26 dic 2011

V - Trámites.


Hoy me he levantado planteándome si vivo en el mundo en el que quiero vivir. Si todo es platónico y me encuentro descarriado en el mundo sensible sin capacidad de aprendizaje, con el alma en otra parte. La duda me ha hecho huir de la realidad buscando algo que se ha extraviado a lo largo de los años. Toda filosofía imaginativa, y sobre todo, toda religión y fe, se basan en la duda, en el "y si". ¿Y si mi alma estuviera separada de mi cuerpo, en otro mundo?¿Y si existe un ser creador original que nos ha alumbrado y organizado significando él y únicamente él el inicio de los tiempos?

Las grandes mentiras se ambientan en las duda, en la duda del individuo, que entre la espada y la pared no tiene más remedio que inclinarse por idolatrar la fe, alegando que necesitan creer para vivir. Yo no necesito creer en nada para vivir, ni en la reencarnación, ni en ninguna otra cuestión que tenga problemas para demostrar su verdad. Tan solo sé que cada tres días tengo que afeitarme y que los cigarros alimentan mi ego para destruirlo dentro de unos años.

Hoy me he levantado en otro mundo, en uno completamente contrario e irreverente al real, donde no sólo el planeta tierra no se movía, sino que el resto de los astros daban vueltas a su alrededor como zíngaros danzando alrededor de una hoguera, como un bufón ejerciendo ante un rey sin nombre. Todo ello siendo un mero trámite de transición anestesiada y plomiza hacia la travesía que desemboca en mi viejo sofá. No he acabado de entender en qué registro se puede catalogar mi viaje espectral a través de los sentimientos, ni bajo qué circunstancias he acabado abstrayendo las emociones e imantándolas con un poder tan potente como valiente.

Como si todos los libros de la cabecera de mi cama hubieran convertido en realidad cada una de las tercas e imaginativas historias, dramas y ensayos que en sus lisas y viejas páginas contienen: ha acontecido un choque entre dos mundos que sólo yo he captado con el gran desarrollo de unas pocas capacidades sensitivas. Como una gran onda expansiva que ha atravesado la ciudad destruyendo todo a su paso excepto a mí. 

17 dic 2011

IV - La idealización de una vida.


-Acostumbramos siempre a ver en las películas, a leer en los libros, a ver en todas partes, a idolatrar, a idolizar y alabar una vida idealizada, pensada o vivida por cualquier persona, que ha sabido narrarla de la manera más solemne o desarrapada, pero que siempre acaba embriagándonos y arrancándonos un trozo de alma en el que se nos graba esa historia como si se tratara de un disco duro. Envidiamos al artista, al director, o a la persona que ha vivido lo narrado, aunque esto acabara con un triste final, muerto, o destrozado por las circunstancias que lo han moldeado. Siempre pensamos que podríamos ser algo mejores, que podríamos refinar  lo que tenemos alrededor y a nosotros mismos, y alcanzar esa virtud aristotélica, convirtiéndonos en algo o en alguien que hasta nosotros mismos querríamos más. Todas esas historias nos hacen perder amor propio, nos hacen convertirnos en ¿quién sabe? ¿personas algo inferiores? Nos hace pensar que a nuestra personalidad le falta un toque malhumorado, o ácido, o dulce, o de dejadez asquerosa, de maleducado, de lo que sea, a fin de que mejoráramos nuestra idea, nuestra imagen. Como si pudiéramos crear una versión de nosotros mismos más actualizada y mejorada que la anterior.

>>Acabamos tomando por costumbre que cualquier cosa que realicemos, que cualquier frase que digamos, que cualquier postura que adoptemos, jamás estarán a la altura de un filme o de un buen libro. Tomamos el drama como algo increíblemente atractivo e intenso, pero conocemos el hecho de que si cualquier drama ocurriera en nuestras vidas, a la mínima nos romperíamos en mil pedazos, de dolor o de lo que fuera, obligándonos a pensar que necesitamos endurecer nuestra mente, conseguir aguante y resistencia, no dar tanta importancia a todo. 

>>Y siempre que nosotros o cualquiera de nuestros cercanos consigue exhibirse con una frase, con un acto, con un gesto, o con un aire de genialidad y originalidad, no nos sorprendemos al calificarlo de "parecía de película" o de "te ha quedado como en un libro", creyendo que todos los argumentos que en películas y libros aparecen no ocurren en la vida real, y que son fruto de imaginaciones portentosas y lo suficientemente imaginativas como para conseguir hacer realidad actos inverosímiles. Error. Si algo aparece en las películas que cuentan historias, que narran vidas, es porque han tenido que ocurrirle a alguien, sin que esto deba ser una obra biográfica. Existen muchas personas que han llevado sus vidas al límite, que las han vivido de la manera más atractiva y deseosa, con una velocidad temeraria o con una lentitud hermosa, pero que no las han contado. Y quién sabe si en nuestra vida podamos acabar contando anécdotas que nos han ocurrido que parezca extraídas de un guión cinematográfico, o de la mente de un novelista extravagante.Quién sabe.

>>Y sin duda no nos damos cuenta, de que según vamos avanzando en nuestra vida, nos van ocurriendo cosas que hemos hemos leído en libros y que deseábamos que ocurrieran, o escenas de películas que anhelábamos vivir también nosotros. Si nos paráramos en seco a pensar lenta y ordenadamente en cada cosa que nos ha pasado, en cada fragmento de los años de nuestras vidas, nos encontraríamos con escenas que no habíamos valorado en el momento de vivirlas, y que sin duda se asemejan a esa idealización que a todos nos ronda la cabeza. Algún desamor, algún verano, alguna escena graciosa con otras personas, todo eso forma parte de nuestra propia película, personal e intransferible, y quizá si pudiéramos grabarla en formato físico, y reproducirla en los últimos años de nuestras vidas, quizá nos encontráramos con una superproducción cinematográfica, o con una dramática novela que te mantiene enganchado hasta el final. Creemos que lo conocemos todo de nosotros mismos, pero desconocemos muchos aspectos de hasta lo que nos va ocurriendo a medida que cumplimos años. No somos dueños ni de nosotros mismos, si anhelando que nos ocurran cosas que soñamos, acabamos perdiéndonos lo que de verdad nos ocurre.

9 dic 2011

III - Sin querer, se perdió entre el a propósito.

Solía bajar a la calle a eso de las once y media o doce, para, a parte de echarse un cigarro con las ganas acumuladas de toda la tarde, observar como el frío ahuyentaba a cualquier persona que se atrevía a salir de su portal a tirar la basura, o a sacar al perro, o incluso a echarse un cigarro como lo hacía Bert. No sabía por qué le sorprendía encontrarse la calle vacía aunque hiciera frío, se sentía dueño de ella al ser el único ser viviente que pasaba por allí a esas horas en pleno diciembre. De vez en cuando un coche rompía el silencio y atravesaba los cien metros de calle a una velocidad excesiva, o moderada.

Sentía una necesidad imperiosa por ser dueño de algo más que de su propia vida, como ya se consideraba sin siquiera superar la mayoría de edad. Es como si algo le empujara a hacerse con algo en su poder, pero sin resolverle el acertijo de qué era lo que necesitaba poseer para alcanzar un estado de mayor felicidad, por así decirlo, trasladándolo a lo filosófico.

No era un caprichoso, nunca lo fue. Y ahora tenía la sensación de que algo se le escapa dentro de sí mismo, y que tenía que atarlo bien para que no saliera y le abandonara. Lo que no sabía era cómo hacerlo.

Observó morir al cigarrillo en el frío suelo mientras sacaba las llaves del bolsillo interior de su cazadora y las introducía en la cerradura, antes de volver a subir a su casa y perderse una vez más frente al escritorio, sin saber muy bien qué hacer, intentando resolver aquella ecuación que se le había presentado sin siquiera avisar con un saludo, sin presentarse protocolariamente antes de comenzar a hablar.


Al fin y al cabo había aprendido que las encrucijadas no eran muy educadas, y que nunca daban los buenos días antes de colarse en tu café e intentar hacerte la vida más difícil.

21 nov 2011

II - Carta a un vecindario catastrófico..



Podría empezar describiendo lo exageradamente frío que me he despertado esta mañana, o explicando lo sucios que estaban los cristales de las ventanas debido a la lluvia, o lo extrañamente resbaladiza que se ha mostrado mi madre en la conversación que hemos mantenido durante el corto desayuno, o lo bien que me ha sentado el café. También podría detallar cómo han adornado la calle en vísperas de la fiesta, o lo aburrida que me ha resultado el programa de televisión que siempre veo antes de salir por la puerta, o cómo cruza asustado el gato callejero que rebusca alrededor del contenedor algo con lo que alimentar su escuálido cuerpo y sus tres crías que esperan en el callejón de enfrente.

Pero prefiero centrarme en el único acto no rutinario con el que me encontrado hoy al salir de portal, resguardado como ya es costumbre en mi gabardina negra que yo considero estilo Joy Division y con la que según mi madre parezco la muerte en vísperas. En mi edificio hay dos portales, primero una verja alta que ostenta el número diecisiete, y que abre paso a unas escalerillas de cuatro peldaños que te llevan a lo que viene a ser realmente el portal. Pues bien, los buzones están colocados entre la verja y las escaleras, siendo para mí una tontería esta colocación; y teniendo en cuenta que el cartero suele pasar a mediodía y que yo salgo de casa a las ocho en punto más o menos, el hecho de que los buzones estuvieran llenos resultaba raro y sorprendente.

Mi primera elucubración fue que algún repartidor de propaganda se había colado aprovechando la entrada o salida de algún vecino y había hecho su trabajo, pero al darme cuenta de que todos los buzones estaban llenos, salvo dos o tres, y todos ellos con el mismo trozo de carta sobresaliendo de la ranura, y que no se trataba de papel de propaganda, mi gesto se tornó extrañado.

