18 jun 2011

La Paz de París.

Se apoyó en la pared, mareado, intentaba escapar del humo, pero cada vez que respiraba, angustiado, no hacía más que tragárselo una y otra vez. Sólo había una lámpara en todo el salón, de color azul fluorescente, que no daba nada de luz, y proporcionaba un aspecto siniestro a Jamie, que estaba sentado a su lado, abrazando a un cojín, y mirando al techo, muy serio. Joe palpó las paredes para evitar separarse de ellas, intentaba acercarse a su amigo, pero el único punto de luz era la lámpara, lo demás era oscuridad. Pisó algo que estaba tirado al lado del sofá, o mejor dicho, a alguien.
-¿Fred? - preguntó en voz baja, dándole unas palmaditas en la espalda.
-¿Qué quieres? - su voz sonó como si estuviera dormido, como si estuviera hablando en sueños.
-¿Qué haces ahí tirado? - intentó darle la vuelta.
-Me he mareado y me he tirado al suelo para evitar el humo.
-Vamos, levanta - le dijo mientras tiraba de su brazo y le conseguía poner de pie.
Se acercó hasta Jamie y se sentó a su lado, Fred hizo lo mismo.
-Jamie - le llamó Joe.
Siguió mirando al techo, como si no hubiera oído nada. Joe le volvió a llamar.
Lo mismo.
Le cogió del hombro y le agitó, a lo que Jamie respondió con un giro brusco, mirando fijamente a Joe a los ojos.
-Me ha llamado June - comenzó Joe - dice que Allen se ha abierto la cabeza y está inconsciente.
-¿Cómo? -  respondió.
-No lo sé - empezó a alzar la voz - me ha llamado llorando, suplicándome que fuera a ayudarla.
-Pues ve entonces, yo me quedo aquí - volvió a mirar al techo, sonriendo, hasta que de repente fue alzado y cogido en volandas por Fred, que dijo:
-No, vamos todos.
Jamie se rió. Joe cogió los abrigos y dejó abierta alguna ventana, para que todo el maldito humo se fuera de una vez. Era ya la tercera vez esa semana que Jamie había hecho un submarino en su casa, terminando la vez anterior con todos durmiendo en el suelo, menos Jack, que durmió en la mesa. Salieron por la puerta, Joe con las llaves del  coche y Fred con Jamie en brazos.
-¡Déjame en el suelo! - exigió Jamie, pero Fred no le soltó hasta que le metió en el coche - oh vamos Fred, no voy tan mal, sabes que se controlarlo.
-Lo único que se es que tenemos que ir a ayudar a June, y con la mayor rapidez con la que podamos ¿vale señor submarinos?
Jamie asintió y se quitó el gorro, azul. No se lo había quitado en toda la tarde y estaba sudando, se despeinó con la mano, bajando la ventanilla y buscando algo de aire. Los edificios y los árboles pasaban muy deprisa, le pidió a Fred que aminorara un poco, que les podría caer una multa, Fred lo hizo, no con demasiado ahínco. Poco a poco se estaba dando cuenta de que no iba tan bien como creía, estaba entumecido y sentía como si su cabeza estuviera en el interior de una cacerola. Sus pensamientos iban rápidos, pero tardaban mucho en llegar a su boca. Continuaba sudando, era como si todo fuese un sueño.
En cambio, Joe iba totalmente despierto, también estaba sudando, pero de nerviosismo, no había fumado casi nada, y había pasado la mayor parte de la tarde llevando y trayendo vasos de agua de la cocina al salón. Su pelusa rizada estaba despeinada, y no paraba de mover los ojos de un lado a otro, pensando continuamente en la llamada, y en el por qué de que June le había llamado primero a él y no a una ambulancia. Comenzó a pensar en ella, hasta que un frenazo le hizo volver a la realidad. 
La puerta del portal estaba abierta, y subieron por las escaleras tan rápido como pudieron, menos Jamie, que tuvo que bajar el ritmo en varias ocasiones para evitar vomitar más de una vez. Fred iba en cabeza, como una exhalación, cuando le salía su vena paterna responsable, la misma que había tenido que usar en más de una ocasión con Jamie para evitar tragedias, se convertía en una persona diferente, capaz de hacer cualquier cosa en cualquier momento.
Jamie continuaba en su sueño particular, sin enterarse mucho por qué piso iban, ni cuánto tardaría en subir todas las escaleras hasta el ático. Y despertó de ese sueño en cuanto vio a Allen sangrando en el suelo, y a June llorando abrazando a Joe.

