No sabía qué gusto le sacaba a vivir, a pensar en que algún día volvería a Varsovia y volvería a ver a su familia con lágrimas en los ojos y el corazón encogido, agrandando su figura para poder abrazarlos a todos a la vez, sin tener que ir uno por uno, demorando el momento de volver a vivir su antigua vida, llena de sus cosas, una vida normal, sin indigencia. Sin tener que robar la comida, sin tener que pasar por una comisaría cada semana por sus hurtos, ni por el hospital por sus problemas. No siempre a quién robaba le daba por llamar rápidamente a la policía, había quien, sin cuidado ni miedo, se enfrentaba a él, que con unas fuerzas mermadas por los años, los cigarrillos y la cal del agua, LSD y su lámpara de lava, el frío y las múltiples peleas, era vencido una vez más. No encontraba apoyo económico, social, moral y psicológico, no encontraba nada, en una sociedad totalmente rota y ajena a su parecer y opinión. "La sociedad no se hace a uno, uno se hace a la sociedad" le dijo una vez su abuelo. "Pues que le den a la sociedad" contestaba él. Quién le iba a decir que diez años después la sociedad tomaría represalias y le haría sufrir de aquella manera. Desde que había llegado a aquel país no conocía otra cosa que la indigencia. Le gustaba la música y bailar, pero ¿a quién le importaba? Ya ni siquiera a él. Oh sí, la temible Escocia había vuelto a vencer en un deporte cualquiera a Irlanda. Y no entendía como aquello podía interesarle a un pequeño país como era Albania. "¡A la puta mierda todo!" gritaba a veces. Pero, no podía realizarlo, no tenía nada, y sin nada no hay todo, o eso creía, qué más daba, la indigencia no es algo con lo que se sueña se nace, se tiene que tener una historia, por pequeña, irrelevante, idiota, asquerosa, espectacular, llena de acción, o miserable que fuera. Pero si ya no recuerdas tu historia ¿qué eres?. Si ni siquiera para ti tienes pasado ¿qué eres?. Divagaba en las esquinas penumbrosas, frías y alcalinas de su mente, si es que le quedaba. No sabía para que estaba en el mundo, sólo podía recurrir a su lámpara de lava y al LSD, a la sombra de sus ídolos, a un tono lleno de musicalidad que ya no recordaba, a los abrazos inexistentes de su familia, los lazos en forma de antiguos y vagos diálogos que le ataban a su abuelo. Entró en edificio enorme, de veinte pisos, pero donde no había nada. Un vestíbulo blanco, gigantesco, frío, vacío, le recogió, avanzó hasta llegar al ascensor. Dos minutos después, debido a la lentitud del propio ascensor, llegó a la última planta. Era exactamente idéntica al vestíbulo, pero en una pared había dos especies de micrófonos muy separados entre sí. Uno ostentaba el título "Tom Sawyer" y el otro el nombre "Mike Hoogan". Se acercó al primero y arrimó su cara.
-Thomas Sawyer - dijo sin mucha convicción.
-Dime - respondió una voz profunda, la de Tom Sawyer.
-¿Qué soy?
-Por compromiso debo decirte que una persona increíble.
Pasó al siguiente micrófono:
-Thomas Sawyer - dijo sin mucha convicción.
-Dime - respondió una voz profunda, la de Tom Sawyer.
-¿Qué soy?
-Por compromiso debo decirte que una persona increíble.
Pasó al siguiente micrófono:
-Mike Hoogan - dijo.
-Dime - respondió una voz profunda, la de Mike Hoogan.
-¿Qué soy?
-Por compromiso debo decirte que una persona impresionante.
Y se marchó, en busca del primer puente que osara aparecer ante él.
