Y es que ahí esta, completamente redonda.
No tenía otra cosa que hacer que salirme un rato al jardín de mi casa, tomarme un café, y mirar a las estrellas. Bueno, a las estrellas no, porque el cielo está totalmente negro y lo único que se puede ver es la luna, más grande y blanca de lo normal.
Como refrescaba (que ya era hora de que el maldito frío llegara) tuve la sensatez de coger una manta antes de salir a la intemperie. El barrio estaba en silencio, como debía ser a las tres de la mañana.
Pero el sonido de unos pasitos y un bufido el que me reveló que tenía visita. Cocker, el sharpei de mi vecino, comenzó a acercarse hacia mi bastante deprisa. Le tenía cariño y el me lo tenía a mi. Se subió en mi regazo y se acurrucó. Aún no era demasiado mayor (tenía tres años) ni pesaba demasiado como para que no lo pudiera sostener. Además, dolerme, en mi pierna izquierda, no me iba doler.
Como ya me había figurado, su amo, el viejo Chuck, no andaba muy lejos, y en unos pocos segundos se encontraba atravesando mi jardín hacia nosotros. Chuck era de los pocos a los que le había contado lo de mi accidente, y no es porque no tuviera más remedio (me vio saliendo de casa a recoger el periódico), sino porque con él tengo la suficiente confianza como para contárselo.
Chuck ya llevaba viviendo veinte años en el barrio antes de que yo llegara, hace diez. Vivir treinta años en una misma casa no es poco, o quizá si. Bueno, es que no estoy seguro de cuánto tiempo se necesita vivir en un mismo lugar para poder decir que se ha vivido mucho tiempo allí.
Bueno, el caso es que treinta años llevaba viviendo en su casa Chuck, más que mi edad, que sumaba veintiocho. O sea, que dos años antes de nacer yo, Chuck ya vivía en su casa.
Y me estoy desviando demasiado del tema central, que era la repentina (o no tan repentina) visita de Chuck y Cocker.
Pero creo que ya he escrito sobre mi historia demasiado tiempo hoy, así que dejaré la historia para el próximo día, si es que aguantáis la espera.
Fdo: Eliott Williams.