Prólogo
Eduardo tenía tres años, pero aparentaba menos por lo pequeño que era. Eduardo no era un niño, ni un pez, tampoco un pájaro, sino un oso, en concreto un oso pardo. Más bien, un osezno.
Vivía cerca de un pequeño arroyo junto con su madre, Magdalena, su padre, Antonio, y sus dos hermanos mayores, Arturo y Julio.
Su padre, Antonio, trabajaba como relojero, mientras que su madre cuidaba de Arturo y Eduardo, ambos pequeños aún. Julio, ya de siete años, era pescadero. No era una de las familias más ricas del bosque de Kampinos, pero eran conocidos y apreciados por el vecindario. El bosque de Kampinos era uno de los más grandes de Europa, y el tercero más extenso de Polonia, superado por los bosques de Białowieża y de Tuchola.
La familia de Eduardo vivía en la zona Ruble Szare, que traducida significa Los Robles Grises. Los Robles Grises, o Ruble Szare, era un barrio pequeño situado al sur del bosque, en la Korona południe (Corona Sur). En el bosque existían cuatro coronas que debían su nombre a los puntos cardinales. Así pues, la corona más famosa era la Korona północ (Corona Noreste), que era la zona en la que vivían los Namiętny, la familia de osos pardos más prestigiosa del bosque, y según decían, de toda Polonia. Todas las coronas estaban habitadas menos la Korona Zachód (Corona Oeste), que había sido evacuada hacía tres años por un gran incendio que acabo destruyendo la zona.
Pues bien, la familia de Eduardo, denominada Morski (Marítima), debido a que los miembros más antiguos eran los mejores nadadores de entre todos los osos, vivía en una pequeña cueva en un claro llamado Zapalany (Iluminado) por la cantidad de luz que se filtraba entre las ramas y hojas de los árboles.
En el claro Zapalany también residían una familia de alegres castores de origen bielorruso formada por Igor, cabeza de familia y excelente carpintero, su mujer Olga y su hijo Franz.
Igor era muy conocido en el barrio por su oficio. Construía la mayor parte de las casas del vecindario, así como las zonas comunes. Su “obra” más destacada es una escultura de una hoja de tres metros de alto en la que se puede leer el nombre del barrio, Ruble Szare. Se dice que tardó dos meses en tallarla.
Dos familias más vivían en el claro: los Skalisty, una pareja de alces, Hilda y Agosto; y los Silny, familia de ciervos que se llevaba dedicando al oficio de la mensajería desde décadas atrás, formada por Hugo, su mujer María, y sus dos hijos, Marz y Julia.
Marz Silny tenía cuatro años y era un gran a migo de Eduardo. Se pasaban las tardes jugueteando en el claro. En cambio, su hermana Julia, carecía de amigos y pasaba las mismas tardes observando el bosque y escuchándolo silbar.
También vivían allí un conejo gruñón que carecía de apellido, pero no de nombre, el cual era Hale.
Bueno, la historia en la que irá centrada el relato no será otra que un día en la vida del osezno. Un día que empezó mal y fue a peor y que Eduardo ya no recuerda con total exactitud si fue en octubre o en noviembre. Noviembre sin duda. Los que siempre recordarán ese día serán sus familiares, a excepción de Arturo, que sólo llevaba año y medio en el mundo y no se enteró de nada.
Fue un día frío, no, el día amaneció frío, pero se fue transformando hasta alcanzar un clima más o menos estable, estable para aquellos animales a los que una capa de piel y grasa protegía.
Bien, aventurémonos entonces en aquel día de noviembre, para ser exactos fue un veintidós, y sumerjámonos en el bosque de Kampinos, en Polonia, la fría Europa central, y sería mejor que nos quedemos ahí porque los demás lugares nombrados serían infinitos una vez llegásemos a sistema solar, pues todavía el ser humano desconoce cuán grande es esa gran masa oscura que todo lo rodea, llamada universo.
Y dejémonos ya de sermones y palabrerías y vayamos ya al grano del asunto: el día de Eduardo.