5 dic 2010

De cómo es tan cierto y a la vez tan falso.

Chris, mi gran amigo de la infancia.

Así titulaba la historia cada vez que la contaba. Matthews de apellido, su padre era escultor, y su madre dependienta de una tienda de perfumes, que siempre le hacía descuento a la mía, por eso de ser amigas.
Su madre se marchó cuando él tenía siete años y de tanto tiempo que pasó con su padre se le contagió la vena artística y a los dieciocho años se fue a vivir a Canadá. A menudo me enviaba fotos sobre las esculturas de hielo que realizaba o sobre sus excursiones a las montañas de hielo. Recibía cartas, postales, christmas en navidad, fotos, más fotos, textos, incluso una vez recibí una caja de bombones canadienses (que por cierto estaban amarguísimos, con lo poco que a mí me gusta eso).

Hasta que un día me invitó a ir a verle a Vancouver (aprovechando uno de mis viajes de negocios). Y acepté. Pero cuando llegué allí, a la calle, al piso donde se suponía que él residía, me encontré una carta al lado del felpudo con mi nombre (carta que aún guardo) y que así decía:

Querido Eliott,

Siento no haberte podido abrir la puerta de mi acogedora casa, pero un caso de extrema urgencia me ha obligado a abandonar la ciudad, y quién sabe si volveré algún día. Las llaves están guardadas en la tercera maceta de la derecha, por si quieres pasar unos días, si no es así, te agradecería mucho que te las llevaras, por si alguien las descubre algún día, para que no pueda entrar.
Lo siento mucho, de verdad, espero que podamos vernos en un futuro no muy lejano, en cualquier lugar, por muy escaso que sea el tiempo que tengamos.

Un abrazo afectuoso.
Chris.

Y ahora, tres años después de aquello, tres años sin recibir fotos, sin recibir postales, textos, tres navidades sin christmas suyos, aunque yo se los enviara, me vuelvo a acordar de él. 

En apenas unas horas llegamos a la frontera, una azafata me acompañó amablemente hasta el hostal donde me iba a hospedar (apartado totalmente de los demás pasajeros). Quería estar tranquilo, pasar el día libre descansando y reuniendo fuerzas y ganas de todo para el día en el que llegaría a Montreal, llamaría a mi sobrino, y pasaría con él un tiempo.

Y no, no avisé a la empresa que me iba a ausentar, pero sinceramente, no creo que mi jefe tenga lo que hay que tener para despedir a un minusválido.