Me acerqué a la parte de la derecha, que era donde se encontraba la caja que ostentaba una placa con el nombre de mi madre y el mío debajo de un 5ºD. En mi edificio sólo hay dos viviendas por piso, D y I, indicando el lado al que están de la escalera. También me parece una tontería esta designación, pudiendo haber elegido las letras A y B, por ejemplo, o las abreviaturas dcha. o izda. para no complicarse. Bueno, el caso es que cogí la carta que asomaba de mi buzón y observé el remitente, que resultaba ser una empresa llamada GreenOffice, así, todo junto. Abrí, destrozando la solapa, el sobre y saqué un folio en el que según pude leer, el director de la empresa se dirigía a mí, propietario de una de las viviendas de la Calle de las Aguas, número diecisiete, describiendo su interés en adquirir el edificio para la construcción de un edificio de oficinas de GreenOffice, añadiendo que no escatimaría a la hora de pagar un precio exagerado, a la vez que proponía mantener una charla con la comunidad en siete días para explicar sus razones e intentar llegar a un acuerdo.

Si tuviera una lista de cosas que pensaba que nunca me ocurrirían, sin duda, esto estaría en ella.

Antes de volver a introducir el folio en el sobre, y este en el buzón, saqué un bolígrafo y escribí en él –He sido yo, tranquila. Para que mi madre no pensara que cualquiera había husmeado en nuestro correo. Y sin saber muy por qué, crucé la puerta de la verja pensando en la idea de vender el piso e irnos a vivir a otro lado. En cuestión de segundos me imaginé en otro barrio, en el pleno centro de Madrid, o en cualquier urbanización de alto rango adquisitivo de la periferia. Me imaginé saliendo al balcón y encontrarme de golpe con las cuatro torres de la castellana, o alojado en el entramado de calles que circundan cuatro caminos, o incluso en un pueblo perdido de la comunidad, en Valencia, Barcelona, en otro país, en una isla.

Sumergido así entre pensamientos, tanto ilógicos como estúpidos como tentadores, acabé llegando a la Plaza de la Cebada, que era donde quedaba todas las mañanas con Bert para dirigirnos a la parada del metro de La Latina y embarcarnos en el rutinario viaje bajo tierra hasta Ciudad Universitaria.

A esas horas el tráfico tanto de vehículos como de personas parecía estar en su apogeo, por no mencionar la cantidad de personas que podía haber en cada vagón de cada tren del metro, siendo muchas veces horrible sumergirse entre una maraña de cuerpos, piernas y brazos que buscan agarrarse a algo para no trastabillarse en cada acelerón y cada frenazo.

Como Bert siempre llegaba antes que yo, totalmente lógico, por otra parte, ya que vivía a escasos metros del lugar de encuentro, al lado del teatro, no me costaba identificar su figura entre la multitud de personas que se iban cruzando a mi paso con prisa o sin ella, buscando con la mirada un autobús que llegara a lo lejos, o a alguien que le estuviera o a quien estuviera esperando.

Cómo no, me lo encontré fumándose su primer cigarrillo del día, y ajustándose su gorro negro de Adidas.

Un gesto con la cabeza como saludo, el cigarrillo cae al suelo y es pisado, y de nuevo bajamos las escaleras de la boca de metro que tantas veces hemos bajado años y años.

20 nov 2011

I - Las luces rojas indican que las puertas están cerradas.


Siempre he pensado que existen varios indicios que marcan el paso de ser una persona pequeña, un niño, a una persona mayor. En este caso con persona mayor no me refiero a adulto, no, para mí el paso a esa etapa de la vida está ligada a la experiencia, y no a la maduración como siempre nos lo han pintado. Con persona mayor me quiero acercar al concepto de adolescente, pero en su etapa final, cuando las hormonas siguen revolucionadas, como vienen estando unos años atrás y continuarán estándolo unos años después; es decir, cuando uno cree que ya puede tomar sus propias decisiones considerándose mayor para ello, pero sin denominarse persona adulta.

A mí personalmente el término persona adulta me repugna, me suena a pauta, a una estación de un camino por la que hay que pasar obligatoriamente para poder continuar en la vida. Cada vez que pienso en la palabra adulto me viene a la mente una calva incipiente y una desgana que se va incrementando diariamente, como si hubiera que resignarse a cumplir con lo establecido y nada más. 

Yo me considero persona mayor, no por mi edad (17 años), sino porque considero que tanto mental como físicamente estoy preparado para serlo. Hay personas que notan ese cambio de pequeño a grande de golpe, como si fuera una palanca que se accionara, y un día que te miras al espejo notas como que se ha desprendido un trozo de ti; pero también hay personas que se dan cuenta de forma gradual, progresivamente. En mi caso fue progresivamente, y tengo contados los indicios que significaron el cambio. También considero que para cada persona estos indicios son diferentes, pero en mi caso puedo considerar los siguientes.

El primero, supongo que es común a todos, fue cuando empecé a darme cuenta de que no necesitaba presencia paterna para realizar las acciones en las que antes sí lo hacía, o incluso dicha presencia la consideraba indispensable. Como por ejemplo, ir a comprar ropa, o preguntar en algún mostrador de información, o ir a cualquier lugar. 

Otro de los indicios fue que empecé a considerar como erróneas, o falsas, muchas de las afirmaciones que decían mis padres, cuando antes para mí cualquier cosa que expulsaran sus cuerdas vocales eran verdades absolutas e irrevocables, de modo que había que seguirlas al pie de la letra.
Esos son los dos indicios más relevantes con los que me encontré, luego también me sorprendieron otros más insignificantes que resultaron marcar claramente el cambio.

Por ejemplo, cuando dejé de usar dentífrico con dibujos en el envoltorio y sabor a fresa, y comencé a utilizar el que usaban mis padres, el que picaba y era para los mayores. O cuando dejé de odiar los pantalones vaqueros y me prohibí el uso de chándales para vestir casualmente, y restringir su uso únicamente a efectos deportivos. O cuando pasé de darme baños a ducharme, e incluso hacerlo por las mañanas y no por la tarde-noche como estaba acostumbrado. O cuando comencé a considerar innecesario comentar a mis padres que me había comprado x cosa, o que había hecho x cosa, o que no había hecho x cosa.
Seguramente en mi caso existan muchos más indicios, pero ahora mismo no recuerdo más, y creo que he expuesto los más reseñables, más o menos.

Y sé que para cada persona estos indicios son personales e intransferibles (aunque existan coincidencias, que acaban siendo la excepción que confirma la regla), porque un día, hablando de esto mismo con mi mejor amigo, Bert, me contó que en su caso uno de los indicios había sido el hecho de que quedarse solo en casa pasara de ser aterrador a algo sin la menor importancia, prefiriéndolo ahora.

Siempre soñé con este cambio, el de ser pequeño a ser mayor, pero también creo que la memoria es un órgano impostor, y que algún día echaré de menos ser un niño.
No soy un fiel seguidor de frases como carpe diem y esas chorradas que todos los jóvenes de hoy en día sueltan para hacer ver que les da igual lo establecido, que no tienen complejos, y que son dueños de sí mismo para agarrarse una buena y no volver a pisar su casa en los siguientes tres días. Ahora lo que se lleva es ser original, ser alternativo, y parece que con eso nos conformamos, con que nos vean diferentes en el buen sentido, con ser la definición de una de las palabras a las que más odio guardo como es guay. Yo quiero creer que la idiotez se pasa, como si fuéramos un barco que atraca en diferentes puertos, y esta fuera uno de ellos, siendo el siguiente lo determinado como madurez, otra de las palabras a la que más odio profeso, no por su significado, sino por su historia, por las veces que ha aparecido en frases de sermones y broncas, y por su concepto en la sociedad actual, pareciendo que toda persona que se forma tiene que pasar por ese estado para ser alguien en la vida.

Yo me imagino mi vida, la actual, como si lo establecido no existiera, como si las palabras tuvieran un significado distinto para cada uno, sin caer en la exageración del extremo, y al fin y al cabo llevando una vida normal, sin creerme un alguien más importante que otro alguien, porque creo que es ahí donde reside el error. Yo soy yo y mi circunstancia. Soy yo y mis apellidos, y mis apellidos tienen una interpretación para mi padre, y para mí otra, y así es como quiero que se maneje mi existencia entre el mar de todas las existencias. 

Como si caminara y no tuviera por qué parar en tal sitio a realizar tal cosa. Como si yo decidiera si tal cosa tengo que realizarla en tal sitio, sin que nadie me susurrara en la oreja si está bien o mal. Lo que viene a ser bien y mal también me asquea, porque siempre se han esforzado en enseñárnoslo como si sólo existieran esas dos maneras de vivir; como si solo se pudiera llevar una vida buena, dentro del bien, o una mala, dentro del mal. Y hasta en las películas nos lo han inculcado, porque siempre hay dos bandos, el de los buenos, y el de los malos. 

Superhéroes y villanos, siempre me han parecido figuras tan pedantes.

Así es como, más o menos, se rige mi filosofía, si es que la tengo. Así es como intento hacer las cosas, aunque no siempre me lleguen a salir como planeo, es más, casi nunca salen como imagino, de modo que todo se queda en potencia y nunca pasa a ser acto. 
Me llamo Mark, por cierto, y no me suelen llamar de ninguna manera, solo Mark. No se si eso resultará triste o aburrido, pero casi prefiero que me llamen solamente por mi nombre, al fin y al cabo, es el único que tengo, y no creo que nunca vaya a poseer otro. Así que me conformo con Mark.

12 nov 2011

Una conciencia megalómana nunca viene mal.


