20 ene 2011

De alpargatas en Wisconsin y sombrillas en California.


Fred era diferente. Era de California. Era un sureño, como le llamaban sus amigos. Se había criado con cuatro hermanos y su madre no había dado a basto, abandonándolos cuando él, el más mayor, tenía doce años. Su padre les crió como pudo y se casó en cuanto pudo con una multimillonaria a la que Fred odiaba. También odiaba su nombre. Frederick Rotherham Wilkinsson. Su madre era alemana y su padre de Wisconsin, así que algo sabía de alemán, pero no sabía si le serviría de algo. Se había auto nombrado Fred Wilkinsson, pero en el registro seguía apareciendo su tan odiado nombre. Así que entre sus fiestas de adolescente, el surf, que por cierto era su pasión, y los problemas familiares, decidió irse a estudiar arquitectura a los dieciséis años a Seattle. Arribó sin ningún problema, y menos económico, pues había tenido la dudosa cortesía de tomar prestados diez mil dólares antes de marcharse. Apasionado a la música de Simon & Garfunkel y acostumbrado a ser fumador pasivo en su casa. No tardó en hacerse con un pequeño apartamento de un barrio circundante, no se no imaginaba ni por asomo que allí se fraguarían los mejores años de su vida. Resultaba ser un lector empedernido, y como buen californiano se aficionó a los Red Hot Chili Peppers. Afrontaba con resignación el frío de Seattle, pero no desaprovechaba las escasas oportunidades que le brindaba el verano para surfear. Y como alternativa comenzó a hacer skate, junto a otros amigos que también eran aficionados a esto. Le gustaban las palmeras, las baterías, los coches antiguos y las casas de ladrillos. La verdadera razón por la que llevaba esa melena negra era porque le daba pereza ir a cortárselo, y ante el frío invierno de Seattle le ofrecía protección a sus propias orejas. Podía ser considerado un hombre algo solitario, porque acostumbraba a salir por ahí el solo, con su tabla o con su música, su ropa roja y su perro llamado Orange. También tenía una bicicleta y una guitarra eléctrica. Ventajas de llegar a una nueva ciudad con caprichos en la cabeza y diez mil dólares, y muchas ideas. Algún día viajaría a la luna, o sería el director de un sello discográfico. Empezó a fumar por aburrimiento y ha acabado haciéndolo por adicción, tosiendo fuertemente muy a menudo. Su mejor amigo Jamie llevaba intentando disuadirle de fumar durante mucho tiempo, y al final sólo consiguió acabar fumando él. 
Memorias de un niño angelical, convertidas en noches de fiestas hipotéticas y alegóricas tardes de caminatas por la ciudad. Suaves y delicadas voces de Paul y Art sonando en sus altavoces, la brisa de verano acariciándole las mejillas y su melena desaliñada y muy lisa. Fuera de día o noche, verano, otoño o año bisiesto, allá donde iba lo hacía con sus viejas gafas de sol retro que le robó a su padre antes de irse a Seattle. Acostumbraba a invitar a dormir a su apartamento a Jamie, y juntos aspiraban a compartir uno en el futuro. No se creía guay por vivir solo, surfear, patinar, tocar la guitarra, tener dinero, un apartamento, unas gafas retro, una lámpara de lava gigantesca en el salón y una ristra de cigarrillos en el bolsillo. No se creía guay, pero Jamie sabía que lo era. Asomarse a la ventana cada mañana le despertaba más que una ducha fría, y comer todos los días pizza le hacía sentirse libre. Lavaba la ropa cuando quería. Sí, un poco desordenado, un poco sucio, muy Fred. 
Muy muy Fred.

-Oye Fred - le salió la voz ronca a Jamie, por el hecho de haber estado callado mucho raro.
-¿Qué? - dijo antipaticamente.
-Cuando quieras me das un cigarrillo.
-Es que aún no quiero, coño.



De espontaneidades y esponjas de mar.


