3 oct 2010

De cómo hablar a las paredes.

Sin duda alguna puedo decir que ese día fue le más largo de toda mi vida, además de aburrido, soso, insípido, monótono y demás adjetivos que describen el aburrimiento.
La pizza que pedí estaba buena, pero no magnífica, que era como yo me la imaginaba. Esperaba encontrarme la pozza perfecta esperando a que servidor le hincara el diente tras haber estado comiendo papillas y mejunjes en el hospital.
¿He dicho pozza? Oh, perdón, creo que resulta obvio lo que quería decir. 
Bueno, el caso es que aquella PIZZA (ahora sí) no me supo bien, es más, ni siquiera me supo, a lo mejor me había acostumbrado a aquellas papillas y mejunjes.
Tras no haber disfrutado de mi cena y haberme gastado siete dólares en ella, decidí ver la tele, por fin sin tener que meter monedas para hacerlo. 
Cuando me quise dar cuenta de que todavía estaba sentado en aquella incómoda silla con dos ruedas a los lados, y que podía haberme sentado en el sofá, ya eran las doce, y me dio tal pereza la idea de levantar mi cuerpo para moverlo hacia aquel mullido asiento, que no lo hice.
Y más tarde me arrepentiría, créanme.
Y así es como fue mi primer día, que ni siquiera fue un día, sino unas horas, pero que me parecieron en verdad veinticuatro.
Menudo aburrimiento de fin de semana me esperaba, lo único que podía hacer era deprimirme al pensar en que al día siguiente no podría salir a correr por la mañana como me había acostumbrado a hacer.