Como tantas otras mañanas, acudió a su habitación para que al abrir la puerta se colara algo de luz de una bombilla del salón o del cuarto de baño, y decirle al bulto que había bajo las sábanas, y que era su hijo, que al ser las siete y media debía levantarse. Como otras tantas mañanas.
Así lo hizo.
-Hijo, son las siete y media.
Como tantas otras mañanas, aguardó apoyado en el cerco de la puerta a que el bulto se moviera, o respirara, o tosiera, o algo que le indicara que en efecto la llamada había vuelto a tener éxito. Pero esta vez el bulto permaneció inmóvil, obligándole a repetir la frase pero alzando un poco el tono de la voz. Nada.
Se acercó lentamente hacia la cama mientras llamaba entre susurros y gritos a su hijo, hasta que le dio un empujoncito con la mano en lo que vendría a ser su hombro, y al comprobar que era algo más blando del hueso, apartó rápidamente la manta, encontrándose con una fila de cojines dispuestos de tal forma que pudieran parecer (más o menos) la figura de una persona enterrada en sus sábanas.
Al verse así de sorprendido, se quedó inmóvil unos segundos, intentando comprender lo que estaba pasando. Se había levantado como cada mañana a la misma hora, se había servido una taza de café de la cafetera que había dejado preparada la noche anterior, se había duchado intentando hacer el menos ruido posible, y tras vestirse, había acudido a la habitación de su hijo para despertarle. Pero su hijo no estaba allí, reemplazado por cojines.
Volvió a su dormitorio y se sentó en la cama, aún sorprendido por el extraño vuelco que había dado la situación. Su mujer continuaba durmiendo en el otro lado de la cama, ya que hasta las ocho a ella no le tocaba despertar. Al notar la fuerza del colchón aplastado en el otro lado, y dado que llevaba unos minutos en los que no estaba dormida del todo, decidió preguntar:
-¿Qué pasa? – no le salió prácticamente la voz.
-Nada, que tu hijo no está.
-¿Cómo? – se sorprendió.
-Que no está.

Mientras tanto, en la calle, no muy lejos de su portal, él se estaba encendiendo un cigarrillo, confundiendo el humo de cada calada con el vaho que salía alrededor de su boca al respirar. Una bufanda le cubría aparatosamente el cuello impidiendo que la cremallera del abrigo pudiera estar subida del todo, y un gorro calado hasta las cejas le resguardaban del frío.
El sol había asomado a lo lejos hacía ya decenas de minutos, y la sombra que se proyectaba sobre el camino de color marrón del parque era alargada. Apagó el cigarrillo contra la barandilla del puente y lo dejó caer al río, dibujando en el aire, debido al viento, una curva, hasta llegar al contacto de la superficie y empaparse del agua de la mañana.
También hacía rato que la gente comenzaba a abandonar el calor de sus hogares para ir a trabajar o a estudiar, de los portales de aquella calle que daba al parque no paraban de salir jóvenes con mochila y guantes, o personas de mediada edad con maletines y carpetas, o madres con niños de la mano.
Era lunes y el mundo empezaba a limarse las asperezas que había dejado el fin de semana, como un gato se lava las patas. Se subió el borde de la bufanda hasta la nariz, como lo había tenido antes de encender el cigarrillo. Entrecerró los ojos, ejerciendo lo que en su mente era una pose de persona famosa, con la música en los auriculares sonando a todo volumen.
Sabía que su padre ya se habría dado cuenta de la artimaña, y que en vez de desesperarse aún, tardaría unos minutos más en emprender la mañana en llamadas a su móvil, que había desconectado previamente, y al ser esta la única fuente de información horaria que poseía, tendría que fijarse bien en ver cuándo salía el vecino del séptimo de su portal. Siempre lo hacía a las ocho en punto.

Y puntual como un reloj, salió envuelto en una gabardina negra parecida a la que vestían en tantas escenas de El Padrino. 

29 oct 2011

La pequeña burguesía.

PD: No te atrevas a comprar armas en el mercado negro, aviso.

La reinserción es imposible.


Una vez que ya no te preocupas ni en esquivar charcos, y, es más, te obcecas con saltar en cada de uno de ellos, intentando salpicar a trompicones, mezclándolos entre sí, de una manera inhumana; puede que acabes siendo declarado persona non grata. No te enfades, cada uno se labra su suerte. Si miramos todo desde una perspectiva cenital, podríamos ver los cimientos temblar, y los paneles de madera del parqué taparse los ojos para no ver cómo van a acabar precipitándose como hojas en otoño. Todo eso en una suerte de bucle que acabe por no devolverte el boomerang, pero no te inquietes, cuando lo haga, será con una cuchilla en cada extremo, y cuando la acera se haya teñido del rojo de tu grupo sanguíneo, no te limites solo a tener miedo y taparte los oídos para no escuchar las risas que van a caer a tu alrededor. Preocúpate más por huir, por que no te llegue el boomerang. Porque cuando lo haga, y lo juro, no va a volver a ser lanzado desde ese extremo del búnker. 
Y cuando el viento vuelva a mecer los pinos, en forma de amenazas cuidadosamente escogidas para no dejar cabo suelto, quizá a la lluvia le de por aparecer, y en forma del puñetazo más enérgico, acabe hundiendo una falsa melancolía que va salir corriendo sin ningún estupor. Algún contratista desacertado puede ofrecerte un techo, pero no será de teja ni de hormigón, si no de hojalata. Ten cuidado no se hunda y acabe por asfixiar la tráquea del tiempo. Porque habrás conseguido que el firmante tenga que escribir una larga lista de nombres a los que rendir cuentas.

Y porque al fin y al cabo, ya que la lógica ha fallado esta vez, la v de vendetta no va a seguir durmiendo, de eso estoy férreamente convencido. Así mismo, declaro finalizada la tercera guerra mundial, pero cuidado con la segunda guerra fría, que va a ser menos tibia que la primera.

22 oct 2011

La noche de los cazafantasmas.

Es una buena idea. No lo harías si no lo fuera, no lo harías sino fuera la única buena idea que has tenido en mucho tiempo. Aunque sea duro ver como te estiras y bostezas cada mañana. Siempre ajustas el reloj, cinco minutos adelantado, y te colocas los calcetines a la misma altura. No tardas en elegir la ropa que te vas a poner, eliges una camisa cualquiera de todas las que tienes, y te pones uno de los tres pantalones grises y lisos que siempre están colocados en el respaldo de la silla. Un cinturón normal y corriente adorna tu cintura, e introduces los pies en los zapatos que tanto te gustan.

Yo mientras tanto duermo, o eso crees, pero bajo mi alborotada melena rubia hay dos ojos que te miran irte a trabajar cada mañana, porque es lo que tiene que trabajes todos los días del año salvo dos meses en verano. No sé exactamente a qué dedicas, sé que has estudiado derecho, pero no alcanzo a acertar si eres abogado, juez, notario, o simplemente un funcionario o un contable de cualquier oficina de alto stánding, o si te dedicas a martillear un teclado en un casillero. Nunca he preguntado, no sé por qué. Me gusta pensar que cada mañana te lanzas por la puerta a hacer algo diferente al día anterior. Que mañana te irás a atravesar el amazonas para rodar un documental, y que ayer apagaste un incendio en la calle de al lado.

Siempre voy desgranando cada momento. Ahora que ya estás aquí en Nueva York el tiempo pasa más despacio aún de lo que lo hacía antes. Curioso, ¿verdad? Tanto tiempo deseaba que me encontraras que ahora que lo has hecho la simple idea de que todavía estuvieras en Madrid me parece impensable. Cada vez que oigo la puerta cerrarse cuando has salido ya, miro al techo dos minutos y me levanto. Pongo algo de música, cada día algo diferente, porque apareciste aquí, en la gran ciudad, con poca ropa y muchos discos. Hoy tocaba Frank Sinatra, ayer escuché a Lou Reed, y mañana que es viernes y vuelves antes a casa tengo planeado deleitarnos con algo de Aretha Franklin. Quizá sea muy de clásicos, y tú de novedades revoltosas.

Hoy todavía no me he levantado y hace hora y media que te has ido. Sé que no te va a gustar encontrarte esto cuando hoy a las ocho y media entres por la puerta, cansado, y con ganas de verme (espero). Tengo que irme a Edimburgo un mes. Sé que llevas aquí apenas cuatro meses, pero sé que te las apañarás, pienso llamarte todos los días en los que tú no lo hagas, o incluso en los que sí. Claro que te echaré de menos, ni se te ocurra pensar por un momento que no. Tengo que irme por un reportaje de fotografía que la empresa ha decidido realizar, está bien pagado y me han elegido a mí para hacerme cargo de todo.

Cuando esta noche leas esto, yo ya habré llegado a tierras escocesas, espero tu llamada.
Te quiero, ¿vale?
Tienes una sorpresa en la nevera.

1 oct 2011

Está lloviendo, la alfombra roja está empapada.

Ajustó la hora del reloj, colocando las manillas en el lugar en las que les correspondía estar, señalando los números correctos. Acababa de llegar a Nueva York, ahora eran las cuatro y media de la mañana y la hora de Madrid sólo le servía para orientarse a la hora de hacer llamadas y recibirlas.


