-Creo recordar que se llamaba Jerry.
-Oh, venga ya abuelo, los loros no se llaman Jerry.
-Oye chiquillo, que tu pajarraco ese se llame Miguel no significa que los demás tengan que tener un nombre español.
-Es una cotorra, y además se llama Miki.
-Pues si es una cotorra debería tener un nombre femenino. Debería llamarse Fantina o Ignacia.
-Pues esos nombres son los más feos que he oído en mi vida. ¿De dónde los has sacado?¿De un calendario de santos?
-Para empezar, los calendarios de santos son muy útiles y para terminar los nombres son los de mis dos abuelas.
El niño se ríe y pregunta:
-¿De verdad?
-Sí, bueno no; en parte – el hombre se ríe y se rasca la barba – mi abuela por parte materna se llamaba Ignacia, pero creo que Fantina me lo he inventado.
Ambos se ríen y el abuelo le acaricia la cabeza al nieto, con gran afectividad. Están sentados esperando al autobús. No hay nadie más en la parada. El niño resopla:
-Joer. ¿Cuándo va a llegar el autobús abuelo?
El abuelo se ríe.
-No digas esas cosas que te van a tener que lavar la boca con un estropajo.
-¿Por qué?
-Porque a los que dicen palabras feas se les lava la boca. Así que la próxima vez que vayas a decir cosas así tienes que evitar decir la palabrota. Como por ejemplo, jopé.
-Jopé – dice el niño con una sonrisa.
-Así mejor – la sonrisa del niño contagia al abuelo.
-¿Pero por qué tarda taaaanto?
-A ver, te voy a hacer una adivinanza, ¿vale?
El niño asiente y se coloca bien sentado. El abuelo se ríe.
-Escucha atentamente – se aclara la voz – Este banco está ocupado por un padre y un hijo, el padre se llama Juan, y el hijo ya te lo he dicho.
El niño frunce el ceño y tras esperar unos segundos, se ríe.
-¿Se llama Javier? – pregunta el niño.
-No, ¿qué te hace pensar eso?
-Pues no sé. Como yo me llamo Javier, a lo mejor el hijo se llama igual que yo.
El abuelo suelta una carcajada, que acompaña el niño con su risa. La escena es entrañable.
-A ver – repite el abuelo – escucha: este banco está ocupado por un padre y un hijo, el padre se llama Juan, y el hijo ya te lo he dicho.
El niño vuelve a quedarse pensando y salta, poniéndose de pie:
-¡Esteban!, se llama Esteban.
-Muy bien - le contesta el abuelo.
El niño comienza a bailar moviendo los brazos y las piernas de forma extraña, riéndose. El abuelo suelta una gran carcajada y abraza a su nieto. El niño se tranquiliza y se vuelve a sentar. Hay un largo rato de silencio.
-Abuelo.
-¿Si?
-¿Por qué tarda tanto el autobús?
-Porque viene cada quince minutos.
-¿Y cuánto llevamos aquí?
-Media hora.
-Jopé... ¿Y cuánto es eso?
-Treinta minutos
-¡Halaaaaaa! – grita – cuando venga voy a regañar al conductor por no hacer bien su trabajo.
El abuelo se ríe:
-Pues no vas a tener que esperar mucho para hacerlo, porque por ahí viene.
El niño se asoma y ve venir el autobús. Vuelve a bailar, y el abuelo a reír.
El autobús para y abre su puerta. El abuelo saca dos monedas y se las da al conductor, se agacha y le susurra a su nieto:
-¿A qué esperas?
El abuelo se va a sentarse y el niño se queda mirando al conductor, inmóvil. El conductor le ve y le saluda:
-Hola chaval.
El niño se va corriendo a sentarse con su abuelo, mientras este y el conductor se ríen. El niño cruza los brazos y pone cara de enfadado, pero en seguida cambia su mueca a una sonrisa porque su abuelo le da un caramelo.
-¿De qué es?
-De fresa.
El niño lo abre y se lo mete en la boca. Pasan otros pocos minutos de silencio. Abuelo y nieto miran por la ventana el paisaje. Al cabo de un rato el niño dice:
-Abuelo.
-¿Si?
-¿Cuánto queda?
El abuelo suelta una carcajada bastante larga y después contesta al niño.
-¿Tanto tiempo queriendo que viniera el autobús y ya te quieres bajar? – carraspea – no seas loro impaciente que te pasará como a él.
-¿Y qué le pasó?
-Era un loro llamado Jerry.
-¡Ah! ¿Es esa historia que me ibas a contar antes?
-Sí – ríe – pues verás, Jerry quería salir de su jaula, pero su amo le decía que tendría que esperar a saber volar. Un día, el dueño se dejo la puerta de la jaula de Jerry abierta.
-¿Y qué pasó?
-A ver si lo adivinas.
-Joooooooooo.
El abuelo se ríe y se toma un caramelo. Después se levanta.
-¿A dónde vas? – pregunta el niño.
-Es esta.
-¿El qué es esta?
-La parada.
EL niño se levanta, siguiendo a su abuelo.
-Abuelo.
-¿Si?
-¿Tengo que adivinar lo que le pasó a Jerry?
-Si lo adivinas me demostrarás que eres un chico listo.
El niño sonríe y después frunce el ceño, pensando.
El autobús se para y los dos se bajan. El abuelo observa la calle y después se alejan andando y riendo.
Charles Golden Walrus