Todo lo que siempre le marcaba, fue encerrado en cien mil llaves. Una mochila negra pintarrajeada, unas zapatillas destrozadas de las que parecía que le costaba desprenderse. Curiosa la forma con que uno ama cosas peculiares, objetos antiguos, incluso personas, vaya sorpresa. No eran su pelo medio rizado medio liso, ni sus ojos azules los que le hacían especial, sí atractivo físicamente, pero no especial. Por supuesto que era especial, pero no necesitaba su pelo y sus ojos. Sólo un bajo Squire negro azabache, para jugar con cuatro cuerdas cuatro horas al día. Se planteaba una y otra vez hacer una canción. Pero a él le iba más marcar el ritmo, pedalear entre las nubes de acordes grises y verdes, para acabar cayendo rápidamente en slides y solos que no eran muy percibidos en las canciones. A él le daba igual, Allen podría considerarse un hombre feliz. Se había independizado, había encontrado "El ático" y se había instalado sin problemas. Encontrado un trabajo en un restaurante cercano como camarero. No tenía mucho ingresos, tampoco muchos gastos, y además, el dinero ahorrado suponía un amable colchón a la hora de invertir. Revertía las almas maltrechas con jugosas canciones. También sabía tocar la guitarra, queda añadir, y decía poseer algo de habilidad con la acústica. En realidad la poseía, al cien por cien. Le desagradaban los gatos y los camaleones, comer verdura y hablar de cosas estúpidas. Pero con June nunca hablaba de cosas estúpidas, por eso la quería tanto. Además, ahora vivirían juntos, y era una de las pocas noticias buenas que Allen recibía en meses, podemos aventurarnos a decir en años, pero quizá exageremos demasiado. En cambio, las llamadas telefónicas, amplios paseos por parques imaginarios y no tan imaginarios, las fiestas, como buen dieciochoañero que era, y encontrar palabras nuevas y acoplarlas a los textos que escribía. También tenía la habilidad de pensar en un color y tocar una melodía inspirada por el azul, el verde, amarillo, e incluso el granate, color cobre, cualquier color. tenía los dientes ligeramente separados de una manera graciosa, y de vez en cuando se dejaba perilla. Color verde como favorito, y espaguetis en lo relativo a comida. Una mascota, perro. Y mil cosas que resultaban ser sus favoritas en cualquier ámbito, campo, tema, o como le quieras llamar. Procuraba no beber demasiado, no fumaba, y hacía ejercicio tres días a la semana para mantenerse en forma, corriendo por las mañanas.
Tenía buen equilibrio y pulso, por eso había decidido buscar trabajo como camarero. Si tenía que hacer algo, que al menos pudiera hacerlo bien, pensaba. Raras veces se le veía triste o ausente. Complaciente con todos, incluso consigo mismo, y sobre todo siempre disponible y dispuesto a prestar una mano que levantara a sus amigos del suelo. Con June tenía una conexión especial, puedes llamarlo "x", pero en realidad se llama verdadera amistad, y sólo se da en pocos casos y de forma prácticamente intangible e invisible, hay que ser observador para poder verla y sentirla, y poder cuidarla y conducirla entre un sinfín de obstáculos y vallas de esas que van cayendo del cielo a lo largo de nuestra vida. Pum, pum. Le gustaba marcar el ritmo. Hacer la compra no le disgustaba. Tampoco dejarse mojar por la lluvia de tiza de Chalk. Esto último lo amaba, en realidad, y de poco conocía a Joe y a Beth. Bueno, en ese pequeño barrio de Seattle, donde vivían todos, era difícil no conocerse de vista. Pero del dicho al hecho hay un trecho, y se generaliza, quizá demasiado, a la hora de denominar amigo a una persona, cosa promovida por las redes sociales de internet, y por la carencia de ellos también. M79. Se acercaba cada sábado a ver jugar al equipo e baloncesto del barrio, donde jugaba su primo, al que prácticamente lo conocía por el nombre, porque nunca había hablado con él. Eran primos segundos o algo así, y prácticamente su mutua existencia le era indiferente a ambos. Se había enamorado de su propia casa, pequeña pero luminosa, con las paredes blancas y lisas, lo que para June implicaba que iban a dibujar un millar de cosas en ella, y que iban a empezar por el triángulo de Darkside Of The Moon, de Pink Floyd. Quería viajar por Canadá y montar en un trineo tirado por carros, asistir a un Unplugged de su grupo favorito, aprender a auto animarse y comprarse una lámpara de araña para estar todo el día balanceándola hasta que la cadena no diera más de sí y la lámpara cayera, destrozando el parqué. Muchas cosas quería hacer, le parecía. De momento, vivir con su mejor amiga podía ser entretenido, enriquecedor, digamos mejor, una experiencia cojonuda.

-Quiero un gato - le dijo June.
-Ni se te ocurra - contestó tajantemente.
-No tienes ni idea de mascotas - dijo tirándole un cojín a la cara.



19 ene 2011

De humo en las discotecas.