No sabía exactamente por qué había realizado aquel viaje. Entendía que era porque llevaba años queriendo viajar a aquella ciudad, queriendo perderse por sus inmensas calles y barrios, queriendo pasear por el puente de Manhattan, o coger uno de tantos taxis que pasaban cada minuto. Había visto al ciudad en fotos, películas, libros, y efectivamente, era imposible describir lo que uno sentía allí. Había que experimentarlo para poder opinar.
Trataba de recordar la otra causa que le había hecho llegar a aquellas horas a aquel aeropuerto. 
Pero no necesitaba recordarla, la tenía impresa en el cerebro desde hacía tiempo. Había ido para buscarla. No, para buscarla no. Para encontrarla. En cualquier café, en cualquier esquina, apartamento o banco de cualquier parque. No cejaría hasta dar con aquella melena rubia que le había hecho perder la cabeza, hasta poder observar de cerca y sentir de nuevo aquellos labios finos que no hacían más que aparecerse en sus sueños.
Aunque el sol se pusiera cada día por mucho que no la encontrara, la luna le serviría de lupa para seguir las pistas.


Y le iba a ser necesario un sombrero, de modo que se aventuró a la primera tienda que encontró en el aeropuerto, de aquel duty free neoyorquino. No se lo quitaría hasta tenerla enfrente, entonces, con toda la elegancia y agilidad que los nervios y la sonrisa le otorgaran, se lo quitaría y se lo pondría a ella, diciendo:
-Te encontré.


Se imaginó cómo iba a besarla, con cuántas ganas y empeño, con la distancia y el tiempo desapareciendo al paso que sus labios se encontraran.


La alarma del móvil le despertó. Torpemente pulsó el botón para apagarla y se fijó en la hora. Las doce y media. Miró al techo, y se encontró de bruces con un cartel que había pegado hacía más de un mes. Así decía:
"Sigues en Madrid, inútil."

26 sept 2011

La bandera de Micronesia se ha quedado sin estrellas.

Sintoniza las pulsaciones imaginando que no son las tuyas,
Cavilando entre las musas que caminan por el mar.
Y así mismo, convaleciente, veterano de guerra,
Avisando a la corrupción de los peligros de la soledad.
Sin vergüenzas que tocan oboes, miran de reojo el reloj,
Buscando un escondrijo entre las columnas de paz.
Auguro que el mal, ya hecho, podrá simplificarse
En tres números romanos que no sumen más de cien.
Ataviado como voy, de héroe griego, no puedes atacarme,
Invulnerable soy ahora, invulnerable soy ahora.
Caminas tú, camino yo, bailando tú, gritando yo.
Son sólo azares del encuentro que rehúye entre ratones,
En cloacas con nubarrones, que no conocen la tempestad.
Zumba el azúcar en el azucarero, razona el sombrero en el vestidor.
Asimila los conceptos, como un coche de carreras, una victoria infranqueable,
Un limón empedernido.
En las islas del pacífico, las estrellas ya no brillan.
Las estrellas ya no brillan.
Bailas tú y grito yo.
Entre gorgojos los cangrejos saltan de lado, buscan el mar añorado.
Bailas tú, grito yo.

22 sept 2011

Hoy me he levantado con la indecencia como mochila.

Con el temple que distingue al cínico y al incoherente, cogió la taza que estaba en la mesa de madera, y que había dejado una marca de color blanco formando un círculo; y abandonando la calma en favor del histerismo, la lanzó contra el suelo, destrozando la pieza de porcelana, que estaba manchada con pintalabios. El café saltó como un muelle, con diversos trozos que se perdieron desperdigándose por todo el salón. En la radio sonaba Transmission de Joy Division, la versión en directo. Podía escuchar a Ian Curtis gritando el Dance, dance, dance, dance to the radio, al tiempo que su corazón percutía en su pecho, actuando de batería.

Desobedeciendo la ley de la gravedad, se lanzó al sofá con la intención de que su cuerpo flotara y pudiera perderse saliendo por la ventana del salón, abierta de par en par. Todo ello sin que variara en su cara una mueca de enfado y desesperación desencajadas en sus pómulos y sus cejas.

Al otro lado del lugar, con los puños apretados y la cabeza gacha, se encontraba la otra persona que había presenciado lo ocurrido, que había propiciado lo ocurrido, que llevaba provocando lo ocurrido desde hacía tiempo, ignorando las consecuencias, tomándolas como inexistentes ante sus actos; como si de una figura divina se tratara. Alguna que otra lágrima, quién sabe si de susto o de dolor, asomaba en sus ojos. Le pitaban los oídos, no era capaz de articular palabra, ni de escuchar con claridad cualquier palabra o sonido que asomara en aquel salón. Le pareció escuchar algo parecido a un Yo no me merezco esto y otra frase similar a un Si no quieres seguir, vete, pero vete de verdad.

No era capaz de recobrar el sentido, para él todo lo había perdido desde el momento en que llamó a la puerta de la chica, y tuvo que insistir a gritos que le dejara entrar, que quería verla, que necesitaba verla. Ni por un momento se le pasó por la cabeza que su enfado tuviera que ver con él, y no con otra circunstancia más. Se llevó las manos a la cabeza, despeinándose, y alzó la vista. Ella estaba encogida en el sofá, mirando hacia el respaldo, llorando. No supo qué hacer, no podía saberlo. No sabía cómo había llegado aquella situación.

No, sí que lo sabía. Sabía perfectamente lo que había ocurrido, pero no tenía la menor idea de cómo y por qué había viajado todo por aquellos raíles, y no por los contiguos, que eran los correctos. En esas ocasiones en las que todo abandonaba el estado de a pedir de boca deseaba que el parqué se rompiera a sus pies, y se precipitara en una caída continua hasta que llegara al otro lado del mundo, a Australia, a la Antártida, a dónde fuera. Era lo más cobarde que había visto el mundo. Y ni siquiera trataba de ocultarlo.

Sabía que si se acercaba y acariciaba su hombro, ella respondería grotescamente con frases en su contra, con insultos, con un déjame que le mataría, con una violencia impropia por todo lo que habían hecho juntos en el último año. Se mantuvo inmóvil, esperando a que ella diera el primer paso, para evitar que todo se rompiera más.

Pero ella también se mantuvo inmóvil, esperando que él diera ese primer paso, que intentara consolarla, que intentara que dejara de llorar. Si tanto la quería, era lo suyo, ¿no?. No le aliviaba que fuera un cobarde, y que por esa razón no hubiera sido capaz de contarle las cosas de frente, que no fuera capaz de no mantenerse inmóvil. Sabía lo que había ocurrido desde hacía tiempo, mucho tiempo, y siempre había perdonado. Había vivido aquellos meses esperando a que él se atreviera a confesar su infidelidad, tragando saliva cada vez que decía que tenían que hablar de algo. Y maldiciendo para sus adentros cada vez que no soltaba prenda sobre aquella noche en el parque, en la que él decidió que el alcohol era suficiente escudo como para besar y acostarse con otra, y al día siguiente hacerlo con ella.

Inmóviles los dos, esperando el siguiente acto, pasaron la tarde. Finalmente él se rindió al cansancio y se dejó caer de rodillas al suelo, sin levantar la mirada de él, pensando o lo que fuera que estuviera haciendo.

-Pe... pe... perdóname - dijo al fin, con la voz resquebrajada por haber mantenido silencio las últimas horas - perdóname - repitió, ya con más calma - he sido un estúpido, no he sabido ver las cosas.

Ella se giró y le miró a los ojos, dándose por satisfecha en lo que quería oír. Asintió y se levantó para abrazarle. Sintió los músculos de su espalda muy tensos, muy nerviosos. Siguieron abrazados y ella le susurró al oído:

-Sí, no has sabido verlo, sé que lo sientes - decía ella - te perdono, te perdono, de verdad, pero ya está, esto se ha acabado, se acabó en el momento en que aquella noche todo pasó. Simplemente se alargó porque quería que tú me lo contaras, que te arrepintieras - rompió el abrazo para continuar ante la sorpresa del chico - Se acabó, han sido trece meses que deberían haber sido nueve.

Sin mediar más palabra, ella encendió un cigarro y se sentó en el sofá, mirando a la ventana, que seguía abierta. Él cogió su sudadera, y sin siquiera esquivar los trozos de porcelana que había en el suelo, se fue de aquel salón. Se fue de su vida. Quién sabe si para siempre, o para volver a entrar más adelante.

6 sept 2011

A wolf at the door.

Somos accidentes.
Esperando.
Esperando para ocurrir.

Y hasta que no ocurrimos no nos damos por vencidos, somos insitentes, maleducados, inoportunos, desvergonzados. No tenemos prejuicios y amamos la velocidad. Atentamos contra el viento y contra las posturas ajenas. Locos, todos locos. Somo algo asi como muñecos de trapo que se doblan con elasticidad, pero que nunca se rompen.
Si no se rompen... ¿cómo vamos a poder dignarnos a desaparecer?
Para olvidar no es necesario desaparecer, pero para desaparecer es imprescindible olvidar. Cuando esté en el cobertizo de mi pequeña cabaña en Wisconsin, observando la nieve amontonada por todas partes, podré dignarme a pensar y recordar a todos y cada uno de esos accidentes que pueblan la vida de cada. Y cuando llegue el momento de la vuelta, y no los encuentre tal y como eran, todo será más pacífico, más melódico.

Hay un lobo en la puerta, sé que está, y nunca le dejo entrar. Pero me llama, me está llamando, me llama al teléfono, me cuenta todas y cada una de las maneras con las que me quiere destrozar. Quiere robarme a mis hijos si no pago las deudas, sin rescates, y me amenaza con no volver a verlos de nuevo si llamo a la policía.
A estas alturas cualquiera se pone a deducir quién es el lobo y quiénes son los hijos. El lobo es el que me está diciendo que me marche, que desaparezca. Mis hijos son todos mis recuerdos. No quiero desaparecer y perderlos de nuevo. La policía no es otra que mi propia indecisión.
Como me dijeron una vez, aprendí a hablar cuando dejé de entender mis metáforas.

