28 nov 2010

De cómo unir las pecas de tu brazo para crear constelaciones.

-Buenas tardes - saludé.
Fui recompensado con una mirada de pocos amigos y un "buenas tardes" bastante forzado. 
El señor volvió a mirar por la ventana, como si nada más existiera para él. Una lucecita y un sonido nos indicaron que el autobús estaba listo para ponerse en camino, harían un alto en un pequeño pueblo de la frontera, antes de continuar hasta Montreal. Aún no había avisado a mi sobrino de que iba a ir allí. Pero creo que no hacía falta.
Justo antes de que el autobús comenzara a moverse, el abuelo que estaba dormido se despertó con un sonido que en ese momento me pareció un rugido. Resulta que estaba tosiendo. Hasta el señor que estaba mirando por la ventana pegó un salto del susto. Tras frotarse los ojos, el abuelo preguntó:
-¿Hemos llegado ya?
El otro señor puso cara de contrariedad y volvió a mirar por la ventana.
-No, aún no hemos salido - le dije yo con una sonrisa.
No había sido capaz de no contestar a aquel abuelo del modo en que lo había hecho el otro señor, que me pareció de lo más grosero.
-Mierda de sistema - dijo el abuelo antes de caer en el asiento bruscamente.
Me acerqué en seguida y comencé a preocuparme por su estado, llamándolo varias veces.
-No te molestes - dijo una voz a mi espaldas.
Era el otro señor, que se había quitado los cascos y se había acercado a mí para observar al abuelo.
-Debe de haberle hecho efecto la pastilla, por fin - me dijo.
-¿Os conocéis? - le pregunté abiertamente.
-Por supuesto - me dijo - es mi padre.
Asimilé lo más rápido posible la nueva información, antes de que una de las azafatas llegara y nos pidiera amablemente que ocupáramos nuestro asiento ya que en seguida saldríamos a la autopista. Con la ayuda (prácticamente innecesaria) de la azafata, el señor y yo ocupamos nuestros asientos. La azafata se marchó y reinó el silencio, bastante incómodo por cierto. Tras unos minutos, el señor rompió el silencio:
-¿Qué se le ha perdido en Montreal? - me preguntó.
-Mi sobrino - le contesté sonriente. 
Pero al ver su cara seria decidí cambiar la respuesta:
-En realidad nada, necesitaba un descanso, viajar un poco.
-¿Y su sobrino? - me dijo - ¿Qué pasa con él?
-Se fue a Montreal en tren ayer, y he decidido seguirle.
-¿Y eso?
-No lo sé.
El señor asintió sin más y se puso un gorro que había sostenido en la mano durante todo el rato. 
-Siempre se me quedan frías la orejas. - me dijo.
Sonreí.
-Mi nombre es Richard - me dijo - y ese es mi padre Lonnie.
-Yo soy Eliott - respondí - con dos "tés" y una "ele".
-Vaya, siempre había pensado que era Elliott.
-En realidad lo es, pero en el registro civil se equivocaron y me pusieron una sola "ele".
De nuevo reinó el silencio durante unos pocos segundos.
-¿Y as usted? - le pregunté.
-¿Perdón?
-¿Qué se la ha perdido en Montreal? - aclaré.
-Una hija a la que no veo desde hace cuatro años.
-Ah... - dije, y me sentí algo estúpido.
-Ahora, si me disculpa - comenzó el señor, Richard - creo que voy a dormir un rato, necesito descansar.
Asentí y el hombre se bajó el gorro hasta la altura de los ojos, cruzó los brazos, y se apoyó en la ventana. A los dos minutos ya ni se movía.
Y allí me quedé yo, prácticamente solo, en busca de un tiempo de reflexión hacia una ciudad de otro país en el que nunca había estado, en silla de ruedas, con dos señores casi desconocidos dormitando a mi alrededor. En ese momento, eché de menos a Chris.