Acudía a menudo al enorme puente, como lo llamaba ella, no para olvidar sus penas, ni para alegrarse los días, tampoco para escuchar música a solas, canciones melancólicas de canciones tristes, no acudía para desahogarse, expulsar de su cuerpo hasta el último gramo de estrés, ansiedad, ira; tampoco le acompañaba una guitarra Fender, ni su gato, que obviamente no debía salir de casa. No iba para gusto o disgusto, con más probabilidades de lo segundo, de los demás. Ni para el suyo propio. Al fin y al cabo resultaría esclarecedor conocer sus motivos, los hechos que la empujaban a ir al puente viernes sí, viernes también. Ah. Sí. Quizá se trataba de esa cámara de fotos y esa libreta azul que poco a poco se habían convertido en parte de su vida, entrando en tromba y negando a marcharse. Tampoco ella quería que lo hicieran. Los atardeceres desde el puente resultaban ser preciosos, y más para ella, que lo cogía y lo pegaba en una espectacular foto, o en un dibujo impresionante, o en su mente, para poder ver el atardecer siempre que quisiera, fueran las doce de la noche, o fuese un día nublado. No hacía falta simpatizar mucho con ella para darse cuenta de que se estaba tratando con una gran persona. Hablaba poco, no porque fuera tímida, no le gustaba derrochar las palabras. Y de esas pocas frases que soltaba, soltaba de esas que alegran un alma negra azabache, o que arreglan el mayor desperfecto de un tejado sin necesidad de martillo y clavos. No le importaba poner música de ópera, tumbarse en la cama, cerrar los ojos, vivir distintas vidas en lo alto de la cima de su mundo; como tampoco le disgustaba acercarse a las sutiles notas de cualquier cantautor empedernido, o juguetear con las cuerdas de la guitarra de cualquier grupo de rock con un nombre típico o atípico. Atípico era su nombre, le decían. El mismo que el del sexto mes del año. La creatividad de su madre le había otorgado un nombre bonito, limpio. Aunque la misma que eligió su nombre desapareciera cuando sólo tenía siete años. Sus padres estaban divorciados, y se guardaban un rencor tremendo, casi inhumano. Pero a June le daba igual cuales fueran los motivos, se limitaba a vivir en su casa porque era dónde tenía comido y cama gratis. Pero si por ella fuera, ya se hubiera mudado al centro de la ciudad. Decía mezclar una serie de diferentes vidas en la suya. La vida que quería, la que tenía y la que su madre creía que tenía. No es que June fuera la típica adolescente que disfrutaba rozando la ilegalidad (que lo hacía) y que pensaba todo el día en fiestas nocturnas y esas cosas. Al fin y al cabo tenía dieciocho años y ya había decidido auto proclamarse dueña de las riendas de su vida.
Y a parte de el gran puente y de su propia casa, podía presumir de tener un hogar más. La casa de su mejor amigo, con el que se llevaba mejor que con nadie, no necesitaba a nadie más en su vida, exagerando un poco las cosas.
Montaba en bici a menudo, sin casco, y de verdad le gustaba que su melena pelirroja fuera azotada por el aire mientras avanzaba a toda velocidad, sin consideración alguna, por el entramado de calles de su barrio. También le gustaba ponerse gafas de pasta, aunque poseía una vista perfecta, sin redondear la perfección con el color de sus ojos, un marrón entre claro y oscuro, tirando a verde, y un poco a color miel. Color junio, lo llamaba su mejor amigo. Tenía una hermana pequeña, que era muy parecida a ella, pero resultaba ser un demonio en ciernes. June no era un ángel, pero no e regocijaba del dolor ajeno, cosa que su hermana realizaba de manera inmutable e instintiva. Quizá fuera otro factor a tener en cuenta en su decisión de guardar todas sus cosas en cajas de cartón, coger su pequeño coche, pero coche al fin y al cabo. Aparcó con suerte enfrente del portal de la casa a la cual se dirigía. Se acercó al telefonillo y pulsó el botón que había al lado de una etiqueta escrita mano con buena letra: "El ático". Siempre que lo leía sonreía, en verdad, quería mucho a ese chico que resultaba ser su mejor amigo.
-¿Quién? - preguntó una voz masculina.
-Ya sabes quién soy, petardo - contestó.
Sonó un pitido que indicaba que la puerta estaba abierta. no tenía que entrar, Allen la ayudaría a subir todas las cosas y a instalarse. Podría ser una bonita aventura de compañeros de piso.


18 ene 2011

De chisporroteos amarillos.