Y aprendí a vivir cuando dejé de abrir la puerta al silencio.
El momento acaba de irse, si lo dice Yorke
Sí, se ha ido.
Pero tengo el presentimiento de que algún día volverá. Porque estoy más que seguro de que ha decidido desaparecer pero sin tener que olvidar, teniendo al lobo al teléfono y en la puerta, y algún día volverá para que todos esos accidentes atrasados ocurran. Habrá quién lo reciba con lso brazos abiertos, y otros con una bofetada.
Ni el saco está lleno, ni nadie ha bajado para que deje de silbar.

¿Qué más da?
Si ya lo decía Ian Curtis, cuando se pierde el control, la vida se mueve como un cable de alta tensión roto, nunca se sabe a qué va a atizar esta vez con su extremo ardiendo.


Put me inside, put me inside,
put me inside, put me inside.
I keep the wolf form the door, but he calls me up.
Calls me on the phone, tells me all the ways
that he's gonna mess me up.
Steal all my children if I don't pay the ransoms, and
don't ever see them again
if I squeal to the cops.

16 ago 2011

Emmenez moi.

La algarabía y el escándalo de la noche anterior habían dejado paso a una tranquila mañana con un sol anaranjado que comenzaba a dejarse ver a través de los edificios, iluminando todo a su paso.
Así transcurrían los días de otoño en Seattle, el sol reinaba desde lo alto del cielo, pero el frío ya se había instalado y no parecía tener intención de marcharse. El viento movía los restos de los papeles y de plástico, que habían quedado como huellas de la noche anterior, arremolinándose y copando las aceras. Los barrenderos tendrían trabajo aquel día.

Como cada año, el inicio del otoño era época de celebración en la ciudad, y cualquier joven que se preciara debía acudir durante toda la noche a los diferentes lugares que se habían marcado para la ocasión, un sinfín de clubes y bares, así como discotecas y plazas, en las que se juntaban centenares de adolescentes y daban la bienvenida al otoño de una manera alegre y desvergonzada.
Como no podía ser de otra manera, las quejas no paraban de llegar a las diferentes comisarías que había repartidas por la ciudad, y el teléfono de la oficina central echaba humo de recibir tantas llamadas.

En la calle principal aún quedaban los jóvenes rezagados que volvían a sus casas tras la noche, o que simplemente aprovechaban la mañana para dejar descansar el cuerpo y despejar sus mentes cargadas de humo y alcohol.
-¿A dónde vamos? – le preguntó Joe a Jamie mientras se revolvía la pelusa marrón que tenía por pelo. – creo que debería pasar por casa para que mi tío vea que estoy bien.
-Como quieras – contestó Jamie, que ya se había llevado a la boca su primer cigarrillo otoñal – un momento – se frenó en seco - ¿estamos a día veintiuno o veintidós? – preguntó a su amigo.
-Veintiuno – contestó Joe, sin cesar en su ahínco por intentar dominar su pelo rizado.
-Ah – dijo Jamie reanudando su marcha – entonces este es el primer cigarrillo de otoño, pienso contarlos a ver cuántos me meto al organismo en tres meses…
-¿Tres mil? – preguntó Joe, sonriente.
-Más o menos – contestó Jamie empujando a su amigo contra la pared.
Continuaron caminando por la calle principal, que comenzaba a llenarse de personas que se disponían a realizar su vida diaria sin recelo alguno. Los quioscos comenzaban a ser abiertos, y algún que otro comercio también.
El mercado principal, llamado así por la calle donde se encontraba, abría sus puertas a las ocho de la mañana, y uno de sus trabajadores se encontraba girando la cerradura en aquel momento para levantar la verja que protegía las puertas del mercado.
-Para saber qué hora es – dijo Jamie – solo necesitas mirar el mercado. Si está cerrado, es que aún es demasiado temprano como para levantarse.
-Eso lo harás tú, que vives en uno de los edificios de enfrente – contestó Joe – pero yo difícilmente puedo ver el mercado cuando mi casa se encuentra a cinco calles de distancia.
-Cómprate unos prismáticos – contestó aplicándole otra calada al cigarro, prácticamente consumido del todo.
-Como no atraviesen las paredes, poco puedo hacer – sonrió.
Giraron en el tramo de calle que conectaba con la plaza principal. Allí todo lo que se encontraba en contacto con la calle principal se llamaba de la misma manera, resultaba original a la par que irónico.
Joe vivía en una pequeña calle que se encontraba en frente del parque del este de la ciudad. Vivía con su tío y con su primo pequeño en un apartamento pequeño, pero acogedor.
Para llegar a su portal había que pasar por una lámina de hierro que cubría un agujero en la acera a causa de las obras de renovación de la calle.
-Tu calle es una de las más nuevas que se han hecho y ya están renovándolas – dijo Jamie encendiendo el segundo cigarro de otoño – en cambio hay calles destartaladas por el centro y aún no han hecho una sola obra. Cualquier día se me caerá un edificio de esos viejos mientras paseo fumando mi decimosexto cigarrillo e otoño.

Atravesaron la plaza sorteando los vasos de plástico y los papeles que había repartidos. Sin duda alguna, los barrenderos iban a tener mucho trabajo aquel día.
Llegaron a una esquina entre dos calles exactamente idénticas, con el nombre de Calles gemelas, y se pararon a esperar a que pasara el autobús, como casi siempre.
-¿Sabes? – Dijo Joe – esto de tener el bono mensual es un chollo, ya lo he amortizado en menos de quince días, lo único malo es que te conviertes en un poco vago, con lo acostumbrado que estaba yo a andar.
El autobús no tardó en parar al lado de un poste que indicaba el número de las líneas que paraban en aquel lugar y los horarios en los que lo hacían.
Se subieron al autobús número seis, que giraba por tres calles y se plantaba en la calle que circundaba el parque. Recorría dos paradas y volvía a meterse hacia la calle principal para girar por una calle pequeña.
Se bajaron enfrente de un portal con el número veintiuno.
-¿Quieres subir? – le preguntó Joe a Jamie antes de abrir la puerta del portal.
-No hace falta – contestó Jamie – además, así puedo terminar el cigarrillo. – concluyó haciéndole un gesto con la mano para que viera que acababa de empezarlo al bajar del autobús.
-Joder, ya llevas tres tío… - dijo antes de entrar en el portal y dirigirse al ascensor.
Su portal no era muy grande. Se trataba de un círculo con los buzones a la derecha, dos ascensores en la parte frontal y una escalera de mármol a la izquierda. Un espejo rodeaba la mayor parte de la pared. Joe ya se había acostumbrado a él, pero la mayoría de gente que iba a su casa no paraba de mirarse en él continuamente, era estresante.
El ascensor hizo un ding y la puerta se abrió. Pulsó el número cuatro antes de que se cerrara y amenizara el ascenso entre silbidos.
El rellano del cuarto piso también era redondo y contenía cuatro puertas, que entre ellas formaban un cuadrado. Se acercó a la que estaba más lejos del ascensor e introdujo la llave sin hacer mucho ruido.
El sonido de su tío fregando los platos cesó y este se acercó a la puerta de la cocina para verle.
-Buenos días – le dijo mientras él buscaba con la mirada un abrigo – ¿qué tal la noche?
-Bien – ha habido mucho ruido y una gran multitud en todos los sitios y al final hemos estado en el café ese que abre las veinticuatro horas del día viendo un especial de partidos de béisbol, ya sabes lo que le gusta a Jamie. – mintió.
Habían pasado la noche rodando de discoteca y discoteca, en una de ellas les habían echado a empujones porque Jamie se había subido a la plataforma donde se encontraba el Dj y había comenzado a tocar las cajas de mezclas haciendo un montón de ruido. El béisbol le encantaba a Jamie, eso era cierto.
-¿Dónde está él? – le preguntó su tío, que estaba secándose las manos con un trapo azul que tenía más de un agujero.
-Está abajo esperándome para ir a mirar lo del mueble que te dije ayer – explicó mientras cogía un abrigo gris que había colgado tras la puerta – volveré para comer.
-Vale – dijo su tío volviendo a la cocina – hoy comeremos macarrones.

Cerró la puerta tras salir e inició el camino inverso al que había realizado al subir.
Jamie acababa de terminar el cigarrillo y se encontraba apagándolo contra el suelo cuando salió del portal.
-¿Qué le has dicho? – le preguntó a Joe.
-Que habíamos estado en el café veinticuatro horas viendo béisbol porque había mucha gente y ruido. – explicó.
-Perfecto, mi madre también se lo creerá, sabe que me encanta el béisbol – dijo antes de levantarse del suelo y echar a andar.
Joe le siguió.
-¿Cómo se llega a la tienda de muebles? – le preguntó alcanzándole y limpiándole unas pocas cenizas que tenía en el hombro de la sudadera.
-Está al otro lado del parque, no tardaremos mucho – contestó él, mientras tiraba a la papelera el paquete de tabaco, ya vacío - ¿Llevas dinero?
-Me quedan diez dólares de ayer, ¿por qué?
-Porque se me ha acabado el tabaco y llevo el dinero justo para el mueble. Necesito un préstamo – le explicó.
-¿Más tabaco? – Se sorprendió él, aunque en realidad no debía sorprenderle para nada que su amigo le pidiera dinero, ya lo había hecho en incontables veces – aún me debes dinero de la última vez.
-Cierto – dijo Jamie – te lo daré en cuanto pueda, supongo que la próxima vez que nos veamos lo tendré ya. Si no tuviera que comprar la dichosa cómoda te lo devolvería en este mismo instante.

26 jul 2011

El búho es el animal más inteligente.


-El anochecer todo lo nubla.
-No, el anochecer todo lo aclara. La marea sube, la luna ejerce, la brisa sopla, y puedes pararte a pensar sin que nadie te hable. Dicho de otra manera, el búho es el animal más inteligente.

