11 sept 2010

Albahaca - Charles Golden Walrus


PRÓLOGO.
El cuatro de septiembre siempre será recordado en el bosque Robles Grises como un día especial. EL cuatro de septiembre siempre es día de celebración entre los gusanos, porque celebran el aniversario del día en que las águilas y halcones emigraron para no volver jamás. Pero el cuatro de septiembre también se llora por la muerte de Albahaca.
Albahaca era un gusano de seda que conquistó el corazón de la mayoría del bosque, y fue partícipe en la guerra contra las lombrices. Guerra que acabaron ganando los gusanos gracias a las tácticas de Albahaca. Fue una gran guerra de un solo día, que acabó en la muerte de decenas de soldados. 
Todo lo ocurrido en esa guerra se encuentra anotado en el Libro de Seda, que contiene la historia de los gusanos de seda del bosque Robles Grises.
Así que, sin más demora, veamos lo que ocurrió ese cuatro de septiembre.

ALBAHACA.



-Hugo, Arrugas, Monterrubio, Verde y Pereza, acompañadme – dijo Albahaca, orgulloso, tras haber recibido el cargo de comandante capitán del ejército de los gusanos de seda.
Sabía que aquel día era muy importante y que no se podía perder nada de tiempo. Los gusanos de seda no eran mucho más rápidos que las lombrices, y éstas no tardarían en llegar, y cuando lo hicieran, todo debía estar dispuesto en correcto orden y preparado para el lance.
-Comandante Albahaca – dijo Monterrubio – creo que tengo un plan de ataque-defensa que podría servirnos para el día de hoy.
-Continúa – dijo Albahaca, el comandante Albahaca.
-Podríamos pedir a los Gusanos Marrones que nos ayudaran a tender una emboscada a las lombrices. 
-No, los Gusanos Marrones han combatido mucho contra las lombrices y han perdido en todas y cada una de las batallas, no querrán colaborar.
Monterrubio asintió, aceptando que su plan tenía una laguna.
Fue entonces cuando Albahaca se dio cuenta. Cuatro de septiembre – se dijo – primer fin de semana del mes, día de caza de los halcones.
Cada primer fin de semana de cada mes los halcones se daban cita en el claro oeste del bosque para cazar. Normalmente se alimentaban de conejos y zarigüeyas, pero las crías no desaprovechaban la ocasión de cazar lombrices y gusanos, así como pequeños insectos.
Rápidamente, Albahaca urdió el plan mentalmente y selo comunicó a los otros.
-Soldados – dijo seriamente Albahaca – he deliberado toda la semana sobre planes y estrategias, y al fin he dado con la estratagema que nos dará la victoria. Pero antes – se detuvo Albahaca – quiero que me juren que acatarán las órdenes que ahora les voy a comunicar.
Todos asintieron, excepto Pereza, que dudó unos instantes, pero acabó jurando obediencia a su comandante, cosa que ya le debía, así como respeto y admiración.
Albahaca les contó el plan. Dos de ellos, en concreto Albahaca y Monterrubio (éste último se prestó voluntario) servirían de cebo, atraerían la mayor cantidad de lombrices posibles al claro, donde decenas de halcones estarían preparadas para alimentarse, y éstos, al ver a las lombrices y a los dos gusanos, se relamerían y comenzarían a cazar. Albahaca y Monterrubio debían ser raudos a la hora de huir y salvar sus vidas.
Albahaca dio orden a Pereza para que mantuviera al resto del ejército en pleno desconocimiento de la estrategia y que esperaran junto al gran roble dónde la mayor parte de los gusanos de seda vivían.
Así llegó la hora de la batalla. Monterrubio y Albahaca estaban en sus posiciones, y los demás, en las suyas. Las lombrices no tardaron en llegar, y en cuanto vieron a los dos enemigos, sin orden ni concierto, se lanzaron todas a por ellos.
Las lombrices se caracterizaban por su escasa inteligencia, y cómo ya se había mencionado antes, los gusanos eran más rápidos que ellas.
En seguida llegaron al claro donde se apostaban los halcones, dispuestos a zambullirse en la caza. 
Las lombrices, tontas como eran, no se dieron cuenta de que las conducían a una trampa. Ni una sola lombriz de las cincuenta que eran se do cuenta, de modo que al llegar al claro, la sorpresa fue igual para todas ellas.
Los halcones tardaron segundos en darse cuenta de la presencia de aquellos ingenuos visitantes, y en un instante se encaminaron hacia sus presas.
Albahaca y Monterrubio salieron corriendo, seguidos por las lombrices, que, por su corta inteligencia, aún no se habían dado cuenta del gran peligro que les aguardaba.
-¡Monterrubio! – gritó Albahaca - ¡Vete!
-¡Ni hablar señor! – pienso cumplir con mi deber.
-¡Te ordeno que te retires, soldado! – ordenó Albahaca - ¡Soy tu superior! ¡Obedéceme!
Monterrubio dudó un instante, y después se zambulló en los espesos matorrales que circundaban el claro, camino a casa.
Ninguna lombriz se dio cuenta de la escapada de uno de los enemigos. 
Albahaca había decidido que moriría la menor cantidad de gusanos lombrices, y si conseguía o no salvar su vida, el plan ya había funcionado.
Los halcones se cernieron amenazantes sobre las lombrices que comenzaron a desaparecer a pares. 
Albahaca sabía que no podía remediar lo irremediable, y que alguna lombriz escaparía, pero le serviría de lección, porque aunque las lombrices fueran tontas, no repetían el mismo error dos veces.
También sabía Albahaca que lo que iba a suceder era irremediable, el claro era bastante grande, y la fatiga comenzaba a instigarle que parar de correr.
No lo hizo, no paró de correr, pero sabía que no conseguiría llegar al otro lado. Vio cómo las lombrices perecían en las garras de los halcones, y cómo las que podían se metían bajo tierra, con la esperanza de salvar su vida.
Pero un halcón había fijado la vista en un gusano, no en una lombriz, y se lanzó ágilmente hacia nuestro pequeño amigo, que nada pudo hacer por resistirse.

Albahaca no pudo salvar su vida, pero salvó la de todos sus semejantes al evitar una confrontación directa contra las lombrices.



La historia de la batalla la escribió Monterrubio, que no tardó en darse cuenta de lo que pretendía hacer su comandante tras haberle ordenado huir.
Monterrubio se convirtió en comandante tras la muerte de Albahaca y ordenó atacar a los halcones, pero esta vez los gusanos no iban solos. Alces, ciervos, lobos, ardillas, conejos, zarigüeyas, osos y cualquier animal que había conocido a Albahaca lucharon incesantemente durante casi un año, cuando un cuatro de septiembre, los halcones, acompañados de águilas, anunciaron su rendición y juraron no volver nunca más al bosque Robles Grises.
Por esa razón el cuatro de septiembre es motivo de celebración, ya sea la celebración del aniversario de la victoria, como la celebración y homenaje a un comandante que dio su vida para salvar la de los demás. Y es que, antes que un comandante, Albahaca era un amigo, un amigo del bosque.

Charles Golden Walrus.