25 ago 2010

Verde caqui.


-Y así es como se hace - dijo la mujer de pelo gris.
-No es tan difícil - contestó la niña bajita.
-Pues claro que no, tontorrona.
-¿Qué hacemos ahora? - preguntó al bajita.
-Descansar.
-¿Descansar? Jobar abuela, yo quiero seguir haciendo nudos.
-Ya hemos hecho mucho, ahora necesito descansar, sino, no podré bajar al parque contigo muchachita.
La niña siente y acompaña a su abuela hasta el sofá, donde se sienta con ella. Es un horrendo sofá color verde caqui, que a la abuela le gusta porque le recuerda a su madre, y que la niña es demasiado pequeña para comprender lo feo que es. La niña examina la pared que hay enfrente. Fotos "sin color" ordenadas según el criterio de su abuela, al que, por cierto, dormía ahora plácidamente en su feo sofá. La niña, curiosa por naturaleza, como al mayoría de los niños, decidió ir a investigar por aquí y por allá a ver que secretos y sorpresas esperaban su presencia. 
Comenzó en el baño. Abrió un pequeño armario. Cajas de pastillas amontonadas que para la niña eran caramelos. Abrió una. El color de los caramelos no le gustó. Probó con otra. Ahora los caramelos eran naranjas, parecían apetecibles. Entonces recordó que su abuela tomaba esas pastillas para poder dormir y prefirió no comerlas y dejárselas a la abuela y que pudiera dormir. Decidió que no había nada en aquel cuarto que le llamara la atención. 
Su siguiente parada fue la cocina. Abrió un cajón. Cosas de metal con pinchos y filos yacían en separadores. Era el cajón que la abuela le prohibía abrir. lo cerró rápidamente, no quería que la abuela la viera abriéndolo. Encontró algo que acaparó su atención. Era una casita que se mantenía pegada a la puerta de la nevera como por arte de magia. Lo cogió y lo examinó. Al parecer una cosita redonda y negra era la que permitía a la casita pegarse a la nevera. La colocó en su sitio y continuó su viaje. 
Llegó al patio, pero como hacía mucho frío decidió que ya lo visitaría en otro momento. 
Su última parada era el cuarto de la abuela. Este parecía mucho más prometedor. Una pequeña mesilla de uno de los lados de la cama guardaba en su interior un libro marrón y unas gafas muy grandes y redondas, de color marrón clarito, casi beige. Una cómoda a la derecha de la cama escondía el verdadero tesoro. Collares, anillos, pendientes , colgantes, y muchas más joyas se encontraban en aquella especie de armario pequeño. 
No lo dudó, cogió varios collares y se los puso, lo mismo hizo con los anillos, con los que embelleció sus manos, y su pies. Los pendientes no sabía como ponérselos, y como ya llevaba unos puestos, decidió que eran prescindibles.
La niña bajita, llamada María, o como la llamaba su familia, Eme, despertó a su abuela, para enseñarle su hallazgo, desconociendo que la propietaria del tesoro era su abuela. 
Entre risas y joyas, la tarde pasó rápida. Y el padre de la niña, llamado Francisco, en casa denominado Fran o Paco, acudió a recogerla, no sin antes agradecer a la abuela el haber cuidado de ella (sin saber los dos lo de las pastillas y los cuchillos) y dejar que las dos disfrutaran de una buena despedida.