15 jul 2011

Doy buena cuenta de un ultimátum.

Se sentó a esperar, como siempre, en el único banco que había en la calle, y que miraba de frente al portal de Beth. No tardó en morderse el labio, como siempre que le correspondía esperar, se mostraba nervioso, como siempre. Se peinó, o revolvió, los rizos, y se miró las uñas, prácticamente como un reflejo, porque no tenía ninguna necesidad de mirarlas. Las observó como si buscara marcas de golpes o heridas, sabiendo él mismo que nunca se había mordido las uñas salvo en casos estrictos en los que lo había hecho para aparentar o disimular. Se apresuró a marcar el número de su amiga y a colgarlo al sonar la primera señal.
-Vamos...- susurró, impaciente.
Seguramente no llevaba más de cinco minutos allí sentado, pero desacostumbraba a llegar antes a los sitios, y menos aún a tener que esperar. No dudaba a la hora de desesperar y comenzar a realizar llamadas para confirmar que sí, que efectivamente no iban a fallarle en la hora y el lugar citados. Era una forma e ser, incorregible por una parte, y respetable por la otra. El sonido de la puerta del portal abriéndose le hizo levantar la mirada de la acera. Una mujer de unos sesenta años con zapatillas de andar por casa y un caniche revoltoso salieron a la calle y giraron a la derecha. Joe notó como esa pequeña ilusión que se siente por cosas tan pequeñas e insignificantes como el de encontrar algo que hacía unos días se había perdido, o ver a lo lejos a la persona a la que esperabas, se desvanecía de sus ojos y de su cuerpo, para volver a clavar la mirada en el suelo. Se fijó en una mancha negra que tenía en la punta del zapato, al tocarla y notar lo áspero de la tela recordó el momento exacto en el que apareció la mancha. A una distancia de más de quince centímetros parecía una mancha cualquiera, pero si te acercabas, o incluso la tocabas, se veía claramente que se trataba de una quemadura, como si alguien hubiera decidido apagar su cigarro en sus zapatillas.
Chistó rascando la tela, con la esperanza de que el pequeño agujero desapareciera, se desvaneciera, flotara hasta el portal, y que apareciera Beth tras ella.
Suspiró.
Su suspiro se vio interrumpido por el vibrar de su teléfono móvil.
"No bajo hoy", ponía en el mensaje que Beth le había enviado.
-Y una mierda - dijo en voz alta Joe, que dirigió la mirada a la ventana del tercero, que era la de la habitación de Beth.
Se bajó del banco y se apresuró a llegar al portal y marcar el botón adecuado. Esperó unos segundos, unos cuantos más de lo normal.
-¿Quién es? - respondió la voz de Beth desde el recibidor de su piso.
-Baja, te estoy esperando desde hace...- sacó el móvil para mirar la hora - quince minutos.
-¿No has leído el mensaje? - se sorprendió ella - te eh dicho que hoy no bajo, no puedo.
-Sí, lo he leído - suspiró, por qué no bajas - tengo una idea buenísima para una canción, va de un chico con gafas de sol de Wisconsin que llega a...
-No me apetece bajar Joe, no me apetece para nada, no quiero saber nada de música, ¿vale? - subió el tono.
-No, no vale, habíamos quedado.
-Pues yo he roto la cita.
-No puedes hacerlo, no sin darme una razón - se defendió subiendo el tono también.
-Te he dicho que no me apetece.
-Eso no es una razón.
-Es mi razón - dijo recalcando fuertemente el mi - y no necesito que vengas tú a decirme que no es una razón.
-Venga, Beth, baja, un rato.
-Que-no-quiero - dijo soltando las palabras como dardos - no me apetece estar contigo... ni con nadie, y me da igual lo que digas,
-Vale, vale - se rindió Joe - como quieras.
-Estupendo - colgó su amiga rubia.
-Sí, estupendo Beth, estupendo - se dijo a sí mismo Joe, con los dientes apretados.
Se sentó en el banco de nuevo, y no dudó en devolverle la mirada a Beth, que estaba mirando por la ventana si su amigo se iba o no. 
Beth movió los labios, formado un "vete", que fue contestado por un corte de mangas de Joe.
Finalmente, Beth juntó las cortinas.

8 jul 2011

Cargar con las mismas cruces y caer en sus trampas.

-Los rayos de esperanza son comúnmente conocidos por aparecer espontáneamente, y su desarrollo se produce de una forma rápida e inmadura, pero igualmente tendrá la fuerza como para desbancar la tiranía, por ello de lo esperanza. El concepto del rayo es más tardío, apareció unas semanas después cuando el sol lanzó sus primeras luces después de una tormenta, y uno de sus rayos fue a parar al pecho de la esperanza. De ahí a que alguien soltase: ¡Es un rayo de esperanza! Ahí se podría decir que se dio a luz al dogmatismo, o ala religión, los sueños, las decepciones y los arañazos más fieros...
-Para - interrumpió él.
-¿Por qué? - contestó ella - no he leído ni un sólo párrafo.
-No es por qué la pregunta, es para qué - aclaró - o sea, vamos a ver, no entiendo para qué hay que saber eso, no creo que se puedan hacer las cosas así como así, tú puedes inculcar los valores, pero nunca arremeter a la obligación de cumplirlos, ¿entiendes?
-No.
-Es algo obvio, ¿de qué nos sirve eso? - dijo señalando al libro que tenía ella sobre las rodillas.
-¿El qué?¿La filosofía? - inquirió.
-Sí, exacto - aclaró - no pueden llegar cuando tenemos casi veinte años a enseñarnos el bien y el mal, y su conducta, su apaleo, la moral, todas esas parrafadas que se podrían resumir perfectamente en frases más breves y coloquiales. O sea, no entiendo el por qué de añadir todos esos adjetivos, raudo, tardío, etcétera, cuando con una frase se puede sentenciar y sintetizar: el atisbo de una falsa esperanza origina la religión, o el dogma de fe. O incluso más breve: de la falsedad de una nace la religión de la otra.
-Pero al final has entendido la lección - terció ella.
-Sí, pero luego resulta que llegas al examen y escribes con ilusión tu frase breve, y te plantan esta mierda - lanzó a su amiga un examen con un suspenso marcado en rojo - no sirve para nada.
-Si hubieras estudiado más...
-Lo dices como si pudiera estudiar eso - interrumpió Jamie - no es justo, la filosofía es algo que se debe inculcar, no examinar. A mí nadie me ha preguntado por mi propia filosofía, a lo mejor es mucho más completa y perfecta que muchas teorías indeterministas e inútiles. No es justo que te examinen de esas cosas, para ver si te las sabes de memoria y las entiendes. Que no, que no es así, que eso es un método absolutamente idiota. Mis valores, eso es lo que deberían preguntar, acerca de mis valores, de mi sentido y de mi concepto de la propia filosofía, no es algo que se pueda enseñar, es algo que se puede mostrar, para que luego uno mismo ejerza su derecho y siga la teoría que más se asemeja a su filosofía, o simplemente se crea una filosofía propia, eso es legítimo. No hablo de que ahora alguien alce la mano y se ponga a diferir una filosofía que apoye el vandalismo y la inmoralidad, lo ilícito. No. me refiero a una moral propia, al fin y al cabo en el espíritu, el alma, el cuerpo, la mente, o en todos los elementos a la vez, reside la filosofía del individuo... ¿qué haces?
-Grabarte - contestó Audrey.
-¿Para qué? - inquirió Jamie sorprendido.
-El uso ya lo decidiré yo, así lo dicta mi propia filosofía. Si tú le das un uso a cierta cosa, te haces dueño legítimo de cierta cosa. Así es como finalmente llegó al concepto de que un objeto común, sujeto a varias personas tiene varios dueños. Por ejemplo, nuestro sofá - señaló al armatoste azul oscuro que estaba en una de las esquinas de la buhardilla - yo lo uso para tumbarme, para sentarte, tú lo usas para dormir cuando te place, incluso cualquiera de los que se ha sentado en él tiene una merecida propiedad. Eso sí, yo más que nadie, que soy la que ha echado un polvo en él, tengo más derecho que cualquiera su propiedad.
Se levantó del suelo, dejando el libro en él, y le tendió la mano a Jamie, que acostumbrado a Audrey, en vez de agarrarla como apoyo para incorporarse del suelo, depositó en su palma medio cigarro.
-¿Qué es esta mierda? - gruñó ella.
-Es para que le digas a Beth que nuestro tabaco nos cuesta dinero, y que deje de romperlo - sonrió, levantándose del suelo - son las once y media, yo me voy ya a casa.
-Quédate a dormir, te dejo el sofá, por favor - suplicó en tono infantil Audrey.
-¿Otra vez? - suspiró Jamie - en mi casa ya se empiezan a preguntar dónde paso las noches que no vuelvo a casa.
-En la buhardilla de tu amiga Audrey, creo.
-Ya, pero ellos pienso que ando por algún callejón oscuro atiborrándome de droga y pastillas, creen que comercio, me lo han dicho directamente - se acercó al sofá y se sentó.
-¿Creen que eres un camello? - se sorprendió ella - que poca confianza tienen en ti entonces. Claro que, mira quién habla, a mí me echaron de casa con mil dólares porque pensaban que me estaba prostituyendo en mi cuarto. Hay gente anticuada que todavía no entiende que no ocurre nada malo por tirarse a seis tíos diferentes cada mes. Se llama ser una persona abierta.
-Abierta de piernas - no le dio tiempo a morderse la lengua.
-Gilipollas - dijo con desdén Audrey.
-Ya sabes lo que opino de que conozcas a tantos hombres, no me gusta, no sé por qué - intentó arreglarlo.
-Mira Jamie, nunca he tenido novio, ni quiero tenerlo, tampoco voy a casarme, ni a tener hijos, simplemente quiero aprovechar mi juventud, no quiero nada serio, y no voy buscando hombres por ahí, algunos me buscan a mí y otros me los encuentro por sorpresa. No necesito lecciones de nadie.
-Hoy duermo en casa, ¿vale?
-Como quieras, es tu casa, y esta también, no lo olvides - encendió el medio cigarro sin mirar a su amigo.
-Hasta mañana Audrey - le dio un beso en la frente, cogió su cazadora del suelo y se fue.