17 jun 2011

Celebridades.

-El insomnio es uno de los trastornos del sueño más comunes, y si se le suma una gastroenteritis, poco puedes hacer para evitar las ganas de morir. - terció June.
-Pero es que yo no tengo insomnio June, simplemente no puedo dormir, no sé por qué. - contestó él.
June no pudo evitar sonreír, le resultaba gracioso ver a su compañero de piso tapado con una manta rosa, la nariz roja como un tomate y tiritando constantemente.
-Tampoco tengo gastroenteritis - añadió Allen.
-No he dicho que la tengas.
-Deja de hablar, por el amor de dios, quiero dormir y no puedo. - se removió, destapándose los pies. 
June se los tapó de nuevo. 
-Deberías levantarte y salir a que te de el aire, a este paso se te van a dormir las piernas hasta el punto en que no puedas volver a moverlas. - dijo.
-Va a ir a caminar tu...
-Chst - le interrumpió June - no digas palabrotas que tenemos niños en casa - añadió cogiendo a su gata y acercándosela a la cara - ¿verdad que sí mi amorcito?
La gata se limitó a maullar tristemente.
-¿Cuándo la piensas poner un nombre? - dijo entre tosidos Allen.
-Cuando se me ocurra uno lo suficientemente bueno. Ay, es que ninguno le pega, ¿qué nombre se le puede poner a un gato siamés? Normalmente son dos y se utiliza la broma de Tino y Tina, de Julio y Julia, pero a uno solo, es muy triste solo tener uno...
-Con uno hay de sobra - cortó Allen.
-Bah - dejó al gato en el suelo, que se fue corriendo al dormitorio - solo se me ocurren cosas de esas como Copito de nieve y Bolita, si le llamó así pareceré una niña de diez años.
-Llámala Mónica, como la de friends. - asestó Allen antes de toser y levantarse a la cocina a por un vaso de agua y un ibuprofeno.
-Dios, qué buen nombre, qué buen nombre, se levantó del suelo y salió corriendo a por la gata.
Allen suspiró antes de tragarse la pastilla y el agua. Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo del sofá, que no era muy alto. Estornudó, pudo escuchar como June le contaba a la gata que se iba a llamar Mónica, y casi sin quererlo, se quedó dormido con la cabeza aún apoyada y la boca abierta. Una posición completamente cómica, de película.
Ante la oscuridad que ejercían su párpados apenas tuvo que esperar unos segundos para ver un gran campo de amapolas. Se vio a él corriendo a través del campo, intentando cruzarlo, con el miedo a quedarse dormido, pero no lo logró. Cayó al suelo y comenzó a roncar. De repente apareció la muerte, con su capa y su guadaña, y con una cerilla, que encendió entre risas oscuras y malévolas, para lanzarlo a las amapolas. Podía sentir el calor del fuego cuando se despertó, angustiado, temiendo por su vida. Al verse acorralado echó a correr hacia el fuego, creyendo que si lo cruzaba a toda velocidad no se quemaría...
-¡Allen!¡Levanta! - le gritaba June, agarrándole de un brazo - ¡Allen!
Abrió un poco los ojos, vio el suelo muy de cerca, manchado con sangre, a June con cara de miedo intentándole levantar. Le dolía la frente una barbaridad, y la notaba muy caliente, no por la fiebre, era otro tipo de calor. Levantó la mirada como pudo, sentía como estaba perdiendo el conocimiento.Puto ver el borde de la mesa manchado con sangre también. No dudó de que sería suya. June se separó de su lado y rompió a llorar al teléfono, seguramente estaría llamando a una ambulancia.
Perdió el conocimiento antes de que June volviera llorando a su lado. Pudo escuchar su voz, y los maullidos tristes de la gata, antes de escuchar un pitido continuo, roto a veces por un sonido parecido a una radio sintonizándose. En ese momento, fugazmente, se planteó si se estaba muriendo, y en ese momento, no le importó lo más mínimo, tenía mucho sueño, se imaginaba una cama, y sin quererlo, se durmió.

