Creer en el
destino significa creer fervientemente en que caerás con total seguridad en las
trampas pertinentes que aguardan con gran paciencia tu llegada. Un cepo que se
cerrará sobre tu tibia y peroné clavándote las afiladas garras metálicas de los
consejos ignorados. Una gran máquina del tiempo estropeada que solo sirve para
mirar hacia atrás, al pasado, pero no poder volver a su cálida y leve
protección. Una gran rueca que no hila otra cosa que no sean los años
posteriores a tu comodidad, donde esta se verá terriblemente puesta a prueba
por esas trampas, todas imaginarias, psicológicas, pero imposibles de esquivar.
No se puede saber con certeza absoluta qué trampas serán, simplemente cuando
caigas en ellas serás consciente del irrevocable error, y no tendrás más
remedio que mirar hacia delante.
Intentarás
trazar una parábola que evite la premonición, pero está se adelantará
provocando la colisión inmediata. El futuro es más inteligente, aunque empiece
despacio.
Y la marcha
atrás se verá sorprendida en medio de la escapada, en tu retina se grabará el
extraño y surrealista momento en que la pérdida de memoria comenzará a aflorar
en la última gran trampa enviada por esa gran incógnita. Pensarás en retenerte
a ti mismo, en enfrentarla, sin arma alguna, con todas las dudas salpicando tu
interior. Te sorprenderás aceptando la cruda vía que se te ofrece, al otro lado
del andén. Y una vez en el interior del tren, nada será lo mismo.
Todo serán
nubes negras, esperando a descargar su electricidad sobre tu indefensa columna,
atacando con el finiquito del contrato de tu vida, con la dimisión imposible,
con la realidad inhumana, azotando con fuertes vientos tus neuronas, haciendo
que se disuelvan como polvo en la frágil brisa estival. Podrás elegir el asiento
que quieras para asistir como espectador a tu ejecución.
Elegiste un
camino estrecho y moribundo, con un olor acre a vinagre, sin árboles frondosos,
desierto, como la espina de un animal extinguido. Lo árido se volverá tan
asquerosamente familiar que no quedará más remedio que aceptar la lluvia como
un milagro repentino, y lo espontáneo como algo impensable. La originalidad se
inclinará a los pies de la hipocresía grisácea de la mediocridad, tumbada en un
sofá con aires de grandeza.
Pensarás,
entonces, que el camino se ha acabado, que por fin ha llegado a su sorprendente
final, donde no hay nada: una hondonada blanca de un salvaje precipicio, donde,
tras caer en la tentación de dar el dudoso paso adelante, precipitado como una
televisión lanzada desde la ventana de un quinto piso, acabarás flotando a
medio metro del suelo, como causa de lo intangible.
Levitarás
hasta que tu rumbo sea virado hacia el sur. Y como todo el mundo conoce, e ignora,
en el sur hallarás el final. Y el fin es un nuevo inicio.