¿Te ha comido la lengua el gato?

Asimismo, no creía conveniente incluir más humo, más nicotina, más alquitrán, y si no tiene más porquería eso que se llama tabaco, en su organismo. Le bastaba con su roja sangre, con sus burdas venas y arterias para sonreír cada día. Algo falla. Lleva un tiempo sin sonreír. O sea, sin sonreír por dentro, con el corazón, no es correcto contar las veces que los músculos faciales originan una medio sonrisa, o una entera. Las sonrisas, como las lágrimas, no las de cocodrilo, las de verdad, se cuentan tal y como salen del corazón. Esto era una cosa que Beth tenía bien claro, pero los demás, a su alrededor, no parecían comprender la simpleza de lo complejo. Le bastaba con refugiarse en sus música, en su formato físico, siempre había amado a Springsteen y a U2. Parecían ser los únicos en entenderla, en estar de acuerdo con sus emociones, con lo simple sobre lo complejo. Había adorado durante años a cantantes que luego odiaría, o simplemente olvidaría, sin embargo, estos dos no se iban a borrar de su memoria nunca. Que por qué iba a ser así. No cabe en el mundo que ocurriera de otra manera. 
La revista rolling stone tardaba diez días más de lo normal en llegar al pueblo donde vivía, al este de Vancouver (suroeste de Canadá, para los no geógrafos), y aun así, viviendo con la actualidad musical en un retardo de diez días, a veces más, nunca menos, seguía comprándola, y leyéndola, y disfrutando. Le dio por descubrir a los irlandeses con trece años, y al instante los conectó a su cerebro (al cerebro del corazón), y ahí han tenido su apartamento particular durante años.
Del de la voz desgarrada se encandilaría más tarde, ya en plena adolescencia, sintiéndose una más entre todas esas groupies y fans atascadas en las puertas de sus conciertos, tan impotentes como neutralizadas por su amor hacia ese músico que aparece de la nada y enamora a medio mundo. Un cuarto de mundo se olvidará de él, pero Beth no, ella no.

Un alma pura, así era más o menos, no tocaba un solo instrumento, sin contar el par de trozos de canciones que había probado a tocar con su arañada guitarra, pero cantaba muy bien. No tenía una gran voz, pero lo hacía de tal manera, que lo realizaba a la perfección. Como si las mates no te cuestan pero no te salen solas, y en los exámenes sacaras un sobresaliente. La práctica no otorga la calidad, pero sí la precisión. La mayoría de la gente piensa que cuanto más tiempo realice uno x actividad mejorará más en dicha actividad. Pero eso es erróneo, lo que mejora es la precisión con que se realiza el acto, que sumado a la cualidad del sujeto y su disposición a la actividad, hacen cada vez el ensayo más pulcro, dando la sensación de inmediata mejora.
Ni los gatos ni los perros, desde que levantaba cincuenta centímetros del suelo dio a entender que su mascota ideal era un conejo, evolucionó a un periquito, un saltamontes, se simplificó a gusanos de seda, y acabo por perfeccionarse en su ardillo, que no tiene nombre, porque cada persona le llama de una manera distinta:
-Hola Hellman - entonó Joe metiendo el dedo entre dos varillas de la jaula - ¿cómo estás?
-No se llama Hellman - terció Jamie - se llama Cassie.
-Es macho - concluyó Beth.
-Elvis, se llama Elvis - gritó June desde el baño.
-No, no, no - volvió Joe - siempre se ha llamado Picasso.
-Pero si acabas de decir que se llamaba Hellman - reprochó Beth.
-Se llama Jamie y punto - finalizó el propio Jamie con una sonrisa y un cigarro en la boca.
-Aquí no se fuma - dijo Beth quitándole el cigarrillo y rompiéndolo.
-¿Pero qué haces loca? - gritó Jamie, haciendo un amago de juntar las dos partes del cigarro roto - no me lo rompas, que me lo fumo luego en la calle.
-Es para que dejes de fumar - sonrió Beth.


7 jul 2011

Ya no recojo testigos.

Y aun así, sabiendo él mejor que cualquiera, que mantenerse en la delgada barrera del cinismo sin llegar a asimilar la entrada en el nuevo espacio, actuó de tal manera que hubiera encabezado, de existir, una lista con los hombres más cínicos del planeta, sin complicaciones. Ya no es tiempo de detectives en gabardinas ni de espías encapuchados, ni de francotiradores apostados en ventanas de rascacielos. Hoy en día, lo que se puede denominar normal es vestir una cazadora barata y sentarse en una incómoda (o no) silla enfrente de un escritorio, sobre el que reposan una vaga pantalla de ordenador y su torre, un grisáceo bote con lápices de la empresa dentro, en una oficina. Lo que yo vengo a llamar oficinar, ser oficinista, u oficinario. No es de mucha inteligencia el saber que los sueldos no suben, que las metas no bajan, y que la gente no se mueve por miedo, por escalofríos, por temor a pisar la baldosa errónea. Y todo esto simplificado desde una manera onírica e inequívoca como es la que perfectamente podría ser de un señor altivo que maneja la sociedad de manera pulcra, y por consiguiente, eximiendo a esa misma sociedad de pulcritud.
Escatimar es cosa del pasado. El por defecto no tiene cabida en la actualidad, siempre domina el exceso, el exceso de cualquier cosa, desde una inestimable cifra de dinero a un derroche particular del tiempo. Nunca se acaba antes, sino después, tampoco se echa de menos, se echa de más; y de aquí a un paso allanamos el terreno a la explicación de los divorcios, las rupturas, y los deseos invencibles de establecerse como el rey de algo, el que predomina, vamos, un ser cínico en toda regla. Una batidora no suena por su propia decisión, es la conducta de otro la que la empuja a triturar las fresas y los melocotones.
Y un dromedario, metámonos en escena, un dromedario con una montera, o un sombrero de copa, bigote arqueado, como el de un hombre de los años sesenta, o sin cavilar más, un dromedario con un sombrero de copa y bigote de Dalí, con una capa a la espalda, o a la joroba, con una infinidad de colores, para llegar al punto sin encuentro en el que está en un jet privado de la armada sueca, viajando a Siberia con planes de dominar el mundo de forma sin precedentes, ahí estamos nosotros, sirviéndole el té muy frío, con guantes de seda, al señor dromedario.
Y un acomodado gestor de finanzas, con barriga de esa que se posee una vez has blanqueado el suficiente dinero como para tener una silla cómoda (mucho más de las que llegan a ser cómodas) con un chimpancé acariciándole la coronilla que los años han dejado al descubierto en una perfecta y redonda calva, mientras un burro le abanica con cañas de bambú. Se lanza a la boca un bizcocho más, que embarcará en su barriga, uniéndose a sus doscientos hermanos que antes de él fueron lanzados. Y un mondadientes hecho con diamantes, y un diamante echo con palillos. 
No nos engañemos, nuestra actualidad no es así.
Quizá de la de Jamie sí.
Pero Jamie cree en un gobierno digno, legítimo.
¿Por qué no hacerlo nosotros?

Fdo: Audrey Williams.

1 jul 2011

Batman y su república personal.

He aprendido a renunciar muchas cosas, la mayoría materiales; he aprendido a reír en momentos inoportunos; he aprendido a sobrellevar mis propias maneras; he aprendido que con tres palabras no se soluciona nada importante; he aprendido a nadar en el mar de personas; he aprendido a arquear interrogaciones y tomar café; he aprendido a soportar a las personas, a mis personas; he aprendido que me quedan unas cuantas por aprender a soportar, y otras tantas a las que dejar en la hondonada; he aprendido que el betadine no cura todas las heridas; he aprendido a contar hacia un lado, sin pares ni impares, sólo con tres dedos.
He aprendido a volar sin tachuelas; he aprendido a vivir sin prejuicios; he aprendido a freír huevos; he aprendido a ducharme sin mí mismo; he aprendido a escribir el alfabeto en sopas de letras; he aprendido a cargar contra puertas de armarios y prensas malheridas; he aprendido a menear las caderas, sin que ello conlleve nada sexual; he aprendido a cortar raíces; he aprendido a comer problemas; he aprendido que no se puede aprender a tragar los problemas después de comerlos, es imposible; he aprendido, por otro lado, que no hay nada imposible; he aprendido que el tiempo no transcurre en vertical; he aprendido a recitar dibujos: he aprendido a dibujar poesías y a escuchar medicamentos.
Ha aprendido a morirme tranquilo; he aprendido a cambiar destinos; he aprendido a viajar sin moverme un palmo; he aprendido a dar palmas con la nuca; he aprendido a distinguir personas de zombies; he aprendido a cantar surcos en tu piel; he aprendido a contar lunares; he aprendido a descontarlos; he aprendido a añadir ubicaciones: he aprendido a socializar las esculturas; he aprendido a guiar parapetos; he aprendido a ir en parapente; he aprendido a reír los chistes; he aprendido a sentir pena; he aprendido a morder sin dientes; he aprendido a desgarrar con la mente.
He aprendido a hundirme; he aprendido a resucitar; he aprendido a no toser tan fuerte; he aprendido a beber para no oír; he aprendido caras guapas; he aprendido a operar mi propio corazón; he aprendido a sumar celeridades; he aprendido a invertebrar tonalidades; he aprendido a romper lienzos; he aprendido a tomar cimas; he aprendido a conquistar el mundo; he aprendido a glosar conceptos; he aprendido a valorar mociones; he aprendido a usar verbi gratia; he aprendido a radiogenizar virtudes; he aprendido a tocar con los ojos; he aprendido a solapar miedos; he aprendido a afrontar discusiones; he aprendido a rehuir de los tiburones; he aprendido a vincular sesiones; he aprendido a mantenerme a flote; he aprendido a intentar; he aprendido a aislar pulmones; he aprendido a idolatrar fotones.
He aprendido a asolar a la humanidad; he aprendido a peinar rizos; he aprendido a reírme con la risa en persona; he aprendido a posar para lo escarlata; he aprendido a luchar contra los cigarrillos y la originalidad; he aprendido a correr en transversal; he aprendido a ver cuatro colores, y uno quinto de reserva; he aprendido a mirar hacia arriba; he aprendido que no hay vida después de la muerte, la vida sigue y la muerte solo es el punto medio; he aprendido a mirarla con ternura; he aprendido a sonreír con franqueza; he aprendido a violar tratados; he aprendido a respetarlo; he aprendido a beber del revés.

