20 ago 2010

Relato de agosto

Allí estaba yo, último en la fila del pan, cuando algo que brilló a la luz del sol llamó mi atención. Me acerqué y me agaché para poder observar el extraño objeto que en el suelo yacía. Era un colgante con forma de mariposa. Lo cogí y lo examiné entre mis dedos unos instantes. Después, deslicé un ala de la mariposa, lo cual abrió el colgante y me permitió observar dos fotos muy antiguas en blanco y negro. en una posaba un hombre joven, con el pelo corto y rizado. Al otro lado, una mujer más joven aún de mofletes regordetes y labios finos incluía en su mirada una chispa de algo, una chispa de amor. Tras concluir que el colgante perteneció a uno de los dos enamorados, lo guardé en mi bolsillo y decidí que más tarde debatiría sobre lo que debía hacer con aquel antiguo objeto.
La puerta chasqueó anunciando mi entrada en el apartamento de Silver Street en el que me estaba alojando para poder continuar mis estudios de arquitectura en esta espléndida ciudad que es San Francisco.

Dejo la bolsa de la compra en la encimera de la cocina y coloco la lechuga y los yogures estratégicamente en la nevera. Me dirijo al viejo sofá de la sala de estar y al dejarme caer en el algo cae de mi bolsillo y repiquetea en el suelo. Sí, el colgante.

Vuelvo a cogerlo, y a mirarlo como si fuera la primera vez y no la segunda. lo vuelvo a abrir, esperando encontrarme con aquella pareja joven, pero al examinar las fotos, consigo observar en los ojos de la chica dolor y angustia, algo que en la vez anterior no había conseguido descubrir.
Así que vuelvo a cerrar el colgante y cierro el puño a su alrededor, barajando la posibilidad de que aquella muchacha de mofletes regordetes no fuera tan feliz como había pensado.
El despertador comenzó a taladrarme el oído a las cinco y media. Hora de emplearse a fondo en el diseño de planos. Dirijo la mano a apagarlo cuando en vez de notar el botón del despertador, noto algo frío con forma de mariposa.

Lo cojo y apago el despertador. Mientras me desperezo comienzo a acariciar el colgante inconscientemente. Abro al nevera y saco el cartón de leche que está a punto de acabarse y una manzana. De la despensa adquiero las galletas y un bollo de chocolate. 
Acostumbro a ver la tele mientras desayuno, peor hoy no me apetece ver las noticias. Engullo el bollo mientras observo el colgante descansar sobre la encimera. Lo cojo y me dispongo a abrirlo, pero no quepo en mi de asombro cuando me es imposible hacerlo. Es como si el metal se hubiera fundido y hubiera quedado unido para siempre. Necesito abrirlo, y lo primero que pasa por mi mente es un láser ¿pero cómo hacerlo sin dañar la foto?
El reloj me avisa con seis campanadas de que debo ponerme en movimiento. lo primero que hago es ducharme, después preparar las cosas y salgo de casa a eso de las siete menos cuarto, dispuesto a comerme el mundo.

Llego a la puerta de la universidad cuando ya han abierto. Decido esperar fuera un poco y evitar así avalancha de personas en la entrada. Hoy hace fresquito para ser verano, y eso que aquí en California pocas veces se puede decir eso.

Cinco minutos después me encuentro atravesando la gran puerta de entrada. Justo encima de la puerta un cartel que reza en dorado: Mission Bay Tech University.

Las dos primeras horas pasan lentamente, mientras acudo a una charla sobre grandes estructuras que esperaba más interesante. A segunda hora decidí acercarme a la clase del señor McAllister, que enseña el empleo de materiales en la construcción. Es un gran aficionado a las maquetas, de modo que este curso albergará otra vez unos cuantos trabajos sobre el tema. 
Pero a tercera hora fue cuando pasó. Estaba observando el entrenamiento matutino del equipo de baloncesto, al que no pude ingresar por culpa de un pequeño problema de reflejos con el que me tengo que ver obligado a vivir.

Pues bien, me hallaba yo en aquel lugar cuando me metí la mano en el bolsillo y me encontré de nuevo con aquel objeto. Saqué la mano para comprobarlo. Mis sospechas se reafirmaron en seguida. Pero esta vez, pude ver la rendija que separa una de sus alas. La deslicé y se abrió, pero de nuevo mi asombro hizo presencia cuando dentro de aquel extraño objeto no encontré más que un papel en el que habían escritas tres iniciales: TMC.
¿Qué podría significar? Volví a guardarlo en mi bolsillo y continué observando a los del equipo, pero mi mente no se hallaba con mis ojos, y el colgante y sus extrañas iniciales se agolparon en mi cerebro y lo cautivaron, atrayendo su atención, y la mía, hacia él.