Wally, el hombre del jersey de rayas, vaqueros del springifield, zapatos de señor mayor, gorro con borla y bastón, a parte de miope, tener un perro al que sólo se le veía el rabo, y era de rayas; siempre andaba de un lado para otro, escondiéndose, más bien huyendo.
Pero...¿De qué huía?¿Lo hacía por gastar una broma?¿Por Jugar?
No. Simplemente le daba miedo encontrarse, amanecer en un motel descuidado de Minnesota, mirarse al espejo y decirse:
-Buenos días Wally, tienes 23 años y aún sigues igual, no creces. ¿No piensas dejar nunca de esconderte entre dibujos y más dibujos, de páginas y más páginas, de toda la colección de tu señor Martin Handford?¿No te gustaría tener que esconderte por todo el mundo, pero el de verdad, sin colores ni trazos de rotulador? Vamos Wally, tú vales mucho más.
Pero siempre, siempre, siempre, siempre, siempre que le encontrabas, te recibía con una sonrisa.
Y le gustaba recitar poemas, y hacer fotos, y leer en voz alta sus frases preferidas, mirar al mar. Le gustaba, porque ya no podía hacer ninguna de esas cosas, y ya no sabía si le seguían gustando o no.
Pero siempre, siempre, siempre, siempre, siempre que le encuentres, que le encontrarás, seguro, te recibirá con una sonrisa.