Y aun así, sabiendo él mejor que cualquiera, que mantenerse en la delgada barrera del cinismo sin llegar a asimilar la entrada en el nuevo espacio, actuó de tal manera que hubiera encabezado, de existir, una lista con los hombres más cínicos del planeta, sin complicaciones. Ya no es tiempo de detectives en gabardinas ni de espías encapuchados, ni de francotiradores apostados en ventanas de rascacielos. Hoy en día, lo que se puede denominar normal es vestir una cazadora barata y sentarse en una incómoda (o no) silla enfrente de un escritorio, sobre el que reposan una vaga pantalla de ordenador y su torre, un grisáceo bote con lápices de la empresa dentro, en una oficina. Lo que yo vengo a llamar oficinar, ser oficinista, u oficinario. No es de mucha inteligencia el saber que los sueldos no suben, que las metas no bajan, y que la gente no se mueve por miedo, por escalofríos, por temor a pisar la baldosa errónea. Y todo esto simplificado desde una manera onírica e inequívoca como es la que perfectamente podría ser de un señor altivo que maneja la sociedad de manera pulcra, y por consiguiente, eximiendo a esa misma sociedad de pulcritud.
Escatimar es cosa del pasado. El por defecto no tiene cabida en la actualidad, siempre domina el exceso, el exceso de cualquier cosa, desde una inestimable cifra de dinero a un derroche particular del tiempo. Nunca se acaba antes, sino después, tampoco se echa de menos, se echa de más; y de aquí a un paso allanamos el terreno a la explicación de los divorcios, las rupturas, y los deseos invencibles de establecerse como el rey de algo, el que predomina, vamos, un ser cínico en toda regla. Una batidora no suena por su propia decisión, es la conducta de otro la que la empuja a triturar las fresas y los melocotones.
Y un dromedario, metámonos en escena, un dromedario con una montera, o un sombrero de copa, bigote arqueado, como el de un hombre de los años sesenta, o sin cavilar más, un dromedario con un sombrero de copa y bigote de Dalí, con una capa a la espalda, o a la joroba, con una infinidad de colores, para llegar al punto sin encuentro en el que está en un jet privado de la armada sueca, viajando a Siberia con planes de dominar el mundo de forma sin precedentes, ahí estamos nosotros, sirviéndole el té muy frío, con guantes de seda, al señor dromedario.
Y un acomodado gestor de finanzas, con barriga de esa que se posee una vez has blanqueado el suficiente dinero como para tener una silla cómoda (mucho más de las que llegan a ser cómodas) con un chimpancé acariciándole la coronilla que los años han dejado al descubierto en una perfecta y redonda calva, mientras un burro le abanica con cañas de bambú. Se lanza a la boca un bizcocho más, que embarcará en su barriga, uniéndose a sus doscientos hermanos que antes de él fueron lanzados. Y un mondadientes hecho con diamantes, y un diamante echo con palillos.
No nos engañemos, nuestra actualidad no es así.
Quizá de la de Jamie sí.
Pero Jamie cree en un gobierno digno, legítimo.
¿Por qué no hacerlo nosotros?
Fdo: Audrey Williams.