28 ene 2012

VII - A Continuous Dancefloor.


Me enseñaste que el hielo podía romperse, el cristal resquebrajarse, las sonrisas desarmarse. Me enseñaste que el miedo podía abolirse, que el atropello podía omitirse, que las olas podían oírse. Me enseñaste que los gritos pueden sentirse, que la tragedia puede mascarse, que la tristeza puede maquillarse.
Pero nunca, nunca me enseñaste, que un corazón puede maquillarse, mascarse, sentirse, oírse, omitirse, abolirse, desarmarse, resquebrajarse, romperse, y mil y un verbos más.

Tampoco me enseñaste que a la vez que odiarte, podía amarte.

11 ene 2012

VI - La puerta que buscas no existe.



Creer en el destino significa creer fervientemente en que caerás con total seguridad en las trampas pertinentes que aguardan con gran paciencia tu llegada. Un cepo que se cerrará sobre tu tibia y peroné clavándote las afiladas garras metálicas de los consejos ignorados. Una gran máquina del tiempo estropeada que solo sirve para mirar hacia atrás, al pasado, pero no poder volver a su cálida y leve protección. Una gran rueca que no hila otra cosa que no sean los años posteriores a tu comodidad, donde esta se verá terriblemente puesta a prueba por esas trampas, todas imaginarias, psicológicas, pero imposibles de esquivar. No se puede saber con certeza absoluta qué trampas serán, simplemente cuando caigas en ellas serás consciente del irrevocable error, y no tendrás más remedio que mirar hacia delante.

Intentarás trazar una parábola que evite la premonición, pero está se adelantará provocando la colisión inmediata. El futuro es más inteligente, aunque empiece despacio.

Y la marcha atrás se verá sorprendida en medio de la escapada, en tu retina se grabará el extraño y surrealista momento en que la pérdida de memoria comenzará a aflorar en la última gran trampa enviada por esa gran incógnita. Pensarás en retenerte a ti mismo, en enfrentarla, sin arma alguna, con todas las dudas salpicando tu interior. Te sorprenderás aceptando la cruda vía que se te ofrece, al otro lado del andén. Y una vez en el interior del tren, nada será lo mismo.

Todo serán nubes negras, esperando a descargar su electricidad sobre tu indefensa columna, atacando con el finiquito del contrato de tu vida, con la dimisión imposible, con la realidad inhumana, azotando con fuertes vientos tus neuronas, haciendo que se disuelvan como polvo en la frágil brisa estival. Podrás elegir el asiento que quieras para asistir como espectador a tu ejecución.

Elegiste un camino estrecho y moribundo, con un olor acre a vinagre, sin árboles frondosos, desierto, como la espina de un animal extinguido. Lo árido se volverá tan asquerosamente familiar que no quedará más remedio que aceptar la lluvia como un milagro repentino, y lo espontáneo como algo impensable. La originalidad se inclinará a los pies de la hipocresía grisácea de la mediocridad, tumbada en un sofá con aires de grandeza.

Pensarás, entonces, que el camino se ha acabado, que por fin ha llegado a su sorprendente final, donde no hay nada: una hondonada blanca de un salvaje precipicio, donde, tras caer en la tentación de dar el dudoso paso adelante, precipitado como una televisión lanzada desde la ventana de un quinto piso, acabarás flotando a medio metro del suelo, como causa de lo intangible.

Levitarás hasta que tu rumbo sea virado hacia el sur. Y como todo el mundo conoce, e ignora, en el sur hallarás el final. Y el fin es un nuevo inicio.