8 jul 2011

¿Te ha comido la lengua el gato?

Asimismo, no creía conveniente incluir más humo, más nicotina, más alquitrán, y si no tiene más porquería eso que se llama tabaco, en su organismo. Le bastaba con su roja sangre, con sus burdas venas y arterias para sonreír cada día. Algo falla. Lleva un tiempo sin sonreír. O sea, sin sonreír por dentro, con el corazón, no es correcto contar las veces que los músculos faciales originan una medio sonrisa, o una entera. Las sonrisas, como las lágrimas, no las de cocodrilo, las de verdad, se cuentan tal y como salen del corazón. Esto era una cosa que Beth tenía bien claro, pero los demás, a su alrededor, no parecían comprender la simpleza de lo complejo. Le bastaba con refugiarse en sus música, en su formato físico, siempre había amado a Springsteen y a U2. Parecían ser los únicos en entenderla, en estar de acuerdo con sus emociones, con lo simple sobre lo complejo. Había adorado durante años a cantantes que luego odiaría, o simplemente olvidaría, sin embargo, estos dos no se iban a borrar de su memoria nunca. Que por qué iba a ser así. No cabe en el mundo que ocurriera de otra manera. 
La revista rolling stone tardaba diez días más de lo normal en llegar al pueblo donde vivía, al este de Vancouver (suroeste de Canadá, para los no geógrafos), y aun así, viviendo con la actualidad musical en un retardo de diez días, a veces más, nunca menos, seguía comprándola, y leyéndola, y disfrutando. Le dio por descubrir a los irlandeses con trece años, y al instante los conectó a su cerebro (al cerebro del corazón), y ahí han tenido su apartamento particular durante años.
Del de la voz desgarrada se encandilaría más tarde, ya en plena adolescencia, sintiéndose una más entre todas esas groupies y fans atascadas en las puertas de sus conciertos, tan impotentes como neutralizadas por su amor hacia ese músico que aparece de la nada y enamora a medio mundo. Un cuarto de mundo se olvidará de él, pero Beth no, ella no.

Un alma pura, así era más o menos, no tocaba un solo instrumento, sin contar el par de trozos de canciones que había probado a tocar con su arañada guitarra, pero cantaba muy bien. No tenía una gran voz, pero lo hacía de tal manera, que lo realizaba a la perfección. Como si las mates no te cuestan pero no te salen solas, y en los exámenes sacaras un sobresaliente. La práctica no otorga la calidad, pero sí la precisión. La mayoría de la gente piensa que cuanto más tiempo realice uno x actividad mejorará más en dicha actividad. Pero eso es erróneo, lo que mejora es la precisión con que se realiza el acto, que sumado a la cualidad del sujeto y su disposición a la actividad, hacen cada vez el ensayo más pulcro, dando la sensación de inmediata mejora.
Ni los gatos ni los perros, desde que levantaba cincuenta centímetros del suelo dio a entender que su mascota ideal era un conejo, evolucionó a un periquito, un saltamontes, se simplificó a gusanos de seda, y acabo por perfeccionarse en su ardillo, que no tiene nombre, porque cada persona le llama de una manera distinta:
-Hola Hellman - entonó Joe metiendo el dedo entre dos varillas de la jaula - ¿cómo estás?
-No se llama Hellman - terció Jamie - se llama Cassie.
-Es macho - concluyó Beth.
-Elvis, se llama Elvis - gritó June desde el baño.
-No, no, no - volvió Joe - siempre se ha llamado Picasso.
-Pero si acabas de decir que se llamaba Hellman - reprochó Beth.
-Se llama Jamie y punto - finalizó el propio Jamie con una sonrisa y un cigarro en la boca.
-Aquí no se fuma - dijo Beth quitándole el cigarrillo y rompiéndolo.
-¿Pero qué haces loca? - gritó Jamie, haciendo un amago de juntar las dos partes del cigarro roto - no me lo rompas, que me lo fumo luego en la calle.
-Es para que dejes de fumar - sonrió Beth.