Diez libras y una ficha de autobús.

Tenía claras las cosas que le asustaban en la vida, a él, como persona, individuo. Tenía dos concepciones del susto: lo que asusta, y lo que da miedo.
Normalmente lo que asusta se suele esquematizar hacia lo general, de modo que un mismo elemento puede asustar a más de individuo, incluso a miles de ellos. Las cosas que le producían sustos, de esos repentinos, era cuando el agua de la ducha primero salía fría unos segundos, para después tornarse cálida. Otro susto era cuando estaba sin saberlo al borde de la cama y despertaba justamente antes de precipitarse contra el suelo. Se asustaba cuando la ceniza del cigarrillo era la suficiente como para caerse, y como un poseso buscaba un recipiente donde dejarla caer, eso suponiendo que se pueda calificar de recipiente al suelo. Y luego, había cosas que le daban miedo, y le asustaban en ese sentido, como por ejemplo, las arañas, sobre todo esas que no resultan peligrosas pero que tienen las patas muy largas, las monedas colocadas formando una torre, una guitarra con una cuerda rota, y las chanclas de dedo.
Y en cambio, si entramos en el concepto del pánico, sólo había una cosa que se lo producía, y por haberlo experimentado: ver morir a alguien.
Para Joe la muerte había pasado de ser algo abstracto, inherente a la vida, a que su presencia comenzara a rondarle la cabeza. Sus ideas de muerte digan disgregaban y combatían con las de los demás. Si generalmente una muerte digna es por ejemplo, la producida por causas naturales, la que resulta de quedarse dormido poco a poco, de como la vida se va quedando dormida para no despertar más. No, Joe siempre pensó que la muerte más digna fue exactamente la que le ocurrió a su hermana mayor.

Estrella.



5 jun 2011

Love is a laserquest.



-¿Cuándo?
-En octubre.
-¿Por qué en octubre?
-Es el décimo mes.
-¿Y qué?
-¿Cómo que "y qué"?
-Pues eso, que no entiendo por qué tiene que ser en octubre, Jamie.
-Es muy sencillo, tío, yo nací el diez de marzo, marzo es el tercer mes, pues el tres de octubre es mi cumpleaños.
-Yo es que aún no entiendo por qué coño tienes que cambiarte la fecha del cumpleaños - se desesperaba Joe.
-Tu decidiste cambiar tu pelo corto y gracioso en esa maldita pelusa, y yo no me quejé, deja que mi cumpleaños sea el día que a mi me de la gana, que esto es una monarquía, y yo soy el rey, se supone. - se quejó.
-Decidimos ayer que esto sería una república, la República de los Tres Árboles. - dijo Joe.
-¿Y a quién elegisteis presidente? - se burló Jamie.
-A ti. - respondió.
-A mí - hinchó el pecho Jamie - y mi primera medida es que mi cumpleaños se cambia al tres de octubre.
-Dame eso anda - alargó la mano para quitarle el cigarro de los labios a Jamie y lo apagó contra el suelo.
-¡Hijo de puta! - exclamó Jamie - que eso me ha costado dinero.
-Deberías dejar de comprarla, bueno, deberías dejarla, simplemente.
-¡Mi segunda medida es la legalización de la marihuana! - cogió aire tras toser - ¡Yuhú!
-Nos vas a conducir a la Tercera Guerra Mundial.
-Calla, pelusa, y sube eso, que quiero orgasmar.
Joe subió el volumen, sonaba So Long Marianne.
-Eres un jodido triste, escuchas a Cohen fumado, ¿qué clase de presidente eres?
-Ese tío es un maldito poeta, me hace llorar, ¿lo ves? - se señaló a los ojos.
-Lloras por el humo, menudo submarino que se ha creado - Joe se levantó y abrió la ventana, respirando aire limpio, de lluvia. Se quedó unos segundos mirando a la torre de Seattle, que se veía a lo lejos.
-Deberíamos recoger esto antes de que June y Allen vuelvan - dijo separándose de la ventana.
Pero Jamie se había quedado dormido.