Cuando se juntaba en el escenario con Joe, eran imparables. No se regocijaban en el ruido, el estruendo, la alegría o el público. Con dos miradas tristes, una guitarra y una voz espectacular como la suya les valía para llenar praderas y asombrar. Una constante consecución de notas sin subir el tono innecesariamente. La armonía entre la chica de pelo rubiajo y corto, más o menos, porque no le permitía bajar más de su nuca, ojos grandes, marrones, preciosos, siempre llevando camisas lisas blancas, sin complicaciones, vaqueros de pitillo negros, arrugados; y el chico de cara alargada y rizos en el pelo formándole una pelusa sobre su cabeza. Acostumbrado a camisetas oscuras y sudaderas simples, un hoyuelo marcado y una cicatriz que seguramente provenía de una caída en su niñez, o no.  Con una guitarra acústica siempre encima, negra, elegante, creaba maravillas. Súmale el desparpajo, la armonía, telepatía, el conocimiento del otro. Se entendían solo con mirarse, se encendían solo con sentirse el uno al otro. Allí arriba, en un parapeto enrevesado de hierro, cubierto de madera, parecía ser su hogar, donde de verdad eran ellos. Se hacían llamar Chalk, decían que era porque les pareció un buen nombre para un dúo. Pero la verdadera razón era su blancura, como marcaban con polvo cada corazón que se entregaba a su escucha, como enamoraban con letras escritas en una pequeña pizarra a los más sensibles, y a los que no lo eran tanto. Beth y Joe, Joe y Beth.
No se trataba de un simple dúo que aspiraba a convertirse en una pareja de amantes, no, era mucho más complejo todo. No era la tensión sexual, ni la atracción de dos polos opuestos lo que los unía y hacía de ellos uno sólo. Una voz, unos acordes, magnífico, no quedaba otra sensación más cuando finalizaban sus amenas y espléndidas sesiones al tiempo que sumaban tres más tres, o uno más uno, ¿qué mas daba? No se trataba de las canciones ni de los sonidos, sino de lo que significaban. Había que contemplar más allá del "oh, es un dúo, son tranquilos, tocan muy bien, sí, creo que me van a gustar, sí, me gustan, voy a ir a verles en cuanto pueda". No. Hay que traspasar la línea blanca y ver que cada uno tiene su vida, mucho más ajetreada que su música, una llegaba a los dieciocho y el otro observaba desde un año menos. En realidad sus vidas eran distintas, no estaban solos, tenían amigos, amigos diferentes, quién sabe si buenos o malos. Y solo cuando se juntaban a ensayar, improvisando de vez en cuando, o cuando subían al escenario, eran ellos dos solos, sin nadie más. No necesitaban coincidir en los mismo gustos, aficiones, hobbies, color favorito y comida favorita, tipo de ropa, de música. Es más, ni siquiera eran fans de su propia música. A una le gustaba el pop-rock de los ochenta trasladado a la actualidad, y el otro apostaba por casi todo, desde punk hasta folk. Nunca habían pensado que ponerse unas converse y subir a un escenario pudiera guiarles hasta esas notas que les hacían especiales. Detrás de esas notas no estaban su magnífica voz ni sus virtuosos dedos, sino sus emociones, pensamientos vagos que salían a la luz de repente sin alterarse lo más mínimo, eso que llaman sentimientos y solo aparecen en momentos inoportunos, o no tan inoportunos. Daba igual que las canciones hablaran de paz, amor, guerra, o de la estupidez adolescente. No había que quedarse con la letra, leer entre líneas, que lo llaman. Rebuscar en el cabello rizado de Joe y sacar pequeñas motas de polvo que nos desvelaran sus pensamientos, o alcanzar las cuerdas vocales de Beth y arañarlas hasta obtener sus secretos y convicciones.
No era la historia de un desengaño, ni una historia de amor. Sincronización. Sin  tapujos, velos tupidos que correr, o engaños que esquivar para no encontrarse con realidades duras ni frases mal construidas. Perfección, si alguna vez has oído hablar de ella. Te lo podías encontrar hasta en el hilo más pequeño de la ropa que vestían, hasta en el último poro de su piel. Ventajas y desquicios de dos jóvenes que cuando se encontraban, lo hacían de verdad, no de esas veces que te saludan por la calle, sino de esas veces de "Sí, yo también siento lo mismo". Burlas, más burlas. Desamparo en las notas carrasposas y en la voz chisporroteante. Encima del entramado que es un escenario. Nada más, amigo mío, nada más. Disparaban flechas y alcanzaban todos los corazones, todas las mentes, no querían influenciar, ni inventar nada, solo querían ser entendidos, no que les escucharan como tontos que balanceaban la cabeza de un lado a otro al compás de la música.
No invitaban a sus amigos a verles y escucharles, eran tan distintos a cómo eran en la realidad, o quizá fuera al revés, en un amago de rareza, que la forma en cómo eran en la realidad no fuera la distinta, y cómo se mostraban en el escenario su verdadera actitud, su verdadera personalidad. Con lo difícil que es tenerla, aunque parezca que no. Nada de originalidad, sólo queremos vestir colores simples y disfrutar con vosotros. Parecía un mensaje breve y simple. No lo era. Daba igual que fuera la primera vez que les veías en tu vida, o la séptima, o la tercera, no se trataba de tu grado de admiración o del desahogo que sentías al presenciar aquella maravilla, cosa de dos, fundidos en uno. Tampoco se trataba de la emoción que sentías, sino de la que sentían ellos, querían que sintieras lo mismo. Quizá la mitad de los asistentes no lo lograran, pero solo era cuestión de tiempo. Las cosas caen por su propio peso. No hacen falta grandes saltos de altura ni maratones para darse cuenta de lo que verdad vale la pena, discernir entre útil e inútil tampoco nos ayuda a ser mejores. Se trata de saber. No, tampoco. Se trata de trasladarte, de encontrarte, de conseguir, de afianzarse, de poder escuchar las notas mientras los pelos se te ponían de punta, notar su convicción, su emoción, su todo, entrar en ti, balancearse con ellos en un columpio hecho de tiza, flotar en nubes hechas de ladrillos, que acababan despedazadas al caer por su peso. Del dicho al hecho hay un trecho. No había que alcanzar el nirvana, ni lograrlo para ser feliz, ni para ser mejor, o más guay. 
Emociones sintéticas.
Frases de plástico disolvente.
Soluciones frágiles.
Pensamientos intangibles.
Tiza, al fin y al cabo; tiza.

