7 may 2012

Domino el arte del dominó.




Tenía tres puertas ante mí.
Conducían a tres habitaciones distintas.

En la primera entré hace tiempo, me quedé en ella, me empapé con el color de sus paredes.
Y con el olor de sus sábanas también.
Aprendí a vivir ahí dentro. Me acomodé.
Me dediqué a la buena vida. Quizá bebí alguna copa de más.
Pero no me arrepiento de haber entrado para quedarme un tiempo, quizá para siempre.
Quizá para nunca volver.

La segunda puerta estaba cerrada aún. Pero el pestillo no estaba echado.
Podía entrar cuando quisiera.
Entro cuando quiero.
Entraré cuando quiera.
Quizá me empape con la luz que por la ventana entra.
Quizá el olor a vainilla cale hasta mis vísceras, hasta mi verdadero ser.
No me arrepiento de cuando entré, no me arrepiento cuando entro.
No me arrepentiré cuando habré entrado.

La tercera puerta aguarda bien cerrada.
Sólo tengo que llamar con los nudillos para penetrar en la nueva habitación.
Pero no quiero entrar, aunque haya estanterías llenas de libros esperándome.
Y un gran cuadro de Marsella colgado en la pared.
Me invitan a entrar sigilosamente.
Estoy seguro de que no la invadiré.
Pero el futuro es incierto, y nunca se me dio bien escribirlo adecuadamente.

Y existe una cuarta puerta, bien escondida en la pared.
Camuflada, camaleónica, invisible ante mis ojos.
Pero mi alma sabe que allí está.
Y allí encontraré mi muerte engalanada con una moqueta roja como la sangre.
Y una lámpara de lava bailando a medianoche.

Las puertas se abren y se cierran, y si nunca hemos comprobado si son de roble,
De fresno, de emergencia, de una trampa mortal,
No podemos cometer errores a conciencia.
Pero nunca se me dio bien escribir mi futuro.
Y menos aún hacerlo correctamente.
Y lo escribiré como bien pueda.
O como bien quiera.

Las puertas, al igual que el amor, son pura poesía.
Poesía impregnada de ignorancia, de incandescencia pulmonar.
Ataviada con una túnica azul como el cielo.
Y dentro de las habitaciones no hay nubes.
Sólo humo.
Y el humo se desvanece rápido como prende la pólvora.

Aquel fue mi sueño.
Aquel fue mi sueño.
Y aquella fue mi vida, narrada en un minuto y cuatro imágenes.