He olvidado como aprender; y para ello no he tenido que aprender a olvidar.


18 jun 2011

La Paz de París.

Se apoyó en la pared, mareado, intentaba escapar del humo, pero cada vez que respiraba, angustiado, no hacía más que tragárselo una y otra vez. Sólo había una lámpara en todo el salón, de color azul fluorescente, que no daba nada de luz, y proporcionaba un aspecto siniestro a Jamie, que estaba sentado a su lado, abrazando a un cojín, y mirando al techo, muy serio. Joe palpó las paredes para evitar separarse de ellas, intentaba acercarse a su amigo, pero el único punto de luz era la lámpara, lo demás era oscuridad. Pisó algo que estaba tirado al lado del sofá, o mejor dicho, a alguien.
-¿Fred? - preguntó en voz baja, dándole unas palmaditas en la espalda.
-¿Qué quieres? - su voz sonó como si estuviera dormido, como si estuviera hablando en sueños.
-¿Qué haces ahí tirado? - intentó darle la vuelta.
-Me he mareado y me he tirado al suelo para evitar el humo.
-Vamos, levanta - le dijo mientras tiraba de su brazo y le conseguía poner de pie.
Se acercó hasta Jamie y se sentó a su lado, Fred hizo lo mismo.
-Jamie - le llamó Joe.
Siguió mirando al techo, como si no hubiera oído nada. Joe le volvió a llamar.
Lo mismo.
Le cogió del hombro y le agitó, a lo que Jamie respondió con un giro brusco, mirando fijamente a Joe a los ojos.
-Me ha llamado June - comenzó Joe - dice que Allen se ha abierto la cabeza y está inconsciente.
-¿Cómo? -  respondió.
-No lo sé - empezó a alzar la voz - me ha llamado llorando, suplicándome que fuera a ayudarla.
-Pues ve entonces, yo me quedo aquí - volvió a mirar al techo, sonriendo, hasta que de repente fue alzado y cogido en volandas por Fred, que dijo:
-No, vamos todos.
Jamie se rió. Joe cogió los abrigos y dejó abierta alguna ventana, para que todo el maldito humo se fuera de una vez. Era ya la tercera vez esa semana que Jamie había hecho un submarino en su casa, terminando la vez anterior con todos durmiendo en el suelo, menos Jack, que durmió en la mesa. Salieron por la puerta, Joe con las llaves del  coche y Fred con Jamie en brazos.
-¡Déjame en el suelo! - exigió Jamie, pero Fred no le soltó hasta que le metió en el coche - oh vamos Fred, no voy tan mal, sabes que se controlarlo.
-Lo único que se es que tenemos que ir a ayudar a June, y con la mayor rapidez con la que podamos ¿vale señor submarinos?
Jamie asintió y se quitó el gorro, azul. No se lo había quitado en toda la tarde y estaba sudando, se despeinó con la mano, bajando la ventanilla y buscando algo de aire. Los edificios y los árboles pasaban muy deprisa, le pidió a Fred que aminorara un poco, que les podría caer una multa, Fred lo hizo, no con demasiado ahínco. Poco a poco se estaba dando cuenta de que no iba tan bien como creía, estaba entumecido y sentía como si su cabeza estuviera en el interior de una cacerola. Sus pensamientos iban rápidos, pero tardaban mucho en llegar a su boca. Continuaba sudando, era como si todo fuese un sueño.
En cambio, Joe iba totalmente despierto, también estaba sudando, pero de nerviosismo, no había fumado casi nada, y había pasado la mayor parte de la tarde llevando y trayendo vasos de agua de la cocina al salón. Su pelusa rizada estaba despeinada, y no paraba de mover los ojos de un lado a otro, pensando continuamente en la llamada, y en el por qué de que June le había llamado primero a él y no a una ambulancia. Comenzó a pensar en ella, hasta que un frenazo le hizo volver a la realidad. 
La puerta del portal estaba abierta, y subieron por las escaleras tan rápido como pudieron, menos Jamie, que tuvo que bajar el ritmo en varias ocasiones para evitar vomitar más de una vez. Fred iba en cabeza, como una exhalación, cuando le salía su vena paterna responsable, la misma que había tenido que usar en más de una ocasión con Jamie para evitar tragedias, se convertía en una persona diferente, capaz de hacer cualquier cosa en cualquier momento.
Jamie continuaba en su sueño particular, sin enterarse mucho por qué piso iban, ni cuánto tardaría en subir todas las escaleras hasta el ático. Y despertó de ese sueño en cuanto vio a Allen sangrando en el suelo, y a June llorando abrazando a Joe.

17 jun 2011

Celebridades.

-El insomnio es uno de los trastornos del sueño más comunes, y si se le suma una gastroenteritis, poco puedes hacer para evitar las ganas de morir. - terció June.
-Pero es que yo no tengo insomnio June, simplemente no puedo dormir, no sé por qué. - contestó él.
June no pudo evitar sonreír, le resultaba gracioso ver a su compañero de piso tapado con una manta rosa, la nariz roja como un tomate y tiritando constantemente.
-Tampoco tengo gastroenteritis - añadió Allen.
-No he dicho que la tengas.
-Deja de hablar, por el amor de dios, quiero dormir y no puedo. - se removió, destapándose los pies. 
June se los tapó de nuevo. 
-Deberías levantarte y salir a que te de el aire, a este paso se te van a dormir las piernas hasta el punto en que no puedas volver a moverlas. - dijo.
-Va a ir a caminar tu...
-Chst - le interrumpió June - no digas palabrotas que tenemos niños en casa - añadió cogiendo a su gata y acercándosela a la cara - ¿verdad que sí mi amorcito?
La gata se limitó a maullar tristemente.
-¿Cuándo la piensas poner un nombre? - dijo entre tosidos Allen.
-Cuando se me ocurra uno lo suficientemente bueno. Ay, es que ninguno le pega, ¿qué nombre se le puede poner a un gato siamés? Normalmente son dos y se utiliza la broma de Tino y Tina, de Julio y Julia, pero a uno solo, es muy triste solo tener uno...
-Con uno hay de sobra - cortó Allen.
-Bah - dejó al gato en el suelo, que se fue corriendo al dormitorio - solo se me ocurren cosas de esas como Copito de nieve y Bolita, si le llamó así pareceré una niña de diez años.
-Llámala Mónica, como la de friends. - asestó Allen antes de toser y levantarse a la cocina a por un vaso de agua y un ibuprofeno.
-Dios, qué buen nombre, qué buen nombre, se levantó del suelo y salió corriendo a por la gata.
Allen suspiró antes de tragarse la pastilla y el agua. Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo del sofá, que no era muy alto. Estornudó, pudo escuchar como June le contaba a la gata que se iba a llamar Mónica, y casi sin quererlo, se quedó dormido con la cabeza aún apoyada y la boca abierta. Una posición completamente cómica, de película.
Ante la oscuridad que ejercían su párpados apenas tuvo que esperar unos segundos para ver un gran campo de amapolas. Se vio a él corriendo a través del campo, intentando cruzarlo, con el miedo a quedarse dormido, pero no lo logró. Cayó al suelo y comenzó a roncar. De repente apareció la muerte, con su capa y su guadaña, y con una cerilla, que encendió entre risas oscuras y malévolas, para lanzarlo a las amapolas. Podía sentir el calor del fuego cuando se despertó, angustiado, temiendo por su vida. Al verse acorralado echó a correr hacia el fuego, creyendo que si lo cruzaba a toda velocidad no se quemaría...
-¡Allen!¡Levanta! - le gritaba June, agarrándole de un brazo - ¡Allen!
Abrió un poco los ojos, vio el suelo muy de cerca, manchado con sangre, a June con cara de miedo intentándole levantar. Le dolía la frente una barbaridad, y la notaba muy caliente, no por la fiebre, era otro tipo de calor. Levantó la mirada como pudo, sentía como estaba perdiendo el conocimiento.Puto ver el borde de la mesa manchado con sangre también. No dudó de que sería suya. June se separó de su lado y rompió a llorar al teléfono, seguramente estaría llamando a una ambulancia.
Perdió el conocimiento antes de que June volviera llorando a su lado. Pudo escuchar su voz, y los maullidos tristes de la gata, antes de escuchar un pitido continuo, roto a veces por un sonido parecido a una radio sintonizándose. En ese momento, fugazmente, se planteó si se estaba muriendo, y en ese momento, no le importó lo más mínimo, tenía mucho sueño, se imaginaba una cama, y sin quererlo, se durmió.