29 oct 2011

La pequeña burguesía.

PD: No te atrevas a comprar armas en el mercado negro, aviso.

La reinserción es imposible.


Una vez que ya no te preocupas ni en esquivar charcos, y, es más, te obcecas con saltar en cada de uno de ellos, intentando salpicar a trompicones, mezclándolos entre sí, de una manera inhumana; puede que acabes siendo declarado persona non grata. No te enfades, cada uno se labra su suerte. Si miramos todo desde una perspectiva cenital, podríamos ver los cimientos temblar, y los paneles de madera del parqué taparse los ojos para no ver cómo van a acabar precipitándose como hojas en otoño. Todo eso en una suerte de bucle que acabe por no devolverte el boomerang, pero no te inquietes, cuando lo haga, será con una cuchilla en cada extremo, y cuando la acera se haya teñido del rojo de tu grupo sanguíneo, no te limites solo a tener miedo y taparte los oídos para no escuchar las risas que van a caer a tu alrededor. Preocúpate más por huir, por que no te llegue el boomerang. Porque cuando lo haga, y lo juro, no va a volver a ser lanzado desde ese extremo del búnker. 
Y cuando el viento vuelva a mecer los pinos, en forma de amenazas cuidadosamente escogidas para no dejar cabo suelto, quizá a la lluvia le de por aparecer, y en forma del puñetazo más enérgico, acabe hundiendo una falsa melancolía que va salir corriendo sin ningún estupor. Algún contratista desacertado puede ofrecerte un techo, pero no será de teja ni de hormigón, si no de hojalata. Ten cuidado no se hunda y acabe por asfixiar la tráquea del tiempo. Porque habrás conseguido que el firmante tenga que escribir una larga lista de nombres a los que rendir cuentas.

Y porque al fin y al cabo, ya que la lógica ha fallado esta vez, la v de vendetta no va a seguir durmiendo, de eso estoy férreamente convencido. Así mismo, declaro finalizada la tercera guerra mundial, pero cuidado con la segunda guerra fría, que va a ser menos tibia que la primera.

22 oct 2011

La noche de los cazafantasmas.

Es una buena idea. No lo harías si no lo fuera, no lo harías sino fuera la única buena idea que has tenido en mucho tiempo. Aunque sea duro ver como te estiras y bostezas cada mañana. Siempre ajustas el reloj, cinco minutos adelantado, y te colocas los calcetines a la misma altura. No tardas en elegir la ropa que te vas a poner, eliges una camisa cualquiera de todas las que tienes, y te pones uno de los tres pantalones grises y lisos que siempre están colocados en el respaldo de la silla. Un cinturón normal y corriente adorna tu cintura, e introduces los pies en los zapatos que tanto te gustan.

Yo mientras tanto duermo, o eso crees, pero bajo mi alborotada melena rubia hay dos ojos que te miran irte a trabajar cada mañana, porque es lo que tiene que trabajes todos los días del año salvo dos meses en verano. No sé exactamente a qué dedicas, sé que has estudiado derecho, pero no alcanzo a acertar si eres abogado, juez, notario, o simplemente un funcionario o un contable de cualquier oficina de alto stánding, o si te dedicas a martillear un teclado en un casillero. Nunca he preguntado, no sé por qué. Me gusta pensar que cada mañana te lanzas por la puerta a hacer algo diferente al día anterior. Que mañana te irás a atravesar el amazonas para rodar un documental, y que ayer apagaste un incendio en la calle de al lado.

Siempre voy desgranando cada momento. Ahora que ya estás aquí en Nueva York el tiempo pasa más despacio aún de lo que lo hacía antes. Curioso, ¿verdad? Tanto tiempo deseaba que me encontraras que ahora que lo has hecho la simple idea de que todavía estuvieras en Madrid me parece impensable. Cada vez que oigo la puerta cerrarse cuando has salido ya, miro al techo dos minutos y me levanto. Pongo algo de música, cada día algo diferente, porque apareciste aquí, en la gran ciudad, con poca ropa y muchos discos. Hoy tocaba Frank Sinatra, ayer escuché a Lou Reed, y mañana que es viernes y vuelves antes a casa tengo planeado deleitarnos con algo de Aretha Franklin. Quizá sea muy de clásicos, y tú de novedades revoltosas.

Hoy todavía no me he levantado y hace hora y media que te has ido. Sé que no te va a gustar encontrarte esto cuando hoy a las ocho y media entres por la puerta, cansado, y con ganas de verme (espero). Tengo que irme a Edimburgo un mes. Sé que llevas aquí apenas cuatro meses, pero sé que te las apañarás, pienso llamarte todos los días en los que tú no lo hagas, o incluso en los que sí. Claro que te echaré de menos, ni se te ocurra pensar por un momento que no. Tengo que irme por un reportaje de fotografía que la empresa ha decidido realizar, está bien pagado y me han elegido a mí para hacerme cargo de todo.

Cuando esta noche leas esto, yo ya habré llegado a tierras escocesas, espero tu llamada.
Te quiero, ¿vale?
Tienes una sorpresa en la nevera.

1 oct 2011

Está lloviendo, la alfombra roja está empapada.

Ajustó la hora del reloj, colocando las manillas en el lugar en las que les correspondía estar, señalando los números correctos. Acababa de llegar a Nueva York, ahora eran las cuatro y media de la mañana y la hora de Madrid sólo le servía para orientarse a la hora de hacer llamadas y recibirlas.


No sabía exactamente por qué había realizado aquel viaje. Entendía que era porque llevaba años queriendo viajar a aquella ciudad, queriendo perderse por sus inmensas calles y barrios, queriendo pasear por el puente de Manhattan, o coger uno de tantos taxis que pasaban cada minuto. Había visto al ciudad en fotos, películas, libros, y efectivamente, era imposible describir lo que uno sentía allí. Había que experimentarlo para poder opinar.
Trataba de recordar la otra causa que le había hecho llegar a aquellas horas a aquel aeropuerto. 
Pero no necesitaba recordarla, la tenía impresa en el cerebro desde hacía tiempo. Había ido para buscarla. No, para buscarla no. Para encontrarla. En cualquier café, en cualquier esquina, apartamento o banco de cualquier parque. No cejaría hasta dar con aquella melena rubia que le había hecho perder la cabeza, hasta poder observar de cerca y sentir de nuevo aquellos labios finos que no hacían más que aparecerse en sus sueños.
Aunque el sol se pusiera cada día por mucho que no la encontrara, la luna le serviría de lupa para seguir las pistas.


Y le iba a ser necesario un sombrero, de modo que se aventuró a la primera tienda que encontró en el aeropuerto, de aquel duty free neoyorquino. No se lo quitaría hasta tenerla enfrente, entonces, con toda la elegancia y agilidad que los nervios y la sonrisa le otorgaran, se lo quitaría y se lo pondría a ella, diciendo:
-Te encontré.


Se imaginó cómo iba a besarla, con cuántas ganas y empeño, con la distancia y el tiempo desapareciendo al paso que sus labios se encontraran.


La alarma del móvil le despertó. Torpemente pulsó el botón para apagarla y se fijó en la hora. Las doce y media. Miró al techo, y se encontró de bruces con un cartel que había pegado hacía más de un mes. Así decía:
"Sigues en Madrid, inútil."