo le coronaba el pecho desnudo. Le faltaban la mitad de los dientes y sus ojos parecían ventanas vacías, inertes. A su lado había un pequeño trozo en el que tan sólo había escrito una palabra: ayuda. Había colocado su negro bombín en medio del pasillo, para que al pasar te fuera imposible ignorarlo. En su interior descansaban unas cuantas monedas y algún que otro billete pequeño que se escondía entre ellas.

Supuse que se había escapado del zoológico de la ciudad, y que tras vagar por los suburbios de Londres y cruzar el Támesis, había acabado en aquel lugar, sin saber muy bien que hacer, y sin una vida que vivir.

Pensé que todo aquello eran alucinaciones mías, que nada de aquello existía, y, que cuando entrar en un vagón y me precipitara por los oscuros túneles subterráneos, la escena desaparecería y se quedaría en nada más que una aparición macabra, un sinsentido causado por la falta de sueño. Pero al mirar a mi alrededor no vi personas, no vi a hombres que al igual que yo se apresuraban a llegar al trabajo con sus maletines elegantes, ni a mujeres que tranquilamente llevaban a sus hijos a un colegio que se encontraba en los alrededores de la siguiente estación de la línea, ni a estudiantes y guardias de seguridad. Aquel pasillo estaba lleno de monos que habían suplantado a todas aquellas personas.
Sentí miedo, pánico, una imperiosa necesidad de escapar de aquel terrible lugar, de aquella salvaje escena practicada con una endemoniada exactitud a las siete y media de la mañana.

Pero al mirar mis manos, con largos dedos y uñas destrozadas y una mata de pelo en el dorso comprendí que yo también era uno de aquellos londinenses.