Se miraron una vez más antes de asentir y comenzar, otra vez más, acudimos hipnotizados al espectáculo, no, mejor dicho, a la lluvia de tiza. De tiza que llevaba dentro una mezcla de rabia, amor, decepción, alegría, ocurrencias, inteligencia. Todos querían ser mojados por la lluvia de tiza, solo unos pocos lo conseguían.



De la aurora boreal de tus pupilas.


En su pequeña casa, triste y gris, con paredes desconchadas y techos con manchas de antiguas goteras, grietas, baldosas arañadas, cuadros torcidos, cocina de gas, lámpara de araña sin bombillas, ventanas con persianas vilmente destrozadas, alegorías y metáforas, aparte de un pequeño sofá viejo cubierto con una manta, eso sí, cómodo, una mesa también pequeña y triste, una televisión antiquísima sin señal, rota por los múltiples golpes que le habían propinado gratuitamente, por motivos y causas totalmente ajenas a ella, sufriendo agresiones de energúmenos alterados y enervados, por cuestiones financieras, hormonas, o por cualquiera que fuera o fuese lo que empujaba a uno a descargar su ira en la vieja "caja mágica"; agua con cal, debido al mal estado de las tuberías, añejas como el sol, más o menos, mucho más menos que más. Solo su pequeña lámpara de lava le atraía a nuevas ensoñaciones y pensamientos, y que ayudada por el LSD que le había regalado dos años atrás su dentista y que cuidaba mucho de que no se acabara. como les pasó a los Beatles, conseguía darle un nuevo mundo, un nuevo mundo donde se pudiera jugar al parchís sin comerse a las fichas contrarias, o sin que ellas te comieran a ti y tuvieras que empezar de nuevo. Un mundo nuevo donde no tuvieras que llevar una ficha hasta al final para avanzar diez pasos con otra. La sombra de Tom Sawyer y Mike Hoogan le ayudaban a respirar más calmada y satisfactoriamente, por mucho que en sus pulmones acabara el humo de cigarrillos mal fumados cada día, y le decían que no necesitaba una torre y un alfil para ganar la partida, que los peones también eran importantes en la vida. Pero ¿a dónde iba él? Sin más estudios que los que habían sido justos y obligatorios, sin trabajo, ocupando una casa abandonada que gracias a dios tenía agua con cal y electricidad para su lámpara de lava. También tenía gas gratis, todo un lujo, qué digo, un verdadero regalo. Ni tan siquiera tenía identidad, hablando de forma absorta y abstracta sí, pero sin papeles ni carnet de identidad no figuraría como persona en el censo, por consiguiente, era una persona sin identidad.
No sabía qué gusto le sacaba a vivir, a pensar en que algún día volvería a Varsovia y volvería a ver a su familia con lágrimas en los ojos y el corazón encogido, agrandando su figura para poder abrazarlos a todos a la vez, sin tener que ir uno por uno, demorando el momento de volver a vivir su antigua vida, llena de sus cosas, una vida normal, sin indigencia. Sin tener que robar la comida, sin tener que pasar por una comisaría cada semana por sus hurtos, ni por el hospital por sus problemas. No siempre a quién robaba le daba por llamar rápidamente a la policía, había quien, sin cuidado ni miedo, se enfrentaba a él, que con unas fuerzas mermadas por los años, los cigarrillos y la cal del agua, LSD y su lámpara de lava, el frío y las múltiples peleas, era vencido una vez más. No encontraba apoyo económico, social, moral y psicológico, no encontraba nada, en una sociedad totalmente rota y ajena a su parecer y opinión. "La sociedad no se hace a uno, uno se hace a la sociedad" le dijo una vez su abuelo. "Pues que le den a la sociedad" contestaba él. Quién le iba a decir que diez años después la sociedad tomaría represalias y le haría sufrir de aquella manera. Desde que había llegado a aquel país no conocía otra cosa que la indigencia. Le gustaba la música y bailar, pero ¿a quién le importaba? Ya ni siquiera a él. Oh sí, la temible Escocia había vuelto a vencer en un deporte cualquiera a Irlanda. Y no entendía como aquello podía interesarle a un pequeño país como era Albania. "¡A la puta mierda todo!" gritaba a veces. Pero, no podía realizarlo, no tenía nada, y sin nada no hay todo, o eso creía, qué más daba, la indigencia no es algo con lo que se sueña  se nace, se tiene que tener una historia, por pequeña, irrelevante, idiota, asquerosa, espectacular, llena de acción, o miserable que fuera. Pero si ya no recuerdas tu historia ¿qué eres?. Si ni siquiera para ti tienes pasado ¿qué eres?. Divagaba en las esquinas penumbrosas, frías y alcalinas de su mente, si es que le quedaba. No sabía para que estaba en el mundo, sólo podía recurrir a su lámpara de lava y al LSD, a la sombra de sus ídolos, a un tono lleno de musicalidad que ya no recordaba, a los abrazos inexistentes de su familia, los lazos en forma de antiguos y vagos diálogos que le ataban a su abuelo. Entró en edificio enorme, de veinte pisos, pero donde no había nada. Un vestíbulo blanco, gigantesco, frío, vacío, le recogió, avanzó hasta llegar al ascensor. Dos minutos después, debido a la lentitud del propio ascensor, llegó a la última planta. Era exactamente idéntica al vestíbulo, pero en una pared había dos especies de micrófonos muy separados entre sí. Uno ostentaba el título "Tom Sawyer" y el otro el nombre "Mike Hoogan". Se acercó al primero y arrimó su cara.
-Thomas Sawyer - dijo sin mucha convicción.
-Dime - respondió una voz profunda, la de Tom Sawyer.
-¿Qué soy?
-Por compromiso debo decirte que una persona increíble.
Pasó al siguiente micrófono:
-Mike Hoogan - dijo.
-Dime - respondió una voz profunda, la de Mike Hoogan.
-¿Qué soy?
-Por compromiso debo decirte que una persona impresionante.
Y se marchó, en busca del primer puente que osara aparecer ante él.



