8 feb 2012

IX - Seattle 1986.


Se trata de una sensación única, impagable. En cuestión de segundos, de palabras, de frases o estrofas, de estribillos, te encadenas a un ritmo que ensordece tu organismo y penetra tu caja torácica violentamente, atravesando los pulmones, cortándote el aliento, hasta llegar al mismo corazón, y allí se aloja. Cuando una canción viaja directamente a tu órgano cardíaco cualquier lucha contra ella está perdida. Abres los ojos todo lo que puedes, embriagado por el sonido, que a borbotones entra en tu sistema nervioso y provoca ese hormigueo que cubre toda tu piel, desde las manos a los pies. 

El enamoramiento es inevitable, la canción ya es huésped vitalicio de nuestro corazón, de nuestra vida y nuestras circunstancias, y no se puede hacer nada, absolutamente nada por deshauciarla de nuestro apartamento interior. Pero normalmente el caso indica que el enamoramiento te envía directamente al éxtasis, y no se tiene ningún reparo o prejuicio para con nuestro nuevo vecino cardíaco, la convivencia se torna legítima, y durante años y lustros y décadas nos continúa acompañando. Y nosotros, como buenos anfitriones, la despertamos de vez en cuanto para deleitar nuestro oído. Un nuevo clásico de nuestros corazones. Pero no se debe despreciar o subestimar el cierto poder que esto contiene. Sólo ocurre con algunas canciones, dos o tres, o cinco, y es un error pensar que cualquier canción que es de nuestro agrado o preferencia forma parte de nuestro órgano más omnipotente.

Esa canción que ha entrado directamente a tu corazón, en línea recta, no necesita de quince o treinta reproducciones seguidas cada día, no necesita caer en el olvido o el aburrimiento. Porque cada vez que escuches esa canción, volverás a sentirte embriagado de nuevo por aquella sensación que te trastornó una vez, tan inofensivo tú, que nada pudiste hacer para evitar el enamoramiento. Cada vez que suene, lejanamente, o aparezca de improvisto en el modo aleatorio de tu reproductor llegará la embriaguez. Y esa embriaguez, multiplicada su potencia por diez mil, si suena en un vinilo de 12'' en un tocadiscos, sin necesidad de un volumen alto. 

La sonrisa del oído, el orgasmo del hipotálamo. La llave de un corazón con inquilino.

2 feb 2012

VIII - Yours is the only ocean.

Como alcancé a imaginar, había vuelto a caer en la trampa, una de esas artimañas a las que Jim nos tenía bien acostumbrados a todos, uno de esos planes que practicaba tan a menudo que formaban su paulatina rutina con buena frecuencia insana. Atacaba meticulosamente las opciones y las balanceaba como a un niño en un columpio hasta dar con el punto exacto en el que la balanza sólo podría inclinarse hacia él. Como siempre, acababa logrando alcanzar sus intenciones, por muy valientes y ambiciosas que fueran. Nunca le gusto correr, como mucho trotar, de modo que nunca llevaba prisa por llevar a cabo la lista de cosas por hacer que llevaba marcada en el cerebro y que imprimía en sus posteriores actos.

Y allí estaba yo, en un tramo perdido de la autopista número sesenta y cuatro, a mitad de camino entre Denver y la frontera, con el desierto abierto ante mi como un abanico de muerte árido y sórdido. Y no pasaba un solo coche desde hacía lo menos cuatro horas. No tenía reloj ni agua, ni comida, ni nada que llevarme a la boca aunque fuera solo para salivar. De nuevo había vuelto a caer en la trampa de Jim, que en aquél momento ya se encontraría seguramente en Montana, descansando en un bar, con mi cadillac rojo esperando en la puerta, tragando lentamente un whisky con hielo.

Si todo el mundo fuese un sólo océano, sería únicamente de Jim, pues se las hubiera arreglado de cualquier manera para que fuera así, y así lo hubiera conseguido.