Cuando se juntaba en el escenario con Joe, eran imparables. No se regocijaban en el ruido, el estruendo, la alegría o el público. Con dos miradas tristes, una guitarra y una voz espectacular como la suya les valía para llenar praderas y asombrar. Una constante consecución de notas sin subir el tono innecesariamente. La armonía entre la chica de pelo rubiajo y corto, más o menos, porque no le permitía bajar más de su nuca, ojos grandes, marrones, preciosos, siempre llevando camisas lisas blancas, sin complicaciones, vaqueros de pitillo negros, arrugados; y el chico de cara alargada y rizos en el pelo formándole una pelusa sobre su cabeza. Acostumbrado a camisetas oscuras y sudaderas simples, un hoyuelo marcado y una cicatriz que seguramente provenía de una caída en su niñez, o no. Con una guitarra acústica siempre encima, negra, elegante, creaba maravillas. Súmale el desparpajo, la armonía, telepatía, el conocimiento del otro. Se entendían solo con mirarse, se encendían solo con sentirse el uno al otro. Allí arriba, en un parapeto enrevesado de hierro, cubierto de madera, parecía ser su hogar, donde de verdad eran ellos. Se hacían llamar Chalk, decían que era porque les pareció un buen nombre para un dúo. Pero la verdadera razón era su blancura, como marcaban con polvo cada corazón que se entregaba a su escucha, como enamoraban con letras escritas en una pequeña pizarra a los más sensibles, y a los que no lo eran tanto. Beth y Joe, Joe y Beth.
No se trataba de un simple dúo que aspiraba a convertirse en una pareja de amantes, no, era mucho más complejo todo. No era la tensión sexual, ni la atracción de dos polos opuestos lo que los unía y hacía de ellos uno sólo. Una voz, unos acordes, magnífico, no quedaba otra sensación más cuando finalizaban sus amenas y espléndidas sesiones al tiempo que sumaban tres más tres, o uno más uno, ¿qué mas daba? No se trataba de las canciones ni de los sonidos, sino de lo que significaban. Había que contemplar más allá del "oh, es un dúo, son tranquilos, tocan muy bien, sí, creo que me van a gustar, sí, me gustan, voy a ir a verles en cuanto pueda". No. Hay que traspasar la línea blanca y ver que cada uno tiene su vida, mucho más ajetreada que su música, una llegaba a los dieciocho y el otro observaba desde un año menos. En realidad sus vidas eran distintas, no estaban solos, tenían amigos, amigos diferentes, quién sabe si buenos o malos. Y solo cuando se juntaban a ensayar, improvisando de vez en cuando, o cuando subían al escenario, eran ellos dos solos, sin nadie más. No necesitaban coincidir en los mismo gustos, aficiones, hobbies, color favorito y comida favorita, tipo de ropa, de música. Es más, ni siquiera eran fans de su propia música. A una le gustaba el pop-rock de los ochenta trasladado a la actualidad, y el otro apostaba por casi todo, desde punk hasta folk. Nunca habían pensado que ponerse unas converse y subir a un escenario pudiera guiarles hasta esas notas que les hacían especiales. Detrás de esas notas no estaban su magnífica voz ni sus virtuosos dedos, sino sus emociones, pensamientos vagos que salían a la luz de repente sin alterarse lo más mínimo, eso que llaman sentimientos y solo aparecen en momentos inoportunos, o no tan inoportunos. Daba igual que las canciones hablaran de paz, amor, guerra, o de la estupidez adolescente. No había que quedarse con la letra, leer entre líneas, que lo llaman. Rebuscar en el cabello rizado de Joe y sacar pequeñas motas de polvo que nos desvelaran sus pensamientos, o alcanzar las cuerdas vocales de Beth y arañarlas hasta obtener sus secretos y convicciones.
No era la historia de un desengaño, ni una historia de amor. Sincronización. Sin tapujos, velos tupidos que correr, o engaños que esquivar para no encontrarse con realidades duras ni frases mal construidas. Perfección, si alguna vez has oído hablar de ella. Te lo podías encontrar hasta en el hilo más pequeño de la ropa que vestían, hasta en el último poro de su piel. Ventajas y desquicios de dos jóvenes que cuando se encontraban, lo hacían de verdad, no de esas veces que te saludan por la calle, sino de esas veces de "Sí, yo también siento lo mismo". Burlas, más burlas. Desamparo en las notas carrasposas y en la voz chisporroteante. Encima del entramado que es un escenario. Nada más, amigo mío, nada más. Disparaban flechas y alcanzaban todos los corazones, todas las mentes, no querían influenciar, ni inventar nada, solo querían ser entendidos, no que les escucharan como tontos que balanceaban la cabeza de un lado a otro al compás de la música.
No invitaban a sus amigos a verles y escucharles, eran tan distintos a cómo eran en la realidad, o quizá fuera al revés, en un amago de rareza, que la forma en cómo eran en la realidad no fuera la distinta, y cómo se mostraban en el escenario su verdadera actitud, su verdadera personalidad. Con lo difícil que es tenerla, aunque parezca que no. Nada de originalidad, sólo queremos vestir colores simples y disfrutar con vosotros. Parecía un mensaje breve y simple. No lo era. Daba igual que fuera la primera vez que les veías en tu vida, o la séptima, o la tercera, no se trataba de tu grado de admiración o del desahogo que sentías al presenciar aquella maravilla, cosa de dos, fundidos en uno. Tampoco se trataba de la emoción que sentías, sino de la que sentían ellos, querían que sintieras lo mismo. Quizá la mitad de los asistentes no lo lograran, pero solo era cuestión de tiempo. Las cosas caen por su propio peso. No hacen falta grandes saltos de altura ni maratones para darse cuenta de lo que verdad vale la pena, discernir entre útil e inútil tampoco nos ayuda a ser mejores. Se trata de saber. No, tampoco. Se trata de trasladarte, de encontrarte, de conseguir, de afianzarse, de poder escuchar las notas mientras los pelos se te ponían de punta, notar su convicción, su emoción, su todo, entrar en ti, balancearse con ellos en un columpio hecho de tiza, flotar en nubes hechas de ladrillos, que acababan despedazadas al caer por su peso. Del dicho al hecho hay un trecho. No había que alcanzar el nirvana, ni lograrlo para ser feliz, ni para ser mejor, o más guay.
Emociones sintéticas.
Frases de plástico disolvente.
Soluciones frágiles.
Pensamientos intangibles.
Tiza, al fin y al cabo; tiza.
Se miraron una vez más antes de asentir y comenzar, otra vez más, acudimos hipnotizados al espectáculo, no, mejor dicho, a la lluvia de tiza. De tiza que llevaba dentro una mezcla de rabia, amor, decepción, alegría, ocurrencias, inteligencia. Todos querían ser mojados por la lluvia de tiza, solo unos pocos lo conseguían.