17 ene 2011

Abandonando la costumbre del "de".



Lo que tienen las costumbres en común con las piedras, es que puedes elegir la que quieras y guardarla, hasta que llegue el momento de lanzarla al fondo de un río y olvidarla, o de coger otra y dejar en segundo plano la primera. Hay costumbres lisas, rugosas, redondeadas, puntiagudas, quizá esta última llegue a catalogarse como acto sectal más que por costumbre.
Cuando la chica de las converse rosas, algo rotas, y con el los cordones puesto de una manera peculiar, que no menos original, pudo esbozar una bonita sonrisa al descubrir unos nuevos cordones que colocar a sus converse rosas, algo rotas; fue exactamente el mismo momento en el que el cartel de Schweppes se iluminó por completo, y los miles de turistas o fotógrafos que querían aprovechar su oportunidad de observar la plaza, llena de gente hasta un lunes, o demostrar su capacidad creativa y plasmarla en una sola imagen.
Una imagen vale más que mil palabras. Y él, quizá empujado por el hecho de que había elegido la rama de humanidades para estudiar, contestaba:
-¿E infinito? ¿Qué imagen es capaz de plasmarlo junto a novecientas noventa y nueve palabras más?

Un sombrero de copa le saludaba desde la cabeza de un maniquí, feísimo por cierto, invitándole a entrar, comprarlo, y dejarlo reposar sobre su cabeza. Día tras día, el sombrero seguía saludándole, pues aún no había comprador que hubiera decidido gastar parte de su tiempo dejándolo sobre su pelo, o calva en su defecto.
-Te debes de sentir muy sólo.
-¿Yo? - contestó el sombrero - Qué va, a dos metros, mirando a la gente, uno nunca está sólo.
-No me entiendes - le explicó la chica de las converse rosas.
-¿Ah no? - se extrañó el sombrero.
-No me refiero a la soledad como término físico.

Y se fue, dejando al sombrero con la duda sobre si el hecho de estar a dos metros, sobre una cabeza de plástico, viendo gente pasar, era la vida que quizá alguna vez había soñado.

