2 feb 2012

VIII - Yours is the only ocean.

Como alcancé a imaginar, había vuelto a caer en la trampa, una de esas artimañas a las que Jim nos tenía bien acostumbrados a todos, uno de esos planes que practicaba tan a menudo que formaban su paulatina rutina con buena frecuencia insana. Atacaba meticulosamente las opciones y las balanceaba como a un niño en un columpio hasta dar con el punto exacto en el que la balanza sólo podría inclinarse hacia él. Como siempre, acababa logrando alcanzar sus intenciones, por muy valientes y ambiciosas que fueran. Nunca le gusto correr, como mucho trotar, de modo que nunca llevaba prisa por llevar a cabo la lista de cosas por hacer que llevaba marcada en el cerebro y que imprimía en sus posteriores actos.

Y allí estaba yo, en un tramo perdido de la autopista número sesenta y cuatro, a mitad de camino entre Denver y la frontera, con el desierto abierto ante mi como un abanico de muerte árido y sórdido. Y no pasaba un solo coche desde hacía lo menos cuatro horas. No tenía reloj ni agua, ni comida, ni nada que llevarme a la boca aunque fuera solo para salivar. De nuevo había vuelto a caer en la trampa de Jim, que en aquél momento ya se encontraría seguramente en Montana, descansando en un bar, con mi cadillac rojo esperando en la puerta, tragando lentamente un whisky con hielo.

Si todo el mundo fuese un sólo océano, sería únicamente de Jim, pues se las hubiera arreglado de cualquier manera para que fuera así, y así lo hubiera conseguido.