21 dic 2010

De esas pequeñas detonaciones cerebrales.

Cuando menos te lo esperas, siempre hay alguien que aparece y se empeña en traer nuevos problemas a tu mundo.
Siempre hay alguien que te intenta buscar las cosquillas, que te canta una balada al oído, que te lleva con un ansia enferma de aquí para allá, que sin pensárselo dos veces actúa de forma equívoca, que se convierte en el foco de los problemas, que tiene y un extraño magnetismo para los mismos, que indaga en busca de un detonante para darle un giro más que drástico a la situación, sin otro objetivo que el de permanecer el centro de esta, para no desaparecer, ser recordado, que su nombre no sea amargamente olvidado por sus cercanos, que quiere dejar algún poso, alguna parte de su ser en la mente de los demás, que busca la paz mundial, y a la vez la destruye sin remedio alguno, que sufre más de la cuenta, más incluso que Magenta, aunque sea imposible, que busca su consuelo en su música favorita, que se abstrae del mundo oteando toda la calle con el pretexto de encontrar a otra persona que la llene, que la complete, sin olvidar a aquellos que sólo quieren ver su vida pasar, que no actúan según ellos quieren, sino según sus propias condiciones lo dictan, que reciben la satisfacción del daño ajeno, que se aferra al último rincón de su alma para no acabar precipitándose en algún abismo, que lo único que hacen es escribir sobre su vida, los que escriben de los demás, que no saben escribir, ya sea por sus capacidades u oportunidades, que bailan solo para olvidarse, que son víctimas del alcohol por perseguir el mismo objetivo, que critican a la sociedad en su conjunto, o a un solo individuo y su entorno, que odian a los demás, que no creen en ninguna religión, que defienden sus principios hasta la muerte, y los que los modifican para evadirla, que se basan en los mismos para defenderse de ataques contra su persona, y los que los utilizan para atacar a los demás, los que sólo escuchan canciones tristes mientras observan caer una lluvia torrencial a través del empañado cristal de su propia mente, también los hay que buscan la felicidad, los que filosofan, los que no saben hacerlo, los que sólo quieren vivir a lo grande, los que ni siquiera quieren vivir porque viven divididos sobre si el hecho de que a nadie le pregunten si quiere nacer, si quiere venir a este mundo, es injusto, o al contrario, es un regalo.
Y el señor Añil, de aspecto sobrio y elegante, no era otra persona sino la cual se encargaba de buscar todos esos problemas de tu vida y desactivarlos, como minas en un camino, que sólo pretenden obstaculizar tu paso; y dependiendo de la magnitud del problema, más tardaba el señor Añil en desactivarlo, meditando si el cable verde había que cortarlo, o el azul había que conectarlo al rojo, o si el amarillo sería lo suficientemente importante como para dejarlo tal y como estaba. Buscaba, probaba, con botones, teclas, cables, hasta que daba con la fórmula adecuada, que te permitía olvidar todo aquello que te atormentaba.
Lo llamaban el Buscaminas.