Continuó caminando, hasta llegar a una cabina de teléfono con publicidad de una empresa de comida basura. No llevaba el móvil encima y tenía que avisarle. "Menos da una piedra" pensó mientras marcaba su número.
La voz de un chico sonó al otro lado del teléfono, en el caso de que ese hipotético lado exista y no sea otra cosa que una burda expresión para calificar cada extremo de la línea.
-Hola Allen - le contestó la chica de las converse rosas.


11 ene 2011

De una chaqueta azul y una pajarita roja.

Con su pelo negro, bastante largo, engominado, pero no hacia atrás, sino para todos los lados. Con su cara divertida, su nariz redondeada, su barbilla pequeña, su barbita de tres días, y sus ojos redondos. Una boca peculiar.

Blake tenía una nueva cara. No se había hecho cirugía, tampoco maquillado, sólo había descubierto una nueva parte de él. Había descubierto su nuevo nombre, antes creía llamarse Simon, pero ahora era Blake. Antes se consideraba dentro de la escena londinense, con colores chillones, azules, de esos que le encandilaban, pero ahora llevaba camisa vaquera, botas de agua de esas que te hacen cinco centímetros más alto, y una pajarita de madera. Sí, de madera. Tenía una cinta suave de color rojo que le permitía colocársela alrededor del cuello. Pero la pajarita en sí, era de madera.

No le hacía ninguna gracia haber perdido sus pantalones ajustado, y ahora llevar un chándal cutre, desayunar huevos y bacon, con un café en la mano y tostadas de acompañamiento como aporte cereal. Tampoco que a las cuatro le esperara el té en el salón, no le gustaba el té, y menos el de hierbas ese que le ponía su nuevo mayordomo. Ni siquiera se sabía su nombre, sólo que había aparecido una mañana.

Su nueva mansión también le desagradaba, quería volver a su piso del centro de Londres, quería volver a ponerse sus converse azul cielo y caminar por las aceras mojadas, en vez de ponerse mocasines e ir en limusinas. Quería recuperar sus apuntes a mano de biología aplicada, y que no se los tuviera que imprimir un supermegaordenador de esos que tenía por su mansión, había lo menos cinco.

Blake odiaba su nueva cara.

De cómo la sal le sienta mal a un caracol.

"No es por jorobar, pero hoy estás muy tonto, chaval..."

Cuando te llega el flash, el zumbido, como una flecha que te atraviesa, y notas que una bocanada de aire frío azota sin parar como si su único e imperceptible objetivo es que fueras despedazado hasta que formaras una montaña de virutas en el suelo de baldosas negras, para que luego el viento, te fuera llevando de aquí para allá, que fueras visitando países, no como un turista más, sino disfrutando de una vista aérea, Venecia, Boston, Dublín, Tokio, París... Hasta que cayeras rendido de la paliza que esto conlleva, que viajar tanto te puede producir Jet Lag, y ya ni te cuento la depresión post-vacacional, que es una gran fiesta, es como si cogieras una coctelera y en ella metieses tu cerebro y miles de chinchetas, la agitaras, y después bebieras.

Entonces si quieres, sólo si quieres, puedes darte cuenta de lo que está ocurriendo. Nadie te va a obligar a hacerlo, es simplemente cuestión de que lo aceptes o no. Un tocadiscos seguirá siendo un tocadiscos hasta que lo juntes con un vinilo de los Beatles del 67. Coge un zumo de la nevera, de naranja si quieres, sientate en la butaca, mientras adquieres vitamina C. Ahora enciende la televisión, esa que tienes enfrente, de cuarenta y siete pulgadas por lo menos, con lo que molaban las cuadradas de colores y mala imagen, de las que sólo iba a veces la señal, las que yo directamente vinculo con Seattle y los noventa, Grunge. Y ahora en tu televisión, la grande, la que apenas ves, dime qué programas están poniendo. ¿Alguno te interesa? ¿No? Qué pena.

Desperdiciar es malo, pero todo depende de la cantidad que despilfarres y para qué lo despilfarres. Siempre he pensado que despilfarrar es el verbo cutre de Desperdiciar. Igual que charlar es el verbo cutre de hablar. "Hablando se entiende la gente" no "Charlando se entiende la gente". Si te metes en la ducha, media hora, literal, gastas una cantidad horripilante de agua, de la que se supone que en mil años no sabremos ni qué es. 

-Bonito vestido.
-Es de seda.
-La seda me da repelús.

