Chess era un niño de once años que vivía en un pequeño barrio de Virginia, que aspiraba a ser un músico excepcional, pero de momento tenía que conformarse con ir al colegio y aprender, sin más, o eso le decían sus padres. Chess tenía un montón de amigos, que le llamaban Che, o C, sin más. A parte de eso, Chess era muy listo, pero su ignorancia (la propia de su edad, quede claro) no le permitía avanzar demasiado en cuanto a conocimiento e independencia. La verdad, dependía bastante de su madre (más de lo normal en un niño de su edad, quede claro), y puede que la causa de todo es que su madre le mimaba demasiado, más bien, lo era.
Chess siempre se llevaba un paquete de donuts al colegio para comer a media mañana, siempre, no había un día en que Chess no sacara de su mochila los donuts a la hora del recreo. Era bajito para su edad, pero comía mucho porque el médico le había dicho que si quería crecer tendría que comer mucho.
Pero hubo un día, un dichoso día, en que Chess no sacó sus donuts de la mochila en el recreo: no tenía. Su madre ya le había dicho esa misma mañana, antes de que él se fuera al colegio, que los donuts se habían acabado en la tienda, que si quería otra cosa para comer. Entonces Chess se puso a berrear y patalear (era un niño mimado, quede claro) hasta que su madre lo obligó a marcharse porque si no llegaría tarde.
Y Chess abandonó su casa entre lágrimas. Hoy no iba a comer donuts.
Entonces, a la hora del recreo, su tripa comenzó a sonar. Tenía hambre, pero no comida. Pasaron los minutos, y su hambre se hacía cada vez más grande y comenzó a pensar que si no comía algo en seguida se moriría. Así que no se le ocurrió otra cosa que robarle el almuerzo a otro niño. Lo hizo sin que se enterara. Mientras el otro niño jugaba al baloncesto, Chess abrió lentamente su mochila, y en ella encontró, para su sorpresa, bollos de crema (los bollos de crema eran, después de los donuts, su comida favorita), se los guardó en su mochila y salió corriendo.
Así es como Chess cometió su primer hurto infantil, bajo el pretexto del hambre. Pero Chess no disfrutó comiendo aquellos bollos, sabía que en algún momento aquel niño abriría su mochila, hambriento, y descubriría que le habían robado sus bollos.
Y entonces lo vio, al niño, sentado en el suelo, medio llorando: no tenía sus bollos.
Chess comenzó a pensar en la idea de que si se acercaba y le devolvía los bollos restantes, el chico le perdonaría y quizá compartiera los bollos con él. Tan convencido estaba de que su plan sería todo un éxito, que para nada se esperaba el puñetazo que el niño le dio en la barriga.