18 ene 2011

De la aurora boreal de tus pupilas.


En su pequeña casa, triste y gris, con paredes desconchadas y techos con manchas de antiguas goteras, grietas, baldosas arañadas, cuadros torcidos, cocina de gas, lámpara de araña sin bombillas, ventanas con persianas vilmente destrozadas, alegorías y metáforas, aparte de un pequeño sofá viejo cubierto con una manta, eso sí, cómodo, una mesa también pequeña y triste, una televisión antiquísima sin señal, rota por los múltiples golpes que le habían propinado gratuitamente, por motivos y causas totalmente ajenas a ella, sufriendo agresiones de energúmenos alterados y enervados, por cuestiones financieras, hormonas, o por cualquiera que fuera o fuese lo que empujaba a uno a descargar su ira en la vieja "caja mágica"; agua con cal, debido al mal estado de las tuberías, añejas como el sol, más o menos, mucho más menos que más. Solo su pequeña lámpara de lava le atraía a nuevas ensoñaciones y pensamientos, y que ayudada por el LSD que le había regalado dos años atrás su dentista y que cuidaba mucho de que no se acabara. como les pasó a los Beatles, conseguía darle un nuevo mundo, un nuevo mundo donde se pudiera jugar al parchís sin comerse a las fichas contrarias, o sin que ellas te comieran a ti y tuvieras que empezar de nuevo. Un mundo nuevo donde no tuvieras que llevar una ficha hasta al final para avanzar diez pasos con otra. La sombra de Tom Sawyer y Mike Hoogan le ayudaban a respirar más calmada y satisfactoriamente, por mucho que en sus pulmones acabara el humo de cigarrillos mal fumados cada día, y le decían que no necesitaba una torre y un alfil para ganar la partida, que los peones también eran importantes en la vida. Pero ¿a dónde iba él? Sin más estudios que los que habían sido justos y obligatorios, sin trabajo, ocupando una casa abandonada que gracias a dios tenía agua con cal y electricidad para su lámpara de lava. También tenía gas gratis, todo un lujo, qué digo, un verdadero regalo. Ni tan siquiera tenía identidad, hablando de forma absorta y abstracta sí, pero sin papeles ni carnet de identidad no figuraría como persona en el censo, por consiguiente, era una persona sin identidad.
No sabía qué gusto le sacaba a vivir, a pensar en que algún día volvería a Varsovia y volvería a ver a su familia con lágrimas en los ojos y el corazón encogido, agrandando su figura para poder abrazarlos a todos a la vez, sin tener que ir uno por uno, demorando el momento de volver a vivir su antigua vida, llena de sus cosas, una vida normal, sin indigencia. Sin tener que robar la comida, sin tener que pasar por una comisaría cada semana por sus hurtos, ni por el hospital por sus problemas. No siempre a quién robaba le daba por llamar rápidamente a la policía, había quien, sin cuidado ni miedo, se enfrentaba a él, que con unas fuerzas mermadas por los años, los cigarrillos y la cal del agua, LSD y su lámpara de lava, el frío y las múltiples peleas, era vencido una vez más. No encontraba apoyo económico, social, moral y psicológico, no encontraba nada, en una sociedad totalmente rota y ajena a su parecer y opinión. "La sociedad no se hace a uno, uno se hace a la sociedad" le dijo una vez su abuelo. "Pues que le den a la sociedad" contestaba él. Quién le iba a decir que diez años después la sociedad tomaría represalias y le haría sufrir de aquella manera. Desde que había llegado a aquel país no conocía otra cosa que la indigencia. Le gustaba la música y bailar, pero ¿a quién le importaba? Ya ni siquiera a él. Oh sí, la temible Escocia había vuelto a vencer en un deporte cualquiera a Irlanda. Y no entendía como aquello podía interesarle a un pequeño país como era Albania. "¡A la puta mierda todo!" gritaba a veces. Pero, no podía realizarlo, no tenía nada, y sin nada no hay todo, o eso creía, qué más daba, la indigencia no es algo con lo que se sueña  se nace, se tiene que tener una historia, por pequeña, irrelevante, idiota, asquerosa, espectacular, llena de acción, o miserable que fuera. Pero si ya no recuerdas tu historia ¿qué eres?. Si ni siquiera para ti tienes pasado ¿qué eres?. Divagaba en las esquinas penumbrosas, frías y alcalinas de su mente, si es que le quedaba. No sabía para que estaba en el mundo, sólo podía recurrir a su lámpara de lava y al LSD, a la sombra de sus ídolos, a un tono lleno de musicalidad que ya no recordaba, a los abrazos inexistentes de su familia, los lazos en forma de antiguos y vagos diálogos que le ataban a su abuelo. Entró en edificio enorme, de veinte pisos, pero donde no había nada. Un vestíbulo blanco, gigantesco, frío, vacío, le recogió, avanzó hasta llegar al ascensor. Dos minutos después, debido a la lentitud del propio ascensor, llegó a la última planta. Era exactamente idéntica al vestíbulo, pero en una pared había dos especies de micrófonos muy separados entre sí. Uno ostentaba el título "Tom Sawyer" y el otro el nombre "Mike Hoogan". Se acercó al primero y arrimó su cara.
-Thomas Sawyer - dijo sin mucha convicción.
-Dime - respondió una voz profunda, la de Tom Sawyer.
-¿Qué soy?
-Por compromiso debo decirte que una persona increíble.
Pasó al siguiente micrófono:
-Mike Hoogan - dijo.
-Dime - respondió una voz profunda, la de Mike Hoogan.
-¿Qué soy?
-Por compromiso debo decirte que una persona impresionante.
Y se marchó, en busca del primer puente que osara aparecer ante él.