7 abr 2011

Cuando a John Lennon le de por tomar limonada en invierno.

Y quién si no iba a ser el que le dijera que en efecto, todo lo ocurrido había ocurrido de verdad, que las penas transcurridas no eran un mero sueño de esos de porcelana que se rompen al mínimo soniquete de despertador, y que aunque le pesara tanto como tres días de sueño, más incluso que toneladas de nubes; y por mucho que las legañas se aglutinaran alrededor de sus ojos, que la boca le supiera a vacío, sí, en efecto, la vida para Kirk había cantado el estribillo final, el que se repite, el que se despide de todos. Nada de esas cosas secretas que sólo pueden ser transmitidas por voces que son amigas de hace mucho tiempo, había sido superpuesto a un nivel más alto que el del polvo de debajo del baúl. Porque debajo de ese baúl había polvo, por increíble que pareciera. En realidad porque el baúl tenía cuatro patas que le impedían tocar el suelo.
Suenan trompetas, ¡suenan trompetas!
Y llegará el día en el que los consagrados silencios de la cima del Himalaya se derrumben sobre los gorros de lana de cualquier adolescente, sea fluorescente o no.


Esta casa es un circo.