Hoy te gusta esto, hoy te gusta lo otro, hoy te obsesiona, mañana lo odiarás. Qué bueno es no saber lo que te gusta, y súper divertido, vamos, es lo mejor. Eso de ahora sí, ahora no, el juego al que todos jugamos, en el que se hace girar una botella y tu la sigues donde señale. Mira por donde, hoy ha señalado hacia "Viajes y mundo". Vaya, que casualidad, ahora te gusta viajar y conocer mundo. Que por mucho que se peguen en las películas, todo es mentira. La sangre es tomate, dicen, o tinta, que mancha mucho.

El piano está hecho para gente que tenga los dedos largos, hay que aceptarlo. Si no lo haces, te estás negando a ver la realidad. Pero ¿quién ha dicho que no se pueda vencer a esa realidad? Que yo sepa Mozart, teniendo todos los dedos en su respectivo lugar, usó la nariz. Claro que, Mozart era un genio, pero como a todos los genios, se los lleva el viento y con el tiempo se olvidan sus hazañas. ¿Quién se acuerda de Hannibal, el único hombre que casi consigue vencer a los romanos hace miles de años? Casi nadie, sólo los que están interesados en el tema, que serán a los que les toque hacer un trabajo sobre él para clase.

El interés humano siempre se me ha escapado, ¿quién va a ser capaz de poner a millones de personas que comparten patria de acuerdo? Pues Obama no puede ser, y tampoco Jesucristo. Si algún día los robots acaban por conquistar el mundo, seguro que no se pelearán y se lo repartirán de una manera perfecta. Hay una rata escondiéndose en casa, se llama tensión y no deja estar las cosas tranquilas, en cuanto una conversación va hacia lugares insospechados y se convierte en discusión, cuando esta finaliza, aparece la rata y lo deja todo impregnado de aspereza y todo bien estirado, maldita tensión.

-¿No te gustaría ir a Siberia?
-En Siberia hace frío.
-¿Y si estoy yo para abrazarte?
-Seguirá haciendo frío.

Pop. Se esfumó lo bonito, y ha llegado la explosión hippie. Viva la paz, viva el amor, fuma esto que está rico, bebe de esto que está aún mejor.
Un festival de rock a las afueras de la ciudad, en medio del campo, y vuelve a aparecer la rata. Hala, pelea. No, si están peleando por la paz y el amor.

Si has pensado alguna vez en los demás, ha sido de soslayo y por casualidad, niño americano gordo. Mírate el ombligo, no te quedan pelotillas que quitarte mientras estás tirado en el sofá engullendo donuts y galletas a todas horas. Levántate y verás como has dejado la forma de tu culo y todo. Deja de pulsar teclas, deja de pasar de un nivel a otro, deja de mirar hacia abajo, que te va a doler el cuello.

Nada, víctimas de la improvisación, es comparable a llegar a casa un jueves, cansado, pero cansado de verdad, y poder dormir un rato, minutos, que más da, lo importante es poder hacerlo.

Que mal me sientan los martes.

5 ene 2011

De canciones infantiles y otras cosas similares.

Para poder encontrar la salida de un laberinto y respirar aire, a la vez que en tu pensamiento se forma la idea de que lo has conseguido, tienes que haber entrado en él, haberte perdido, desesperado, enrabietado, tienes que haber sufrido. Porque entonces el laberinto no habría servido para nada, y tendrías que haber retrocedido, y haber vuelto a pasar por él: del laberinto al treinta, se dice en la oca.

Nadie dijo nunca que era difícil hacer una rima, pero dos seguidas y en un cierto orden ya salta a la vista la pequeña dificultad que no tardan en salvar y dejar atrás aquellos que de verdad saben jugar con ellas y darles forma.

Tocar el piano no es cosa de dos dedos y siete notas repetidas en sus diferentes tonos.

Caminar solo, te ayuda a soportar los problemas. Aprender a escuchar una canción te los soluciona. Siempre es importante saber sintetizar, analizar, extraer las ideas, ejecutarlas, todas esas cosas que nadie se toma en cuenta, un pequeño protocolo de "primero-piensa-luego-actúa" que pocas veces se cumple. Y ahí está el progreso, que tampoco nadie ha dicho que sea hacia mejor.

Sobrevivir es una parte importante de la vida de los animales. También la nuestra. ¿O acaso no mataríamos por conservar nuestra valiosa vida? Claro que algunos prefieren tomársela a cachondeo.

Dicen que leer te ayuda a pensar, pues viva la prensa deportiva y sus exageraciones. Viva también la televisión y las ideas que nos meten en la cabeza. En cambio, la radio sólo busca la comunicación, el entretenimiento. Si, la televisión lo mismo, pero con un objetivo más que es el de hacer que te creas todo lo que te cuentan. La prensa deportiva lo mismo, pero más exagerado aún, cayendo en su propia trampa.

Criticar es fácil, ser criticado es duro.