Con su pelo negro, bastante largo, engominado, pero no hacia atrás, sino para todos los lados. Con su cara divertida, su nariz redondeada, su barbilla pequeña, su barbita de tres días, y sus ojos redondos. Una boca peculiar.
Blake tenía una nueva cara. No se había hecho cirugía, tampoco maquillado, sólo había descubierto una nueva parte de él. Había descubierto su nuevo nombre, antes creía llamarse Simon, pero ahora era Blake. Antes se consideraba dentro de la escena londinense, con colores chillones, azules, de esos que le encandilaban, pero ahora llevaba camisa vaquera, botas de agua de esas que te hacen cinco centímetros más alto, y una pajarita de madera. Sí, de madera. Tenía una cinta suave de color rojo que le permitía colocársela alrededor del cuello. Pero la pajarita en sí, era de madera.
No le hacía ninguna gracia haber perdido sus pantalones ajustado, y ahora llevar un chándal cutre, desayunar huevos y bacon, con un café en la mano y tostadas de acompañamiento como aporte cereal. Tampoco que a las cuatro le esperara el té en el salón, no le gustaba el té, y menos el de hierbas ese que le ponía su nuevo mayordomo. Ni siquiera se sabía su nombre, sólo que había aparecido una mañana.
Su nueva mansión también le desagradaba, quería volver a su piso del centro de Londres, quería volver a ponerse sus converse azul cielo y caminar por las aceras mojadas, en vez de ponerse mocasines e ir en limusinas. Quería recuperar sus apuntes a mano de biología aplicada, y que no se los tuviera que imprimir un supermegaordenador de esos que tenía por su mansión, había lo menos cinco.
Blake odiaba su nueva cara.