Comenzó a llover, sin más, sin un aviso, sin nada que nos hubiera indicado que el agua sería una más en el viaje. No resistieron mucho las ventanas antes de empañarse e impedirme ver por qué parte del trayecto íbamos. De vez en cuando usaba la manga para hacer un círculo entre el vaho y poder mirar el exterior sin tener que preocuparme por volver a hacerlo de cinco en cinco minutos, más o menos.
Más que menos que más. Richard y su padre dormían apaciblemente, y la verdad no me importaba en absoluto. Cuando uno trabaja en una empresa de ventas, se acostumbra a viajar solo, pero en todo momento te sientes respaldado por la empresa, por tus compañeros. Sin embargo, este no era un viaje por negocios, trabajo o deber, si no por puro placer. Pocas veces había viajado por placer. Quiero decir, a sitios que hubiera querido ir sin tener que viajar por trabajo. New York, Los Ángeles, San Francisco, Seattle, Florida, San Antonio, Dallas, Michigan, Indiana, New Orleans, Washington D.C., Vancouver...
Esos eran la mitad de los sitios a los que había viajado por trabajo en Estados Unidos. París, Roma, Barcelona, Londres y Oslo habían sido mis únicos destinos fuera de casa, y no me puedo quejar, no hay mucha gente que pueda presumir de haber visitado tantas ciudades en su propio país y otras tantas fuera. Pero el año pasado decidí parar. El cansancio empezaba a mellar mi moral y mis ganas de todo. Así que abiertamente, sin tapujos, me planté en la puerta de mi señor jefe y le pedí que me cambiara a ventas locales, aquí, en Wisconsin. Accedió encantado, alegando que había sido la única persona en pedir un cambio así, en vez de un aumento, un ascenso, o viajar a una ciudad.
Así que este era mi primer viaje en un año, y viajaba por placer. Claro está, no es comparable la comodidad de mis viajes en avión, a veces en primera clase, con un autobús chirriante e incómodo como este. Pero no me importaba, viajaba por placer, iba a visitar una ciudad que llevaba toda la vida queriendo ir, ya hora, en invierno, todo estaría nevado. No es loa misma nieve la que hay en Wisconsin, que no dura un suspiro y viene acompañada de muchísimo frío, que la nieve de Montreal, que es fresca, el clima el adecuado, y no hace falta que el termómetro baje quince grados para que la gente comience a sacar sus estufas y a encerrarse en casa.
Con lo fácil que es ponerse un abrigo bien calentito, un gorro, guantes, botas, y disfrutar de lo blanco, antes de que con las pisadas y al suciedad pase a ser marrón. Mis vecinos son todos unos sosos, que sólo saben seguir las pautas habituales, en verano, sacar la mesa y sillas, beber limonada en ropa corta, y en invierno, encerrarse. Hay que saber disfrutar lo bueno de cada tiempo. Hay que apreciarlo. Y creo que ahora que he sobrevivido a un accidente de tráfico brutal, aprecio más las cosas.
No pasó mucho tiempo hasta que tuvimos que hacer el primer alto, alguien había devuelto y había dejado todo perdido, de modo que nos bajamos en un área de servicio y aprovechamos para tomarnos algo calentito. Tenía quinientos dólares en la cartera, de modo que más de un capricho podría otorgarme sin preocupaciones. Mientras limpiaban y aireaban el autobús, fui a la barra del bar y pedí un café bien calentito, son leche y tres cucharadas de azúcar. Pude disfrutarlo durante media hora, que es lo que tardaron en dejar más o menos decente el autobús. Volvieron a subirme, y Richard y su padre seguían durmiendo. Me acomodé en mi asiento, saqué una manta de mi mochila, y me dispuse a quedarme dormido yo también, pero no pude. El café me había dado más energía de la que ya tenía, de modo que intenté hacer sueño leyendo un poco. Nada, ningún avance. Finalmente, tras dos horas pensando, leyendo, organizándome un poco las cosas que haría, volviendo a pensar, escuchando un poco de música, conseguí dormirme.
Y hasta que no volvimos a pararnos no me desperté.
Un pueblo muy feo se alzaba a través de los cristales empañados, todas las casas eran grises y uniformes, las calles formaban una cuadrícula, y al fondo, en una gran colina, se hallaban las ruinas, muy conservadas por cierto, de un antiguo castillo medieval.
Como no había una cantidad copiosa tiempo, no pude ir a visitar las ruinas, aunque me hubiera gustado mucho hacerlo, me gusta hacer turismo, y cuando viajaba, el trabajo me dejaba muy poco tiempo para poder relajarme, tomar un respiro y hacer turismo, ver las ciudades que visitaba.
Pasaríamos la noche en la carretera, de modo que habría que esforzarse por concentrar el sueño entre bamboleos, botes, chirridos y giros, acelerones, frenos, pitos, de todo. Opté por no tomarme ningún café para ir cansándome poco, en un día estaría en la frontera y podría dormir en la cama de un hostal que había pagado junto al viaje.