6 sept 2010

Las ametralladoras no pueden enamorarse.

Erase una ametralladora llamada Fred Junior, nombrada así por su propietario, un tal Fred Jones. 
Fred Junior estaba instalado en lo alto de una torre, desde la cual se podía ver todo el fantástico paisaje. Una gran selva se extendía varios kilómetros alrededor de la fortaleza. Fred sabía bien que él pertenecía al bando británico, y que debía enfrentarse a las resistencias indias que se escondían en la densa selva.
Fred Junior no hacía otra cosa que observar la selva durante el día, alerta a cualquier movimiento, cómo lo estaba también su propietario, Fred Jones. 
Un día cualquiera habría una batalla y Fred Junior pensaba destacar junto a su propietario abatiendo enemigos. 
Así que su trabajo consistía en divisarlos, y acabar con ellos, con los enemigos.
Si su propietario no lo giraba, Fred Junior no llegaba a ver más allá que un poco más de dos de sus tres pies, y, aunque estaba dotado de una visión panorámica, siempre había algún punto ciego que se le resistía.
Fred Junior no era cómo esas ametralladoras automáticas, que podían moverse a su libre albedrío, y disparar cuando quisiera.
Consideraba la relación entre Fred y él cómo beneficio mutuo: él no podía moverse ni disparar sin su ayuda, y su propietario no podía abatir enemigos sin Fred Junior, a pesar de que contaba con una escopeta colgada al hombro, pero según entendía Fred Junior, no era de largo alcance.
Una bonita mañana de marzo, algo se movió entre los matorrales, y de entre ellos apareció una jovencita hindú, bastante guapa, según le pareció a Fred Junior.
Pero Fred Jones no se había fijado en su belleza, sino en las granadas que llevaba en ambas manos.
Lenta y silenciosamente, Fred Jones comenzó a girar a su ametralladora hasta apuntar a la jovencita hindú. Fred Junior intentó no hacerlo, todavía sorprendido y embelesado por la belleza de aquella enemiga. Pero a pesar de todo, sus esfuerzos fueron en vano, y noto cómo las balas estaban listas para salir.
Intentó moverse, gritar, agitarse. Nada. No podía frenar lo irrefrenable.
La jovencita se disponía a tirar de la anilla de una de sus granadas cuando vio a la ametralladora apuntándola. Se quedó quieta como una estatua, llena de miedo.
Y entonces le miró, miró a Fred Junior, pero éste no hizo otra cosa que cerrar sus ojos, de los que lágrimas invisibles caían.
Notó tres balas salir disparadas, pero no tuvo el valor suficiente de abrir los ojos, le valió con oír resoplar a Fred Jones y que éste abandonara el estado de tensión que había tenido.
Y es que las ametralladoras no pueden enamorarse.

Charles.